¿Por qué hacemos un taller de escritura y no escribimos?
por EED
Multiempleo, duelos, mudanzas, visitas inesperadas, un presupuesto del mecánico que quita el sueño. Habitar espacios para salir de otros que lastiman, el encanto de aprender cosas nuevas. Desempleo. Marchas, huelgas, paros, la guerra a lo lejos. La escritura como trinchera y a veces la escritura que no sirve para nada. Los y las participantes del taller de Yerta No se nace cronista, se nace bebé a cargo de Ángeles Alemandi, envían cartas narrativas para contar porqué es tan difícil escribir en estos tiempos. Crean así postales de época desde Ushuaia, Tucumán, Beltrán, Tres Arroyos, Bahía Blanca, Bariloche, Bogotá, Buenos Aires, Fisque/Roca, San Martín de los Andes que pintan una escena de país doliente.
Ilustraciones: Delfina Filloy
Hola Ángeles, ¿cómo estás? Antes que nada, quería pedirte disculpas por no haber escrito nada para el taller.
Las últimas horas fueron bastante intensas. Soy el monumento a "la hija del rigor", toda mi vida dejé todo para último momento y esta vez no fue la excepción. Mi idea era trabajar en la crónica ayer a la noche, después de la marcha en defensa a la educación pública. Iba a estar en casa sola y tranquila. Pensaba cocinar algo rico y sentarme a escribir. Nada de eso pasó.
Llegué a casa a eso de las 21 y mi mente estaba completamente absorbida por lo vivido en la calle. Me senté en el sillón y no pude levantarme más. La energía, la emoción y el sentido de comunidad, más la cantidad de personas, hicieron que fuera imposible concentrarme en cualquier otra cosa. Creo que jamás había experimentado algo así en este cuerpo de 34 años.
Las calles de Roca/Fiske se llenaron. Fueron veinte cuadras de gente. Veinte cuadras en una ciudad patagónica de ciento veinte mil habitantes es muchísimo. Había personas grandes, niños y niñas con sus papás y mamás. Me encontré con profesores de la escuela que me reconocieron. Vi a las abuelas de mis amigas con carteles y libros. Marché con mis compañeras del laburo y también con mis amigas de toda la vida. Estaban mis alumnas y alumnos de la facu y me abrazaron. Vi al chico que me gusta y me dio esperanza. El amor siempre es un acto político. Papá me acompañó a la distancia y siento que a medida que pasa el tiempo es más peronista de lo que cree. Es como si todo lo que pensaba saber y sentir se transformara en algo nuevo, con otro nombre que todavía no logro encontrar.
Quizás termine escribiendo sobre todo esto alguna vez. Quizás esta noche me quede sola un rato, cocine algo rico y las palabras vuelvan a fluir con gustito a calle, a lucha y a universidad pública.
Delfina
*
Hola Ángeles, ¿cómo estás? Quería avisarte que hoy no vas a encontrar acá, en tu bandeja de entrada, mi trabajo práctico semanal. A la angustia por la situación social y por lo complejo que pinta el panorama en mi laburo -y en casi todo el Estado-, se le agregó algo más triste, más denso. Ayer, 11 de abril, mi papá hubiera cumplido 82 años. Pero falleció unos días antes. Desde entonces, tuve que viajar varias veces al pueblo, a Burato, que queda a 90 kilómetros de donde vivo: Bahía Blanca. Hay muchas cuestiones por resolver, pero regresar a su casa fue enfrentarme a su ausencia.
Sé que no es que no llegué a hacer el trabajo por falta de tiempo. Renuncié a llegar porque elegí ocuparlo en otras cosas. Unas veces a mirar tele, alguna serie o deportes, casi sin mirar, es cierto. Otras a jugar con Matilde, mi hija más chica, que con 5 años revoluciona todo. O a compartir más con Juana, mi otra hija, de 13, que entrando en la adolescencia se aleja pidiendo distancia o reclama cercanía, a veces casi al mismo tiempo. También necesité estar con Majo, ese huracán al que me gusta entregarme sin brújula en medio de la vorágine. Las elecciones son por acción u omisión. Y más allá del modo, hay que hacerse cargo, ¿no? Y bueno, todo no se puede, decía mi vieja. Y así estoy, así estamos.
