Todo lo que Lucio dice de nosotres

por Lautaro Bentivegna - Ángeles Alemandi

Sufría maltrato infantil. Las paredes del departamento donde vivió en Santa Rosa, La Pampa, ocultaron el horror. Si con 5 años, Lucio Abel Dupuy dio alguna señal, nadie supo leerla. No existe en los registros oficiales ninguna denuncia. Lucio no era invisible, pero recién con su muerte lo vimos. ¿Cuántos niños, niñas y adolescentes hoy siguen siendo invisibilizados?

Ilustración: Claudia Espinosa.


Febrero 2023

Quizá Edgardo Mourinho pensaba en cosas simples: el clima, el fin de mes, si llevaba consigo la billetera. Cuando esa noche salió de su casa la oscuridad del barrio y del mundo aún no lo tocaban. Subió al auto con su hijo, solo restaba pasar a buscar a su novia, ir después a un bar.

A unos metros de allí, mientras preparaba la cena, Elsa Quintín, tal vez solo estaba preocupada por la comida: no pasarla de condimento, sacarla a punto del fuego. ¿Revolvía una olla, miraba a través del vidrio del horno?

Edgardo cerró la puerta de su Fiat Palio. No llegó a arrancar. Desde el silencio hermético del auto vio a una mujer que corría por la calle. Una mujer de contextura pequeña, el pelo corto, un piercing en la nariz. Llevaba un niño en brazos. Parecía desesperada. Bajó, preguntó qué estaba pasando. Le habían entrado a robar y habían golpeado al niño, fue la respuesta. El niño ahora estaba en el suelo. No tenía pulso, no respiraba.

En la cocina, el marido de Elsa interrumpió el orden de su universo doméstico: le dijo que afuera alguien pedía ayuda para su hijo. La posta sanitaria del barrio Río Atuel ya estaba cerrada ese viernes 26 de noviembre de 2021, pasadas las 20.30. Elsa es enfermera, está jubilada. Salió de su casa, cruzó la calle, miró al niño e intentó revivirlo con RCP. Tarde. Hacía rato que era demasiado tarde.

En cuestión de minutos los médicos del Hospital Evita de Santa Rosa, La Pampa, verían lo mismo que vio Elsa, lo mismo que Edgardo. En los portales de noticias todes veríamos a ese niño: Lucio Abel Dupuy. Tenía cinco años.

Después sabríamos que a Lucio lo mató su madre Magdalena Espósito y la pareja de ésta, Abigail Páez, la mujer que esa noche corría por la calle pidiendo auxilio por un crimen que ellas mismas habían cometido. Fueron consideradas culpables por el homicidio cometido con alevosía y ensañamiento; agravado por el vínculo en el caso de la madre, y Paez además fue condenada por abuso sexual. La pena se conocerá el próximo viernes.

El juicio fue a puertas cerradas por tratarse de un menor de edad en una causa donde se investigaba también abuso. Mientras nadie sabía qué estaban declarando las más de 70 personas que pasaron por Tribunales, afuera, en la calle, en las redes sociales, en los grandes medios de comunicación, se pedía a gritos jury para la Jueza que había homologado el acuerdo que permitió que Lucio regresara a vivir con su madre; se escrachó a la docente de la salita a la que el niño concurría, se responsabilizó a los médicos que lo atendieron en cada ingreso que hizo a centros de salud, se dijo que el feminismo era culpable.

Lo cierto es que, formalmente, antes del crimen nunca nadie denunció nada. Todos los organismos estatales de La Pampa que trabajan con políticas para niños, niñas y adolescentes fueron auditados: no existe un legajo, un informe, un antecedente, un llamado de atención. Según la sentencia fue un delito intramuros: “un delito que ocurrió en absoluta clandestinidad desde que comenzó por julio de 2020 hasta terminar en el hecho de la muerte”.

Si hacemos el dificilísimo ejercicio de apartarnos del dolor, la atrocidad, la perversión, nos queda una obligación: respondernos qué sería en verdad Justicia para Lucio, en qué le fallamos, cuánta responsabilidad tiene el Estado, en qué espejo nos miramos cuando al infierno que abre el horror le arrojamos más brasas.

