Nos vuela la cabeza

por Ángeles Alemandi

La noche del 1 de septiembre quisieron matar a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Le dispararon, pero la bala no salió del arma. Lo que huele a pólvora es el Odio.

Septiembre 2022

Una mujer que sostiene un libro de tapas azules.

Una mujer a la que alguien le grita te amo.

Una mujer, no cualquier mujer, en la marea de una multitud que la espera llegar.

Una mujer a la que le brilla el pelo, que tiene las uñas pintadas, anillos en las manos, en esas manos que pronto se llevará a la cabeza.

Una mujer al final de un día parecido a estos últimos días agitados: apenas a unos pasos de entrar a su casa.

Una mujer que de pronto deja de sonreír, cierra los ojos, da un paso hacia atrás. ¿Retrocede en la inercia de querer esquivar la tragedia? ¿Se da cuenta de que la apuntan con un arma?

Ya no sé cuántas veces miré el video donde intentan matar a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Recuerdo El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, ese comienzo en el que ella dice que “cuando tenemos delante un desastre repentino, siempre nos fijamos en lo anodinas que eran las circunstancias en las que tuvo lugar lo impensable”. Busco el libro en cada repetición de la grabación, presto atención al color del abrigo, al destello brillante del anillo y cuando entra en cuadro el arma, cuando queda apenas a cinco centímetros del cuerpo de la vicepresidenta, de nuevo, no lo puedo creer.

El arma es una pistola Bersa 380, negra, que ahora sabemos estaba cargada con cinco proyectiles y de acuerdo a una pericia preliminar, nunca se accionó la corredera para que las balas entren en la recámara. Al disparar, el tiro no salió.

Y sin embargo nos vuela la cabeza.

No hay sangre que enturbie la escena, pero el potencial, lo que podría haber sido, es una mancha que como sociedad no vamos a poder lavar nunca.

El que atacó a Cristina Fernández de Kirchner es un hombre de 35 años llamado Fernando Sabag. Un loco suelto, eligen decir algunos, un caso aislado. No: el único loco suelto en Argentina es el Odio.

Odio es el título de un poema de Wislawa Szymorska, termina así:

"Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
y solamente él mira hacia el futuro
con confianza"

El Odio se disparó en tweets de referentes políticos que alientan a un mundo de aniquilación donde “Son ellos o nosotros”. El Odio es una foto donde alguien lleva una máscara y simula ser la vicepresidenta y otro la estrangula con sus manos. Es un cartel que dice “Muerte a la cretina”. El Odio es un micrófono que se enciende en la radio y que en nombre de la libertad de expresión pisotea un periodismo responsable, ético, democrático.

Pienso en esa idea tan repetida: las palabras hacen cosas. Las palabras que parecen tan livianas, tan fáciles de tipear en una red social, tan inocentes cuando titulan notas que prefieren llamar ataque lo que fue un intento de homicidio, o digámoslo con más precisión: de magnicidio. “Al lenguaje, más que preguntarle qué dice, hay que preguntarle cómo funciona”, dijo Martín Kohan en una entrevista, hablaba de su novela Confesión, hablaba de las formas del poder.

La poeta Ludmila Cabana Crozza de General Roca, o mejor, de Fisque Menuco, como bien dice ella, escribió esta mañana:

"Abre la boca
apoya la lengua contra el paladar inferior
gatilla dos sílabas
los disparos dan en el blanco y lentamente
morimos todos"

Doy play otra vez al video del atentado. Cada vez escucho menos el murmullo de las personas que se amuchan para tocar a Cristina Fernández de Kirchner, para saludarla, para que les firme Sinceramente, el libro que ella escribió, y percibo con absoluta claridad el sonido del arma que se gatilla. Al final, el tiro sale, el aire huele a pólvora: nos llena de miedo, nos encierra en nuestras casas, nos avisa que la diferencia se elimina, que la democracia puede estallar por los aires.