Besos Ángeles, espero que la próxima vez pueda elegir llegar.
Fer.
Ángeles, querida, perdón, pero no llego con el texto para este martes. El finde estuve con amiguitas de mi hija invadiéndome la vida. En Bariloche cortaron por obras la ruta que va de casa al cole así que la última semana estuve muchas horas más de las pensadas arriba del auto. Hoy caminé más de media hora por el barrio porque alguien se robó el plato del agua de mi perra, no lo encontré y salen un huevo: volveremos a la lata de dulce de batata. Este mes por suerte pegué algunas traducciones, pero si te soy sincera tampoco es que me sacaron tanto tiempo. Lo cierto es que -a vos te lo puedo decir porque estamos en confianza- no tuve ganas. No encontré la motivación, tengo un tema que me anda dando vueltas pero creo que no me da la energía para encarar las entrevistas que habría que hacer para hacerle justicia. Tampoco es una gran historia. Todo me parece poco importante en estos tiempos. Además, cada vez que pienso en un tema para escribir me encuentro con que alguien ya lo hizo, pero mejor. Como aquel texto sobre la lactancia que trabajé en el taller del año pasado, ¿te acordás?, después supe que la Robayo lo había escrito hace años y es tan magnífico que para qué carajos intentarlo. Leer a otros para inspirarme está teniendo el efecto contrario. Ni arranqué el nuevo libro de Leila Guerriero. Imaginate dónde me puede quedar el ego cronista. No se nace Leila, se nace bebé, ya sé. Me siento más bebé que nunca. Voy a ver si esta semana encuentro el momento. Sé que tengo que forzarme a sentarme delante de la compu y arrancar, porque “el momento” no llega nunca. Nunca estás preparada para escribir, como nunca estás preparada para tener hijos, o para mudarte. Hay que hacerlo y ya, y después ves cómo lidiás con el quilombo, ¿no?
¡Te mando un abrazo y gracias por la paciencia!
Vani
*
Pido disculpas a mis compañeras y compañeros, porque entré al taller con la idea de encontrarme con la escritura, pero me doy con una cotidianidad llena de cosas que tengo que hacer para hoy y muchas veces para ayer.
Dos o tres veces a la semana diseño posteos para las nuevas reseñas que salen en Lúcuma. Dos o tres veces hago portadas y miniaturas para los recortes del programa de radio-streaming sobre música electrónica, en el cual estoy además de productor los sábados a la noche. Dos o tres veces trabajo en flyers y placas para los nuevos eventos que anunciamos en La Gesta Cultural, además de editar videos para la promoción de los mismos. Viernes y sábados estoy en esa casa que alquilamos en Tucumán y que transformamos en bar y centro cultural, limpio el piso, lavo platos, hago de DJ. De lunes a viernes tengo tareas en la agencia para la cual trabajo a cambio de no mucho dinero, pero es lo que más me suma a principio de mes.
Estoy un poco sobrepasado, pero doy todo de mí porque creo firmemente en cada uno de esos proyectos. Pienso que es un esfuerzo que algún día va a dar sus frutos y agradeceré al Miguel del pasado. Así que pido disculpas de nuevo y sigo adelante porque creo en esto: voy a escribir más.
Migue
*
Querida Ángeles,
Te escribo para contarte que aún no pude retomar mi crónica para hacer la segunda versión, no pude enfocarme en la historia que quería contar y que parecía tan fácilmente extraíble de la jaula de gatitos que te mandé la última vez.
Podría decirte que fue culpa de la tesina eterna que no deja de atormentarme, que cuanto más tiempo le dedico para cerrar esta etapa de mi vida y conseguir ese título, más parece ralentizarse. Siempre aparece una cita más para chequear o un argumento más para desarrollar. Pero no. Esta semana pasó otra cosa: llegó mi suegra de Buenos Aires a Bariloche, cual dron suicida de guerras lejanas, y yo aquí, sin haber desplegado mi Domo de Hierro. ¿Podría haberse evitado la visita en este abril sumamente cargado de ocupaciones? Sí, pero me dormí. Y bien sabido es que cocodrilo que se duerme…
Mientras transcurren los próximos diez días dos cosas pueden suceder: que la escritura sea trinchera o que la presencia extraña en la casa ocupe cada metro cuadrado del poco espacio disponible y absorba oxígeno, horas y energía. El tiempo dirá.