¿Por qué no lo vimos antes? ¿Por qué llegamos tan tarde? ¿Por qué si Lucio no era invisible nadie lo vio de verdad?


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio?
Dice que el maltrato infantil, mata.

Christian Dupuy conoció a Magdalena Espósito en General Pico. La sentencia judicial recupera esta historia: comienzan un noviazgo, se van a vivir a Luján, ella queda embarazada y regresan a la ciudad pampeana donde nació Lucio el 15 de julio de 2016. Cuando el niño tenía un año intentan recomenzar la vida en Luján, pero después de unos meses se separan y Magdalena vuelve a Pico con Lucio.

La tía de Lucio, Mónica Hidalgo, contó que después de eso Magdalena se fue a vivir a Santa Rosa con Abigail. Lucio tenía 2 años, “iba y venía para todos lados”. Ella y su marido, el hermano de Christian, le ofrecieron criarlo. Magdalena se negó, pero unos meses después aceptó la propuesta. Y esos tíos con las primas de Lucio lo fueron a buscar, en principio para llevarlo de vacaciones, según el documento que firmaron. Era el 27 de noviembre de 2018.

Meses después iniciaron el proceso de tutela, que se les otorgó en julio de 2019. A comienzos de ese año Christian regresó a Pico y “comenzó a revincularse con su hijo”. Casi al mismo tiempo Magdalena volvió a reclamar a Lucio y para 2020 se estableció un régimen comunicacional: los viernes Lucio se iba con su mamá hasta el lunes que regresaba con sus tíos.

Pero un fin de semana, las restricciones impuestas por COVID hicieron que el niño no volviera. Y la otra pandemia, “la pandemia en las sombras”, como la llamó la Organización Mundial de la Salud (OMS), recrudeció: la violencia contra niños, niñas y mujeres fue en aumento.

Finalmente los tíos de Lucio que tenían la guarda y Magdalena llegaron a un acuerdo “donde se conviene que Lucio Dupuy continúe viviendo con su mamá, condición que se verificó desde el 30 de julio de 2020”, dice la sentencia.

¿Qué pasó durante un año y medio con la vida de Lucio en Allan Kardec nº 2385, dpto. 2?

Los resultados de la autopsia fueron espeluznantes. Los chats de conversaciones sostenidas entre Magdalena y Abigail respecto a la violencia que ejercieron sobre Lucio son irreproducibles.

Sólo una vez, una vecina, Daiana Rodríguez, le escribió a su hermano para pedirle que se comunicara con la Policía porque ella tenía el parlante de su teléfono roto. Escuchaba lo que pasaba en el departamento de al lado: le estaban pegando a Lucio. “Sin embargo, los agentes policiales fueron al domicilio ubicado frente al señalado, tal como consta en el informe policial”, dice la sentencia. Fue el 25 de agosto de 2021.

¿Quizá la única oportunidad que hubiese tenido Lucio para que lo protegieran?

Según la OMS “casi 3 de cada 4 niños de entre 2 y 4 años sufren con regularidad castigos corporales o violencia psicológica de la mano de padres o cuidadores”. Son casi 300 millones en el mundo. Una encuesta de UNICEF con datos de 2019/2020, con una tendencia que se sostenía en 2022, demuestra que “el 59% de chicas y chicos entre 1 y 14 años experimentaron prácticas violentas de crianza”.

En Argentina entre 2020 y 2021 se registraron 9.989 víctimas niñas, niños y adolescentes de violencia familiar. Lo confirma un documento presentado por UNICEF y el Programa de las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Como en 1994 en nuestro país el delito de infanticio fue eliminado de la legislación, los asesinatos de niños quedan contemplados en la figura de homicidio doloso (intencionales). En 2021, de acuerdo al informe del Ministerio de Seguridad, fueron 63 los registrados en menores de 14 años, y las estadísticas dicen que la mayoría de estos crímenes en niños, niñas y adolescentes ocurrió en ámbitos privados, o sea, en sus casas. Se contabilizan otros 210 homicidios dolosos en adolescentes entre 14 y 19 años.


