Nunca es suficiente
por Julieta La Casa
#8M. La ciencia, la tecnología, las matemáticas, la física, también son asunto de mujeres. Aunque en ese universo tengan el acceso restringido. Adriana Serquis, actual presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica, lo sabe. Y sabe que las barreras caen o cambian si en ese camino la construcción es colectiva.
Fotos: Eliana Obregón (Télam) / Conicet.
Las curvas de la ruta que bordea el lago Nahuel Huapi aparecen sin aviso rodeadas por los picos del Cerro Capilla que recortan el cielo, la pared que impone el Cerro López y la dimensión exagerada del agua que cambia de transparente a oscura con la velocidad de las nubes. La línea sinuosa de asfalto pasa, a nueve kilómetros y medio desde el centro de Bariloche, provincia de Río Negro, por el primer puesto de seguridad que marca el ingreso al Centro Atómico de la ciudad, uno de los tres en todo el país. Con el lago en la espalda, todavía faltará seguir el camino de arboleda hasta las barreras del segundo control, esta vez solicitud de DNI y toma de foto mediante, para subir a una camioneta que recorrerá varias curvas más hasta la sede de Presidencia que la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) tiene en el lugar. Ahí espera Adriana Serquis. Está pendiente del horario. Cuenta con el tiempo justo. Aunque la elocuencia de su relato aparta amablemente al apuro, la agenda del día ordena que queda mucho trabajo por hacer.
Adriana Cristina Serquis se graduó como licenciada en Ciencias Físicas por la Universidad de Buenos Aires en 1993 y realizó su doctorado en el Instituto Balseiro, ubicado en el predio del Centro Atómico Bariloche. Esa decisión fue motivada por una vocación académica, pero también por un plan de vida: elegir la montaña como hogar. Es profesora titular en la Universidad Nacional de Río Negro y fue también docente del Balseiro. La investigadora principal del CONICET y ganadora del Premio Nacional L’Oréal-Unesco “Por la mujer en la ciencia” es, desde junio de 2021, la tercera mujer en ocupar la Presidencia en la Comisión Nacional de Energía Atómica.
La historia de Adriana Serquis podría haber sido de esas que engrosan los porcentajes de participación de mujeres en las ciencias sociales, blandas. Pero su curiosidad y debilidad por la exploración, su vocación por aplicar el conocimiento para resolver problemas reales y, tal vez, ser la hija que no pedía permiso -como la describía su madre- la del medio, que escapaba de los “no” recibidos por la hermana mayor y allanaba el terreno para la hermana menor, hicieron que su camino la llevara hacia las ciencias exactas: un universo donde las personas que se identifican con el género femenino son, estadísticamente, minoría.
A la niña Adriana, nacida en Buenos Aires en 1967, siempre le gustó jugar con experimentos, observar a su abuelo armar una radio galena a base de investigación y pasión autodidacta y leer Tecnirama, la Enciclopedia de la Ciencia y la Tecnología. La pequeña Adriana aún no sabía de la existencia de la física, ni que esa ciencia exploraba, casualmente, ese mundo de mezclas de colores y revelación sobre cómo funcionan las cosas que a ella siempre le entusiasmó. En algunos casos, es ese entusiasmo el que permite avanzar aunque la puerta no esté abierta. Desde temprana edad hay sesgos que estimulan a las niñas a jugar con muñecas y alejarse de las herramientas y dispositivos tecnológicos. Esto afecta su propia confianza en su capacidad para el ámbito científico o tecnológico, que dejan de ser opciones para estudiar en la universidad o desarrollarse profesionalmente y, si lo hacen, siempre es en contextos hechos a medida de los varones. Datos relevados por UNICEF indican que entre el 8% y el 20% del personal docente de matemáticas de sexto año, en América Latina, cree que el aprendizaje de esa disciplina es más fácil para los niños que para las niñas. Los prejuicios y los estereotipos de género influyen en el número de niñas y mujeres activas en las disciplinas STEM (por las iniciales en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática). En Argentina, el 25% de las adolescentes se siente con poca o nada de capacidad para estudiar estas disciplinas.