Hasta nuestro próximo encuentro.
Miri
Ángeles querida:
Me siento a escribir y siempre hay otra cosa por resolver. Urgente, necesaria, pedida para ayer. Son las siete y media de la mañana de un sábado otoñal. Hace frío en Tres Arroyos, lo sé porque llevé a la perra hasta la plaza y el viento me sacudía el sueño y a los árboles sus hojas secas. Volví a casa, todos duermen. Me preparé un té y prendí la computadora. Desde anoche habían quedado abiertas varias pestañas. Es que el viernes estuve toda la tarde terminando de escribir el proyecto de cátedra para el taller del Instituto, debía entregar también, la versión abreviada y las declaraciones juradas de horario, todo impreso y por correo. A veces creo que después de la pandemia todo se complicó, al menos el trabajo docente.
Me releo y pienso ¡eureka! No es que no escriba, es que escribo muchas cosas, además de lo académico, el diseño de las clases, las propuestas de escritura. Hace unos años, leí una entrevista a Luisa Valenzuela donde le preguntaban sobre los talleres de escritura y ella dijo una frase que me quedó grabada; allí una escribe de manera sicaria. ¿A vos te pasa? Siento que un poco de eso también hay: hacer escribir te saca algo de resto, y cuando no hay resto te saca hacia el futuro como en la cuenta bancaria cuando te dan esos adelantos porque te quedaste sin fondos y luego los recuperan con intereses, así.
Entonces mi día se va en escribir otras cosas o por medio de otros, en lugar de escribir esa crónica de Oriente que cada día se parece más a “Una novela que comienza” de Macedonio Fernández, pero en mi caso, podría llamarse “Una crónica que espera ser escrita”.
Leti
*
¡Estimada Ángeles!
Empiezo a escribirte y me habita la emoción que solía tener cuando recibía alguna carta años atrás, aquí en Ushuaia, de amigos que estaban lejos o de mi familia. Mi mamá solía escribir un encabezado de tres cuartos de hojas diciendo: “Querida hija, escribo esta carta esperando que cuando llegue a tu poder te encuentres muy bien de salud, quedando yo muy bien, a Dios gracias. Esos son mis deseos”.
Ahora mismo, con una de sus cartas en la mano, veo que respondiendo a mis demandas me contestaba “las plantas están lindas, a pesar de la seca; el damasco está lleno de frutos. Al limonero parece que le ha entrado una peste, porque los limones están chiquitos y está tristón”. Más adelante decía: “está madrugada cayó una lluvia hermosa y sigue lloviendo ahora más raleado, pero sigue cayendo agua. Las plantas van a estar contentas”.
Yo quería eso, que me contase esos milagros de la tierra y el agua, de esa Córdoba de poca lluvia, que hacía estragos en el patio de la casa de mi madre, en las cosechas de San Pedro, pegadito a Villa Dolores, ese pueblito que antaño produjo papas, cebollas, ajos gigantes, tabaco y naranjas deliciosas.
A Irma, mi madre, no le tocó fácil, me pregunto si alguna vez fue feliz. Pero ella solita, decidió hacer la nocturna para aprender a leer y escribir de grande. Mucho tiempo le marqué sus errores de ortografía, hasta que dejé de insistir con eso: qué importaba si hermosa no tenía la h, igual el aguacero de esa madrugada era hermoso y si lluvia estaba escrita con b larga ¿dejaba de ser ese milagro que mojó la tierra y penetró en las capas para revitalizar ese damasco empecinado en dar frutos? Esa era mi mamá, de pie contra todo.
Ahora me releo, y creo que no cumplí la consigna –dar excusas de porque no escribimos para el taller literario-, pero las cartas fueron muy importantes para mí en el pasado y extraño mucho la emoción que me producía recibirlas, el timbrazo del cartero, el hecho de romper la parte superior del sobre para luego sacar esa envoltura de papel blanco con un mensaje para mí, escrito en tinta azul, a veces negra, que ansiaba leer. ¡Si se pudiera recuperar!
Te despido, con cariño y hasta el próximo encuentro. Esperando que estés bien, te saluda.