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio?
Dice que mirar a las infancias no significa verlas.

Si levanta la vista, Juan Pablo Meaca ve un churrinche rojo. Si mira a la izquierda, la estepa ocre, ondulada, desierta, se vuelve un punto de fuga. Las dos imágenes cuelgan en las paredes de su oficina. Es el Defensor de niñas, niños y adolescentes de la provincia de La Pampa.

¿Contempla esas imágenes cuando las carpetas azules sobre su escritorio se superponen y la pila crece y crece?

Cada una tiene su carátula: apellido y nombre del menor, los años que tiene. No son casos, son historias. En La Pampa hay alrededor de 97 mil niños, niñas y adolescentes. La Defensoría realiza entre 3 mil y 4 mil intervenciones anuales. Meaca hace siete años que ocupa este cargo y cree que la provincia tiene una mirada de política social que no existe en otras. Por eso, “tiene casi completo el sistema de protección: el equipo técnico del municipio es el que concentra casi todos los reclamos y después empieza a elevar al plano regional, a la Dirección Provincial de Niñez. Hay 17 ciudades que ya tienen unidades locales especialistas en infancias y adolescencias”. Además, a diferencia de otros lugares donde “la vulnerabilidad se naturaliza y la sociedad no responde o ve un niño en situación de calle como parte del paisaje urbano”, en La Pampa si alguien ve a un niño pidiendo en la calle, por ejemplo, llama a la policía, a cualquier organismo del Estado. “Hay una estructura social que todavía responde”, dice Meaca y asegura que la escuela, los centros de salud y los municipios inmediatamente comunican las cuestiones de vulneración, sea la que sea”.

Entonces: ¿cómo el nombre de Lucio Abel Dupuy y sus 5 años no se imprimieron en una hoja en blanco, no fueron carátula de una carpeta azul?

Para Meaca hay un mundo donde la cuestión de la violencia y el abuso sexual está permitido o normalizado en el plano doméstico. En nuestro país, hasta hace unos pocos años, antes de la reforma al Código Civil, los correctivos dentro de la familia estaban permitidos.

-Entonces nadie vio nada -dice Meaca- Más de 70 personas declararon: familiares, vecinos, profesionales, nadie tenía conocimiento de la situación de abuso y violencia, ergo: nadie hizo una denuncia, una presentación, una comunicación.

Daiana Micaela Rodríguez, cuando declaró por el llamado a la Policía, también dijo que a partir de junio o julio de 2021 escuchaba llorar a Lucio cuando llegaba del jardín.

Andrea Viviana Navarro contó en Tribunales que solía atender a Lucio en su negocio. En una oportunidad vio que el niño tenía una quebradura en el brazo, en el dedo y un golpe en la cara. El golpe era muy marcado, en la mejilla.

Lorena de la Iglesia Iparraguirre recordó que Lucio siempre pasaba en bicicleta o en patineta por enfrente del lugar donde ella trabajaba. Una vez lo vio con el “brazo enyesado” y con un “ojo marcado”. A Lucio lo acompañaba su madre. Quiso saber qué le había pasado. Magdalena le contestó que se había caído.

¿No hemos estado todes alguna vez escuchando sin oír, viendo sin ver, haciendo una pregunta, no dudando de las posibles respuestas?


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio?
Dice que niñas, niños y adolescentes no pueden, no saben, a veces ni siquiera se les ocurre pedir ayuda.

En la consulta U-report realizada por UNICEF el 73% de las chicas y chicos dijeron que nunca buscaron ayuda “porque sentían que no era un problema, por tener vergüenza o miedo”. Más del 40% reconoció que tampoco tenía idea acerca de dónde o cómo pedir ayuda.

¿Por qué Lucio no pudo poner en palabras el infierno que estaba viviendo?

