Crónica VI: Tanta muerte

por Santiago Rey

Promedia el juicio por el asesinato de Rafael Nahuel. Testigos, peritos, uniformados ya pasaron ante el Tribunal. Una constante recorre la causa, el ambiente, estas líneas: la muerte.


Foto: David Sánchez.

Septiembre 2023

- Crónica I: ¿Dónde empieza la locura?

- Crónica II: La Encrucijada

- Crónica III: Los medios y el azar

- Crónica IV: Las incógnitas y los sueños

- Crónica V: Marcas en los cuerpos


A Mario Wainfeld, compañero y colega

Hasta aquí han transcurrido 12 jornadas de audiencias del juicio oral y público por el asesinato estatal de Rafael Nahuel. Hemos escuchado a 34 testigos, la mayoría de ellos uniformados que no participaron de la balacera que le costó la vida al joven mapuche -y que tiene cinco acusados por el crimen-; y peritos especialistas en balística, en química, en rastros.

El juicio se articula en dos jornadas semanales, martes y miércoles. Han habido audiencias de ocho horas seguidas, y algunas muy breves, de hora y media.

Con el paso de los días se fue diluyendo la veracidad del relato sobre un enfrentamiento con armas de fuego, piedra basal del atenuante “cometido en exceso de legítima defensa” que sigue al delito de “homicidio agravado” en la elevación a juicio.

Las contradicciones en la narrativa sobre los hechos por parte de los compañeros de armas de los Albatros procesados, los opuestos resultados de las pericias balísticas, las diferentes lecturas sobre los estudios de presencia de partículas de pólvora en las manos de los presentes en el lugar, formarán parte de los alegatos de las defensas y las querellas que se escucharán finalizada la ronda de testigos. Y tras los alegatos, llegará el momento de la sentencia. Aproximadamente un mes, o tal vez dos, falta para ese momento. Es que si bien inicialmente habían sido listados 92 testigos, en las próximas horas las partes informarán sobre el desestimiento de algunas de esas comparencias. Serán decenas de testigos que no pasarán por el juicio, salvo que alguna de las partes insista con la importancia de contar con ese testimonios. Si es así, descorcharemos la sidra de Navidad sin saber si hubo Justicia por el asesinato de Nahuel.

Estas 12 jornadas de audiencias y 34 testigos -más las dos indagatorias de los acusados Francisco Javier Pintos y Carlos Valentín Sosa-, decantaron en 149 páginas de word con textos en crudo -anotaciones tomadas al momento de las declaraciones-, y más de 21 horas de grabaciones que no he vuelto a escuchar. He escrito 13 notas para la agencia Télam y, con esta, seis crónicas semanales para En Estos Días.

Las grandes historias se miden también por la coyuntura vital de los indirectamente involucrados.

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La semana que pasó se confirmó que no sólo Rafael Nahuel recibió un disparo por la espalda. Los otros dos heridos también estaban en esa posición cuando fueron baleados. Johana Colhuan y Gonzalo Coña recibieron un balazo cada uno, en el hombro y el codo respectivamente. Ambas heridas tuvieron ingreso por la zona posterior y orificio de salida en la anterior. “Fueron por la espalda”, confirmó el médico Ramón Chiocconi, quien los atendió el 26 de noviembre de 2017, un día después del asesinato de Nahuel.

Su declaración abona el argumento de las querellas en cuanto a la persecución y cacería desatada por los Albatros: los tres heridos, uno de ellos fallecido, recibieron los balazos por la espalda.

Al finalizar su participación como testigo, llamé a Chiocconi para chequear un dato. Tras la aclaración, me dijo: “Che, ¿sabías? Mario tuvo un infarto”.

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También la última semana del juicio generó preguntas en relación a la memoria, su rol en este juicio. Digo, la memoria en general, a casi seis años del hecho que se juzga, y la memoria en particular de algunos de los testigos.

Nadie puede negar el derecho a olvidar, pero algunas ausencias o contradicciones son llamativas.

“Preguntada por S.S. (Su Señoría, así de medieval es el lenguaje de la Justicia) a instancias de la Sra. Fiscal para que diga si desde que llegó hasta que se fue escuchó disparos, responde que no”.

La doctora Carolina Zombory respondió “no” ante la pregunta puntual. Fue el 4 de diciembre de 2017 cuando tuvo que declarar en forma testimonial, en el marco de la instrucción de la causa.

“No”, dijo ante la consulta sobre si había escuchado disparos, nueve días después que concurriera a Villa Mascardi en la segunda ambulancia que arribó al lugar ante el llamado por la presencia de heridos.

“Escuché disparos”, dijo la misma doctora Zombory a las 9,30 de la mañana de este 20 de septiembre del 2023, cinco años, diez meses y 25 días después del hecho, ante el Tribunal Oral Federal de General Roca.

Los disparos que no escuchó nueve días después de los sucesos, sí los escuchó casi seis años después.

La memoria es una incógnita abierta.