Marta
Queridos compañeros del grupo de los martes, tenía toda la intención de avanzar con mi escrito pero me ha sido realmente imposible. Decidí retomar una relación amorosa y me estoy mudando nuevamente con esa persona y con mis hijos. Ando nerviosa, preocupada, atenta más que nada a mis hijos y a lo que ellos expresan, finalmente contenta, pero con muchos miedos. Todavía debo seguir sacando varios muebles de la casa anterior, coordinar con una amiga para que me preste su camioneta y con otra para que me permita guardar cosas en un galpón de su casa. Ahora mientras almuerzo y redacto estas líneas estoy repasando cuántos días me quedan para entregar la llave. Como si fuera poco, en el mismo momento en que decidí mudarme se me rompió el auto. La semana pasada un mecánico me dijo que el repuesto original, nuevo, puede llegar a costar 500 mil pesos, más la mano de obra, eso suponiendo que lo demás funcione bien. Cuando escuché el audio que me había enviado dejé el teléfono sobre la mesa, no llegué a contestarle, sólo sentí el cuerpo pesado, más que nada la espalda.
Así fueron pasando estos días, ya saben que, como si fuese poco, en el hospital donde trabajo en Beltrán, me encuentro inmersa en todo lo que tiene que ver con la lucha por el salario, es casi el único tema de conversación y de lo que quiero escribir para el taller, pero la verdad es que no logro avanzar.
En fin, marzo fue un mes de batalla y preocupaciones. Todavía me estoy acomodando.
Nati
*
Ángeles! (en el tono del Indio en perdiendo el tiempo)
Aquí me encuentro en la contradicción de escribirte para hablar sobre mis problemas para escribir. Me temo que la causa principal podría ser la pereza que me contagia la lluvia y cómo me arrastra a la introspección. Una introspección fallida porque es imposible abstraerse lo suficiente para obviar los vaivenes de la república: muchísimos recortes, pequeñas violencias que se van instalando, nos auguran un futuro inmediato triste.
Además, escribir para mí es una lucha constante ya que gran parte de mi trabajo está relacionado con la lectura, la edición y la corrección. Busco espacios creativos, pero a veces el entusiasmo se convierte en angustia y desesperación, otra veces fluye y algo parecido a la felicidad me recorre los dedos. Funciono mejor siguiendo consignas, ejercicios. Líneas de tiempo para trabajos inconclusos. Presiones suficientes para llegar a un plazo. Distintas etapas de un proceso no siempre fructífero.
Intentar escribir es bucear sin tener la certeza de que el oxígeno va alcanzar para emerger a tiempo. Seguiré buscando alguna isla de flotación, en un mundo cada vez más líquido y aislado.
Te saludo desde San Martín de los Andes, bajo esta lluvia de otoño.
Dante
*
Querida Ángeles y compañerxs:
Montar una excusa de por qué no escribo si me anoté en un curso de escritura me servirá también para excusarme de por qué no opino de los ejercicios de mis compañeras. Pocas veces he sentido tan palpable aquel dicho repetitivo, que hace rechinar los dientes y doler los oídos: “das de lo que tienes”. ¿Qué puede decir una persona sobre crónicas si nunca ha escrito una? O peor aún: ¿qué puede decir una persona sobre escritura si son las 3:00 pm y miro la pantalla y no sé dónde queda el botón de Google o cuál es el siguiente comando a realizar, ni soy capaz de llegar al Drive o los archivos del computador?
Como a una nube que ya era arrastrada por el viento, un trueno me conecta de nuevo con la realidad, la alarma de las 4:00 pm. Me recuerda que tengo trabajo y un taller de escritura. ¿Cómo es posible que teclear una palabra, un puñado de palabras, me haya tomado una hora? Noto el paso del tiempo a través de la ventana, son las 5:30 pm, atardece en Bogotá. En mi agenda nada se pinta de verde, las tareas están escritas por mi puño y letra, hoy la veo y la distingo pero mi mente no recuerda cómo cumplirlas.
Es momento de tomar otra cucharada del medicamento del día, me levanto de la silla y llego a la cocina sin recordar a qué fui. Me disculpo compañeras por mi falta de generosidad, confío en que podrán entender.