Era “un niño activo, participativo, mediador con sus compañeros, que se destacaba” en la salita de 4 del JIN N° 7 de Santa Rosa. Así es como lo veían sus maestras. Leila Velázquez indicó que el 25 de noviembre -el día antes del crimen- tuvo clases con el grupo y que Lucio le contó “que había comido chocolate en la casa de Agustino y vomitado sangre, pero que estaba bien”. Antes de terminar la clase, también le dijo que le dolía la espalda. Declaró que “nunca vio a Lucio decaído, con sueño, siempre entraba con una sonrisa, nunca vio a Lucio golpeado”.

Marianela Sierra, otra docente, refirió que “era un nene súper dulce y súper bueno, muy buen compañero. Tenía buen vocabulario, contaba cosas cotidianas (…) era muy inteligente, el que más se destacaba del grupo, dibujaba bien, entendía la consigna. Era uno de los que más asistía, ya que durante la pandemia los niños faltaban mucho”.

Del legajo escolar surge que tuvo inasistencias el 26 de marzo y el 14 de abril de 2021, con aviso por día de lluvia; el 4 y 11 de agosto por “crisis de nervios por problemas con su papá”; y el 15, 18, 19, 27 y 29 de octubre, se justificó la inasistencia de algunos días por resfrío, tos y vómitos. También faltó el 1 y 23 de noviembre. Magdalena Espósito Valenti y Abigail Páez reconocen, en algunos chats que forman parte de la causa, que no lo mandaron a la escuela porque lo habían golpeado y el niño tenía marcas. En otros inventan motivos para justificarse ante las docentes.

En mayo de 2022 La Pampa activó la Línea 102: un servicio gratuito y confidencial al que se puede llamar para pedir asesoramiento o ante una situación de violencia o de vulneración de derechos de las infancias y adolescencias.

Si muchos niños o niñas no hablan de estas situaciones, o no presentan indicadores, también se debe a que “esto está cruzado por una cuestión afectiva, a una edad en la que aún no podemos deconstruir que el que me tiene que querer, el que yo quiero, en realidad me perjudica”, dice Juan Pablo Meaca.

En 2022 también se actualizó la Guía Provincial de Orientación para la Intervención en la Instituciones Educativas, un instrumento que fue consensuado entre los Ministerios de Salud, Educación, Justicia y Desarrollo Social, y los gremios docentes y el Ministerio Público Fiscal. Todos acordaron ser corresponsables ante las situaciones de abuso, violencia, o maltrato que ocurrieran o se identificaran en los colegios. El instrumento -destacan desde la Unión de Docentes de La Pampa, el gremio mayoritario en la provincia- es “de avanzada” y describe la mayoría de todas las situaciones posibles, cómo identificarlas y cómo actuar. Ningún docente o trabajador de Educación debería desconocerla.

“Siempre es necesario tener una herramienta para cuando ocurren los conflictos en la escuela y resolverlos pacíficamente. Con la vuelta a la presencialidad plena, sobre todo a principios del 2021, se agudizó la conflictividad en las escuelas por una cuestión básica: los pibes estuvieron dos años fuera de la institución, sumado eso a una crisis económica”, dice Rosana Gugliara, secretaria General de la UTELPa. Y agrega: “El abordaje integral es porque la escuela sola no puede. La escuela no es una institución violenta, la escuela no genera violencia, las situaciones conflictivas y de violencia que atraviesan a la comunidad, replican en la escuela como una caja de resonancia. Entonces puede que ocurra el conflicto, pero si hay herramientas, si hay un trabajo previo, si hay concientización, formación y acompañamiento, lo más probable es que el problema tenga menor impacto o no ocurra. Sin embargo nada es perfecto y esta guía es siempre mejorable. No hace magia”.

Antes que la Línea 102 y la Guía de Intervención, existe en La Pampa y en el resto del país la Ley de Educación Sexual Integral sancionada en 2006. El gremio docente asegura que se aplica en la mayoría de los colegios y que ha servido para, entre otras cosas, detectar y denunciar situaciones de abuso, violencia y maltrato.