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El martes terminé mi nota de Télam, pero me quedé pensando en lo me dijo Chiocconi, sobrino de Mario Wainfeld, ¿cómo que Mario tuvo un infarto; si el domingo lo vi en la tele, y la semana pasada cruzamos mensajes?Estaba bien, lo más bien. Me había dicho que a lo mejor venía en noviembre a Bariloche para participar de nuestro Festival Iberoamericano de Periodismo Narrativo. Quiero ir, me había escrito, pero ya sabés, estoy tapado de laburo, o algo así; y el Festival es entre las elecciones generales y la segunda vuelta, iba a tratar. Algo así me dijo. Mejor me fijo bien: “Ando con mucho laburo, en el contexto que conoces. Me cuesta planificar para noviembre. Me gustaría ir, por el encuentro, porque familia en Bariloche etc. Tendría que tomar franco en los laburos, es un problema. No letal, pero complica. Sugiero que vayamos pensando”.

Seguro venía y participaba en un conversatorio sobre 40 años de democracia y periodismo, justo entre las generales y la segunda vuelta, con el riesgo real de que una ultraderecha desquiciada llegue al poder. Justo su mirada aguda en ese conversatorio. Justo.

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Dos testigos directos del asesinato de Rafael Nahuel darán su testimonio esta semana en el juicio. Fausto Jones Huala y Lautaro González Curruhuinca vieron caer a su amigo. Estaban a unos pocos metros. Intentaron asistirlo. Gritaron a los Albatros que dejen de disparar. Lo llevaron en una camilla de palos. Se les murió entre las manos. Lo escribí en la crónica de la semana pasada.

Al pensar el vínculo entre muerto/a y testigos/as voy hacia dos clásicos de la no ficción: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion; y El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza.

En el primero de los casos, la escritora estadounidense vio caer fulminado a su marido, un paro, un infarto, no recuerdo ahora. Un día o dos después, con una distancia narrativa envidiable, escribió:

La vida cambia de prisa.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

Eso dice Didion en el comienzo del libro. Y agrega una línea inquietante: La cuestión de la autocompasión. Cómo sobrevivir, cómo transitar el duelo cuando la muerte llega inesperada, lo anodino de la cotidianidad antes de la tragedia, son las claves/preguntas que anidan en el libro.

Ante una muerte natural, ¿a dónde se direcciona el reclamo de justicia?, cuando existe un victimario palpable, todas las respuestas se encuentran visibles. Él o ella, allí está la explicación. Pero sin victimario, ¿dios, el destino, la suerte -la mala suerte-, quién es el responsable?

En el caso de Rivera Garza, la escritora emprende la tarea de reconstruir la vida de su hermana Liliana, víctima de un femicidio. Treinta años después de ocurrido el hecho y ante la ausencia de justicia, inicia una excavación emocional entre recuerdos, cajas llenas de pistas personales, testimonios de amigos y amigas, burocracias judiciales y ejecutivas. Señala al responsable, sustenta con investigación periodística su señalamiento, recurre a todas las herramientas narrativas disponibles para construir una semblanza acabada de la vida de su hermana, para denunciar al machismo y el patriarcado mejicanos, y para desenmarañar la estructura de injusticia de todo un país.

¿Hasta dónde llegará la pesquisa que desentrañe quiénes y por qué mataron a Rafael Nahuel? ¿Cuánto hará el Poder Judicial, cuántos los abogados, cuánto la familia, cuánto el periodismo? Estas crónicas, estas notas, están ancladas en una muerte; una muerte violenta y provocada. Cada línea está teñida con el color de la relación con esa muerte -y la muerte en general- y por las preguntas que desde allí se amontonan.

¿Cómo procesa la muerte alguien a quien le es arrebatado, por caso, un hijo de forma inesperada, fulminante? Como del rayo diría Miguel Hernández.

Este es uno de esos casos en los que el dolor se enmascara en reclamo de justicia.

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Otra muerte se cruza en el relato. Una muerte cercana, más por afecto mutuo que por ejercicio de la cotidianidad. Bastaba con saber que Mario Wainfeld estaba ahí, a mano para una consulta periodística a deshora; presto a armar una valija para viajar y charlar de aquello que nos apasiona; su fisic du rol de abuelo generoso y cariñoso, que no escatimaba ni especulaba aliento, elogio. Su dimensión humanista.

Su muerte el jueves pasado me entristeció profundamente. Y si es cierto que una tragedia fisura un dique y al llorar lo hacemos por penas pretéritas reprimidas, por la angustia misma de la existencia o por muertes pasadas, una buena parte de mi llanto del jueves es adjudicable genuinamente a Mario.

“Por la variante de amistad que venimos armando” me escribió en la dedicatoria de su libro Estallidos argentinos, que me dio en 2019.

Esa “variante” de amistad se explica en el hecho de que comenzamos a compartir charlas, llamados y mensajes ya de grandes. O muy grandes. Hace unos seis años, Mario Wainfeld me envió un whatsapp elogiando la cobertura que para Página/12 estaba haciendo sobre el asesinato de Rafael Nahuel. Generoso (muy), el mensaje abrió la puerta al contacto. Desde entonces compartimos mesas, presentaciones de libros, asados, cafés, llamados, radio (yo invitado a su programa, él entrevistado en el mío). Una variante de amistad también marcada por la distancia. Él vivía en Buenos Aires yo a 1600 kilómetros, en Bariloche.

En su primer whatsapp decía “Hola. Soy Mario Wainfeld. Vengo leyendo tus notas sobre el asesinato de Rafael Nahuel. Muy buenas”.

En mi último whatsapp del martes 19 de septiembre, unas horas después del infarto, le escribí: “A pelearla amigo! Estamos con vos”. El mensaje tiene las dos tildes celestes. Como un consuelo ingenuo, quiero creer que llegó a leerlo. La cuestión de la autocompasión.