Adriana Serquis jugó a explorar y experimentar, pero también le interesaban la educación y los servicios sociales. Cursar la licenciatura en física en la Universidad de Buenos Aires a la mañana, trabajar durante el resto del día y cursar el profesorado de enseñanza primaria a la noche, ¿por qué no? La joven Adriana se recibió de docente mientras finalizaba su carrera universitaria y allí comenzó a ver que había cruzado límites que dejan a muchas fuera del camino: si bien las estudiantes mujeres son mayoría en el sistema universitario de Argentina, representan sólo 25% del total de quienes estudian ingeniería y ciencias aplicadas, y el 15% de las inscripciones en la carrera de programación, según la investigación realizada por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento que estudia el círculo vicioso de las mujeres en las disciplinas STEM.
Algunos caminos se recorren con libertad, bajo el amplio sentido del verbo elegir. Algunos se allanan siguiendo las huellas ya andadas. Otros, en cambio, deben crearse con la persistencia de quienes quieren dejar un surco en la piedra. En junio de 2015, año en que la promovieron a investigadora principal del CONICET, Adriana descubrió una marca que la hermanaba con historias que hasta un segundo antes de poner un pie en las calles frente al Congreso de la Nación Argentina no existían. Fue ahí cuando se topó con cuerpos que avanzaban con el lema #NiUnaMenos tatuado en el grito de reclamo, en la lucha por justicia y en un paso firme para derribar barreras que, hasta ese momento, no veía que bloqueaban su paso y el de muchas a su alrededor. De pronto vio con claridad que todos los nombres de los miembros de un comité, de posibles oradores para una conferencia internacional, de los profesionales que eligen a qué colegas premiar siempre eran de hombres. Un camino nuevo se abría, no allanado, no libre de obstáculos, no visibilizado por antecesoras, no guiado por referentes, no sin nuevas barreras que atravesar. Todos esos “no” se hicieron conscientes como primera señal para empezar a revertirlos para ella misma y para las demás.
Recordó también que, siendo adolescente, le había bastado una sola salida a la calle con una pollera con tajo para que se dijera que nunca más volvería a vestirse así. Un sentimiento de incomodidad, vulnerabilidad, impotencia le determinó qué ropa usar y se repitió casi de forma idéntica en sus ingresos al taller donde iba a realizar piezas para sus investigaciones y se encontraba con calendarios ofensivos, o cuando atendía el teléfono y la caratulaban automáticamente como secretaria del jefe. La indumentaria le gana en protagonismo al curriculum profesional y académico que la llevó a Adriana a ocupar el rol de la Presidencia en la Comisión Nacional de Energía Atómica hace más de dos años. Para obtener accesos y llegar a los lugares donde la presidenta quiere y debe estar, la científica no puede olvidarse del disfraz, como lo llama y luce desde su oficina en Bariloche. De adolescente, la pollera la exponía. Ahora, no usarla distrae a los colegas. La presidencia ejercida por una mujer parece venir con códigos de etiqueta, esos que incluyen la manicura hecha para poder empezar a hablar. Dedicarle tiempo personal al maquillaje, las uñas y la elección de la vestimenta es un atajo que Adriana Serquis no elige, pero al que recurre para no tener que dar explicaciones, para que el foco esté puesto en los razonamientos y los temas que necesita discutir. Las polleras, parece, siguen siendo un tema.
La presidenta del CNEA reparte sus semanas entre la oficina de Buenos Aires y la de Bariloche. No importa cuál sea la sede, todos los días hace el ejercicio de desarmar sesgos que la molestaron durante toda su carrera y que ella misma reproducía sin notarlo. Mientras lo cuenta se saca pesos invisibles con los gestos de sus brazos.