“En los últimos años los pibes se animan a hablar, los docentes escuchan más, los padres son más receptivos a la ESI”, dice Silvia Suárez, secretaria de Género de la UTELPa.

El Ministerio Público Tutelar de Buenos Aires determinó que en 2019, entre el 70% y el 80% de las niñas, niños y adolescentes que se animaron a contar que sufrían abusos, lo hicieron luego de una clase de educación sexual en la escuela.

Lo increíble es que, a pesar de esto, el 2 de febrero, entre los grupos que se reunieron en Tribunales esperando la sentencia por el caso de Lucio, se levantaban también banderas que decían “Con mis hijos no te metas”.

- Y es una gran contradicción. No te metas con lo educativo, no te metas con la vacunación, ni si sufre una vulneración porque es la familia el resguardo del chico, dicen. Pero si el daño, la violencia, el abuso, la vulneración del derecho a la salud se produce en el marco de eso, entonces necesariamente me debo meter -opina el Defensor Juan Pablo Meaca.


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio?
Dice que es más fácil manejar un respirador que abordar una problemática social.

“Lucio se hizo visible porque murió, hasta entonces estuvo invisibilizado porque nadie es invisible. Invisibilizado por desconocimiento, porque no hay políticas públicas, porque no se instrumentan las guías o protocolos que existen”.

Lo dice la médica generalista pampeana, magíster en Salud Pública, Graciela Lopez Gallardo, co-autora de la Guía de Actuación para el Abordaje de la violencia de género en el ámbito familiar -que nunca llegó a implantarse en La Pampa. Es experta en el tema de violencia doméstica en esta provincia y tratando de revisar el paso de Lucio por las distintas instituciones hospitalarias, asegura que “todas las intervenciones de Lucio fueron fragmentarias y eso terminó fracturando el sistema institucional”.

¿Acaso lo que muestra la historia clínica del niño, a partir de lo que se lee en la sentencia, no le da la razón?

La Dra. Ulivetti recuerda haber atendido a Lucio en el Hospital Centeno de General Pico en tres oportunidades: en abril de 2019, por “una herida cortante superficial en región frontal”, en agosto del mismo año por “una infección respiratoria, una faringitis viral” y en mayo de 2020 “por una otitis”. En el mismo hospital también fue asistido por la Dra. Suarez en julio de 2019 por “un traumatismo de la muñeca y de la mano”.

En septiembre de 2020, en el centro de Salud del Barrio Aeropuerto, en Santa Rosa, está registrado que se atendió al niño por “una patología que Lucio presentaba en el prepucio”.

Toda esta información es parte del punto 25 de la sentencia.

El punto 26 comienza así: “También hay constancia de lesiones traumáticas padecidas por Lucio Dupuy durante el tiempo en el que vivió con su madre y Abigail Páez” y se detalla que a mediados de diciembre de 2o2o estuvo el Hospital Evita, en el sector de pediatría por “FX expuesta en dedo de mano” y tres días después, en traumatología se le diagnostica una “fractura a nivel de la muñeca de la mano”.

Al mes Lucio vuelve a ser atendido “por un trauma en el dedo mayor de la mano derecha” y se lo deriva a Traumatología, esa consulta se hace en febrero de 2021 y se describe un caso de “mallet finger 3 dedo mano derecha”. En marzo, por esa lesión hay un nuevo registro en su historia: se indica que “no uso férula de stack, se evidencia pérdida de extensión IFD, se realiza rx mallet finger óseo sin consolidación …”.

No aparecen en la sentencia los nombres de estos profesionales. Y sin embargo, durante el juicio, circularon sus fotos en las redes, a modo de escrache.

El fallo dice además que hay varias heridas que se detectan en fotografías de Lucio y que “seguramente requirieron asistencia y a cuyo respecto no hay constancia de atención”.

Y se cierra este apartado sobre la asistencia médica con un dato alarmante: el Dr. Toulouse, responsable de hacer la autopsia del niño, “dio cuenta de que la historia clínica pudo haber sufrido modificaciones, en atención de que algunos registros que él mismo vio el 26 de noviembre, no aparecían con posterioridad”.