Cordialmente,
Magda Cortés M.
Querida Ángeles,
Sí, ya lo sé. Las excusas no se publican. Lo lógico sería pensar que tengo tiempo de sobra porque en enero me quedé sin trabajo. Me acuerdo que, una vez pasado el shock, pensé que ahora sí encontraría el momento para ir más al gimnasio, leer, ver películas, dormir la siesta, todo eso que siempre digo que no tengo tiempo de hacer por el multiempleo al que el periodismo me acostumbró hace ya varios años.
Al principio me funcionó. Desactivé la alarma y empecé a despertarme sin reloj. Pasaba la mañana tomando mate, leyendo, escuchando la radio. No tener que salir corriendo me parecía extraño, pero logré disfrutarlo como si fueran unas vacaciones en casa. Al mes me inventé planes, mandé sumarios y curriculums a todos los medios que te puedas imaginar, me senté a buscar becas, porque las vacaciones son muy lindas, siempre y cuando sepas que algún día volvés al ruedo y las cuentas no se atrasan. Paradójicamente, buscar trabajo se convirtió en una ocupación full time.
Por suerte, en marzo —y de a poco— las cosas empezaron a activarse. Me llamaron para algunas tareas freelance, tuve entrevistas y muchas reuniones para buscar financiadores para proyectos. La trampa de la autogestión es que, a veces, pasás más tiempo buscando cómo financiar tu trabajo que, efectivamente, trabajando. O, en realidad, todo eso que no te enseñan en la facultad se convierte en parte de tu trabajo.
Si, ya lo sé. Las excusas no se publican, pero con todo esto no pude escribir ni una sola línea. La semana que viene, espero, te envío mi crónica.
Un beso,
Gracias por comprender.
Paz
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Hola Ángeles.
Me pasa que no soy muy prolífera escribiendo, y sólo lo hago cuando tengo algo para decir, que no tiene que ver con que baje la musa inspiradora sino con encontrar un tema o una frase que me trascienda. Desde ahí puedo desarrollar un texto. Esta semana no sucedió.
Todos temas comunes. O temas fatales como la guerra en Israel, el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 con tantos muertos y rehenes que aún hoy están capturados y pocos los reclaman en el mundo y el bombardeo de cientos de misiles de Irán a Jerusalém, ciudad de las tres religiones, de lo que puedo decir "apoyo inquebrantable a Israel" y mis respetos y apoyo a los demás símbolos de las religiones agraviadas.
También me está pasando que me anoté en varios cursos de cine con crítica y debate porque el profesor es muy genio y me gustan sus análisis, pero nunca tengo el tiempo para ver todas las películas que nos recomienda. ¿Y cómo hacer el taller de cine sin ver cine?
Creo que aunque no llego a hacer todo, participo de algunos espacios para aprender a ver con una mirada avezada las películas y los textos que gusto mirar y leer.
Dora
*
Querida Ángeles:
Te escribo para disculparme, hace muchas semanas que no escribo y por eso no mandé nada para el taller. Empecé entusiasmada, con ganas, y me está costando sostener el impulso.
El martes estuve en la calle, fue impresionante la marcha en Bahía. Mientras iba entre mucha gente amiga, entre las banderas, recordé cómo hace treinta años estábamos en la misma. Encontré compañeras y compañeros con los que, en los ‘90, defendimos la universidad contra los ajustes del neoliberalismo. Por aquellos años estaba recién entrando en la militancia estudiantil; estábamos en asamblea permanente, dormíamos muy poco y teníamos fuerzas para estar en la calle, para estudiar, para escribir, para ir a los medios.
Recordé esos tiempos con la sensación de que el pasado volvió en una versión más violenta y más berreta. Menem trajo a los deportistas a la política, ahora hay cosplayers, trolls, influencers, timberos de todo tipo.
Tal vez no sea sólo la edad o las obligaciones lo que hace que esté cansada; tal vez sea este nuevo orden de cosas que me va minando la energía.
Me cuesta pensar que esa marcha sea el comienzo de una resistencia, me cuesta creer en la juventud y cada vez confío menos en la escritura, en lo que pueda hacer para que esto cambie.
Perdón por tanta oscuridad.
Te abrazo,
Eva