El Centro Atómico Bariloche es una de las locaciones pioneras de la Comisión Nacional de Energía Atómica, el organismo público creado en 1950 por el Poder Ejecutivo Nacional y un actor de referencia en el desarrollo del sistema de ciencia y tecnología del país. En 2021, cuando Serquis asumió la presidencia, el 34% de los puestos de trabajo y un 20% de las áreas técnicas estaban ocupados por mujeres. De las 24 gerencias existentes, todas eran comandadas por varones. Desde el inicio de su gestión, ella comenzó a trabajar en una reorganización institucional que suma algunos números a la lucha por ampliar la participación femenina: actualmente el 36% del plantel del organismo está representado por mujeres. Con respecto a los cargos de estructura, las gerencias fueron reducidas a 11 para mejorar la eficiencia y 5 son lideradas por gerentas.
En 2023 fue aprobado el Protocolo de intervención institucional ante casos de violencias por motivos de género y/u orientación sexual en el ámbito de las dependencias y anexos de la CNEA. El instrumento fue gestado e impulsado desde varios grupos independientes de mujeres y disidencias del organismo -como el Colectivo de Mujeres de Bariloche, el grupo de Mujeres Estudiantes y Trabajadoras del CAB, grupos en Buenos Aires- y le da formalidad y entidad a los reclamos y las situaciones diarias de violencia que pueden presentarse. El Departamento de Mujeres, Géneros, Diversidad e Inclusión Laboral creado en 2022 es el encargado de su implementación.
Según una encuesta del Equipo de Orientación en Violencia de Género del Centro Atómico, de las personas que vivenciaron situaciones de violencia, el 80% son mujeres y disidencias y el 20% son varones. De las modalidades de violencia de género, la laboral se lleva el mayor porcentaje (80%) frente a la violencia en la vía pública, doméstica, institucional o cibernética. La ciencia no es un lugar neutral, sin banderas. Cada tarea, responsabilidad o jerarquía se convierte en un territorio en disputa cuando las mujeres y otras identidades de género intentan correrse del rol que tienen establecido socialmente y que las aleja de las actividades reservadas para el repertorio masculino. A veces, Adriana Serquis tiene que pedir disculpas a otras mujeres a las que no acompañó o que se han sentido mal en situaciones particulares. El fenómeno es complejo y sutil, incluso para las mujeres que están dispuestas a transformarlo.
El Informe Global sobre la Brecha de Género 2023 del Foro Económico Mundial advierte que la tasa de contratación de mujeres en puestos de liderazgo está estancada. El Foro analiza las tendencias del mercado laboral a partir de datos de Linkedin y releva que, en todos los sectores, casi la mitad (46%) de los puestos de nivel inicial están ocupados por mujeres, pero la cifra se reduce prácticamente a la mitad (25%) en los puestos directivos. En el caso de los sectores STEM, la proporción del cupo femenino en los puestos directivos se reduce de nuevo a la mitad, al 12%. No hay ningún sector en el que la mayoría de estos roles estén ocupados por mujeres, ni siquiera aquellos en los que la participación femenina representa la mayor parte de la mano de obra total. En Educación, por ejemplo, las mujeres abarcan el 60% de los puestos de entrada, pero sólo el 39% de los cargos de mayor jerarquía. Y las que lo logran, siguen dando pelea.
-Todo el tiempo te están poniendo a prueba, tu autoridad siempre es cuestionada, permanentemente tenés que demostrar que sos mejor- dice Adriana Serquis.
El reloj de Adriana marca que ya pasaron 20 minutos del mediodía. Su secretaria ingresa para avisarle que es momento de retirarse. Del otro lado de la puerta hay un grupo de mujeres que entran y salen de salas y ascensores en sus rutinas de trabajo. Adriana deja las montañas de la ventana, se acerca a todas para un intercambio rápido de salida y lamenta no poder acompañarlas en el almuerzo. La presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica controla su vestimenta y su peinado para atravesar las barreras de acceso y continuar por la línea sinuosa.