-Nuestra formación académica es biomédica, lo social no está inscripto -dice Graciela López Gallardo. Está convencida de que esa impronta atraviesa al sistema de salud y a las personas que allí trabajan. Por lo tanto, hablar de curar sería hablar de reparar el daño, la enfermedad. Y no alcanza.

Lejos de estigmatizar a los profesionales de la salud, cree “que es un problema del Estado garantizar la capacitación del capital humano en violencia de género, en maltrato infantil y entenderlas como un problema de salud colectiva”, tanto que “solemos decir que la alta complejidad se da donde hay aparatología y yo siempre he dicho que la alta complejidad es la social: la social ocurre en los territorios. Es más fácil manejar un respirador que abordar una problemática social que amerita la construcción de equipos de salud, el abordaje interdisciplinario e intersectorial”, dice.

Entiende que trabajar en una guardia donde hay altísima demanda es difícil, y “el recurso humano está absolutamente cansado, agobiado y agotado”, pero hay situaciones que no se pueden obviar. Para ella, si un niño, una niña o adolescente llega con una fractura a un centro de salud, quien lo atiende al menos debería “llamar a la trabajadora social y decir: averiguá, yo voy a reparar esta fractura, pero hacé un estudio socioambiental para saber cuales son las condiciones que está viviendo”.

Tras el crimen de Lucio en Salud Pública de La Pampa se implementó una nueva herramienta: la notificación de maltrato. Es una hoja -formulario- donde se detallan los datos médicos que surgen de una atención por guardia y que podrían consignar algún tipo de maltrato infantil: una marca, una lesión física dudosa, el comportamiento del paciente o las personas que lo acompañan.

La notificación -que no es una denuncia judicial- es evaluada por un equipo integrado por áreas específicas dentro del sistema: Salud Mental, la Dirección Maternidad e Infancia, y ahora el Servicio de Pediatría. Entre estos equipos determinarán cuáles son las intervenciones que deben seguirse.


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio? 
Dice que si la respuesta es sólo punitivista, no es suficiente.

El 2 de febrero una gran movilización acompañó la lectura de la sentencia en la explanada del Centro Judicial de Santa Rosa. Entre autoconvocados y organizaciones sociales estuvo la monja Marta Pelloni, Jimena Aduriz (mamá de Ángeles Rawson, joven víctima de feminicidio en 2013) y Juan Carlos Blumberg (padre de Axel, joven secuestrado y asesinado en 2004). Algunos se animaron a tomar el micrófono y soltaron algunas arengas. “JUSTICIA ES PERPETUA”, gritaron los presentes, como si no cupiera otra posibilidad ante el horror.

Conocido el veredicto, y aunque restara parte del proceso judicial, el Tribunal de Audiencias confirmó que Magdalena Esposito y Abigail Paez serían condenadas a la pena máxima: prisión perpetua. ¿Cuánto tiempo es eso? No lo sabemos con claridad. Algunos penalistas sostienen que lo que les queda de vida, otros hablan de 50 años; y están los que consideran que si para el delito de genocidio la pena es de 30 años, ningún otro delito menos grave debería superar esa cantidad. Lo decidirán los jueces.

¿Eso es hacer Justicia por Lucio?

- No hay que quedarse sólo con la condena: sí, hago más que si no condenara, porque sino lo que estoy diciendo es ‘hagan lo que quieran que está todo bien’. 

Dice Dorila Raquel Romero, abogada, Defensora Civil del Ministerio Público de La Pampa. En vez de cruces en su oficina tiene una foto de Andrea Lopez, la joven santarroseña víctima de femicidio que lleva 19 años desaparecida, y en la puerta una cinta negra por la violencia de género.

Dice que se le pide a la Justicia lo que se le debería pedir a todo el Sistema Estatal, que no sea patriarcal, clasista, racista, injusto, androcéntrico y adultocéntrico; que esperar que la Justicia por sí misma revierta la situación social es imposible.

Dice también que llegamos a la Justicia cuando todo ha fracasado: “tenemos un montón de leyes: empezando por la 26.061 de Protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, pero si no se cumplen, si además no hay un cambio estructural con perspectiva de género, si no se modifican las estructuras de pensamiento, ¿qué hacemos con las leyes?”.

En Diputados ya tiene media sanción el proyecto de la Ley Lucio, impulsada por el Diputado Nacional por La Pampa Martín Maquieyra, que busca capacitar a quienes ejercen cargos en la función pública para que puedan detectar y prevenir el maltrato infantil.

Hoy Romero sugiere acciones concretas, posibles: “Más personal, más profesionales trabajando. En la Defensoría -donde atendemos más de diez mil casos anuales- no tenemos equipos técnicos para acompañar o corroborar las cosas que nos cuentan las personas porque cada parte dice lo suyo y sería importante que alguien pudiese mirar más de cerca las historias. Necesitaríamos un código procesal específico para cuestiones de familia. Tengo la sensación de que estamos frente a una catarata con dos vasitos de agua tratando de atajar todo”.


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio? 
Dice que todos los detalles escabrosos que se dieron a conocer sólo revictimizan.

Juan Carlos Toulouse fue el médico forense que intervino en la autopsia sobre el cuerpo de Lucio Dupuy. Dos días después del crimen, en una entrevista, dio detalles del procedimiento. Aseguró que a lo largo de su carrera “nunca vio algo así”, habló de “ensañamiento” y advirtió que “alguien tiene que haber visto” las marcas en el cuerpo del niño. La entrevista se transmitió por streaming, se viralizaron sus textuales, aún cuando el informe final de la necropsia no había llegado a manos de los fiscales. Le valió a Toulouse un sumario.

El material sensible del juicio no había formado parte de los contenidos periodísticos generados en La Pampa. El área de prensa del Superior Tribunal de Justicia (STJ) se encargó de enviar el reporte de todas las audiencias evitando la revictimización del niño y el contenido morboso. Ante la imposibilidad de ingresar a la sala de audiencias, la prensa local publicó la información que proveía el STJ. Sin embargo, días después de la ronda de alegatos y cuando restaban diez días para la sentencia, el pacto se rompió: el portal argentino Infobae publicó una serie de artículos basados en los mensajes de WhatsApp entre Abigail Páez y Magdalena Espósito Valenti. Los mensajes hablaban de golpizas y torturas contra el niño. En las redes explotó el odio y el morbo derramó en los medios pampeanos que replicaron los chats.

¿Por qué en nombre de Lucio se siguió ultrajando a Lucio?

“Estamos obligados a pensar en la práctica periodística. El morbo que empezó con las filtraciones debe investigarse. Termina revictimizando y vulnerando a las infancias, que deberían ser el centro de atención. En las prácticas morbosas hay una intencionalidad ideológica, es la que subyace en los medios de comunicación. Ni hablar de las usinas que tienen alcance nacional. Y por otra parte, hubo ataques contra el movimiento feminista. Hubo una inquisición de grupos reaccionarios en medios de comunicación. Recuerdo un graph que decía: ‘el todes mató a Lucio’”, opina Mónica Molina, periodista y docente, integrante de la RED PAR por una comunicación no sexista.


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio?
Dice que es canalla atacar al feminismo.

Dos mujeres matan a un niño. Dos mujeres lesbianas. Dos lesbianas que militaron por el derecho al aborto. Dos lesbianas, una de ellas en plena transición de género, abusan y matan a un niño al que tenían que cuidar. Se llegó a una conclusión: esas dos mujeres odiaban a un varón.

Fue suficiente compartir imágenes de Magdalena Espósito y Abigaíl Paez con el pañuelo verde, asociarlas a los colores del movimiento LGBTIQ+ para intentar desprestigiar un movimiento heterogéneo que lucha por los derechos de las mujeres y levanta la voz antes las violencias machistas que afectan a las infancias, las adolescencias y las minorías.

¿Por qué?

-El intento fue poner en duda la legitimidad de los reclamos del feminismo y especialmente del lesbianismo, de las transexuales, de las mujeres que solicitamos y luchamos por el acceso al aborto. Las cifras lo demuestran: lo más frecuente y lo que sucede en nuestra sociedad no es que los niños y niñas sean vulnerados por mujeres. Y tampoco hay una decidida demostración de que las orientaciones sexuales por sí mismas están más vinculadas a vulneraciones a niños y adolescentes que las identidades heterosexuales -dice Mónica Rodríguez, militante pampeana de la Campaña Nacional por el Aborto y médica pediatra jubilada.

Un informe especial de la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema revela que de acuerdo al análisis de los casos registrados entre 2020 y 2021, el 73% de quienes agreden a niñas, niños y adolescentes son varones.

En su alegato final, el abogado Mario Aguerrido, representante de la familia Dupuy, esgrimió como agravante “el odio de género” aunque el tribunal desestimó este pedido a la hora de la sentencia tras escuchar a las peritas psicológicas oficiales.

La licenciada María Laura Cabot esgrimió en alusión a Abigail Páez: “ella dijo percibirse como no binaria, no tiene conflicto con esto, manifestó compartir ciertas características masculinas y ciertas del género femenino, pero eso no es conflictivo para ella. El género masculino no influyó en este caso, porque no había lugar para otro, para un tercero, pudo haber sido cualquier tercero, (...) fue Lucio y pudo haber sido otra persona”.

-Nosotras no tenemos la posición de las odiantes. La violencia que impuso el patriarcado es contra todo lo que no responde a una estructura familiar centrada en los intereses del hombre. Y en general lo que pretendemos es que se repiensen los vínculos sociales y sexoafectivos. El patriarcado impone una estructura de dominación, de subordinación de la mujer, niños y diversidades sexuales. Nosotras no odiamos -dice Mónica Rodríguez.


¿Qué dice de nosotres la historia de Lucio?
Dice que el monstruo social no existe.

El espanto que genera un crimen como el de Lucio obstruye cualquier pensamiento colectivo. Ver el horror nos hace huir. En foco entonces está el niño y sus asesinas, fuera de cuadro el resto de la sociedad que mira la escena pero no se siente parte de ella.

“Los lobos somos todos, pero se identifica a uno solo y se cree que se resolvió el tema porque quedó privado de la libertad y en realidad el problema es la sociedad”, dice Juan Pablo Meaca. La abogada Raquel Romero agrega: “No todos somos culpables, pero nos tenemos que hacer cargo de que este sistema genera psicópatas”.

A comienzos de febrero, mientras se esperaba la sentencia de Magdalena Espósito y Abigal Páez, un niño de trece meses fue ingresado de urgencia al Hospital Molas de Santa Rosa. El padre dijo que se había caído de un sillón: está con prisión preventiva.

De nuevo: ¿Qué dice la historia de Lucio, de esos niños que ahora mismo están peleando por su vida?

¿No podríamos haber sido cualquiera de nosotres la vecina que intentó reanimarlo y no pudo? ¿Nunca fuiste vos, el que vio golpeado a un niño y no insistió con la pregunta? ¿Me habrá pasado a mí ser la maestra que nunca advirtió un signo de violencia en une de sus alumnes? ¿Seremos la familia que no llegó a tiempo? ¿Ya lo fuimos? ¿Podríamos haber sido uno de esos médicos o médicas que lo revisaron y no supieron/pudieron leer un signo de maltrato? ¿No es terrorífico pensar que vamos a tocar la puerta equivocada? ¿No es desesperante creer cada vez menos en la Justicia? ¿Acaso no es el Estado el que debe asumir su responsabilidad y empezar a generar acciones concretas para frenar tanta violencia?

El crimen de Lucio podría verse como una película repleta de personajes secundarios que no pudieron, no supieron, jamás se dieron cuenta de que podrían haberlo cuidado. Un sistema de círculos concéntricos donde nada, ni nadie, altera el núcleo en el que un niño está solo contra la muerte.

No pudimos.-