Los censanteados que aún esperan

por Juan Galo Santamarina

En 1976, durante la última dictadura, más de 13 mil empleados estatales fueron despedidos por motivos políticos. Muchas provincias han impulsado resarcimientos económicos a modo de reparación histórica. Pero eso aún no ocurre en La Pampa y en el pueblo de 25 de Mayo, los cesanteados recuerdan con dolor aquel tiempo de desocupación, hambre y miedo.

Fotos: gentileza Gonzalo Tetti

Agosto 2023

Llegué media hora tarde. Le había mandado un whatsapp a Coco, pero él es de la vieja escuela y no lee mensajes. Ni bien me vio supe que venía el bolazo, porque el pueblo es chico y nos conocemos mucho. Vivimos en 25 de Mayo, al sudoeste de La Pampa, sobre las costas fronterizas del Río Colorado. Jorge Héctor Navarro, Coco, es mi vecino, su casa linda con el patio de la mía.

-Se te rompió el reloj -me dijo cuando abrió la puerta.

Fui a verlo para conocer mejor la historia de los cesanteados durante la última dictadura cívico militar. En Argentina, que tenía 26 millones de habitantes en 1976, hubo más de trece mil trabajadores del Estado que fueron despedidos por motivos políticos. De La Pampa eran 530 sobre un total de 172 mil habitantes y 84 vivían en este pueblo.

En abril del 2022 el gobierno provincial hizo bandera de la limpieza de los legajos de quienes habían sufrido la persecución laboral en aquella época, un hecho simbólico, pero que abría la puerta para que se escuchase el reclamo económico de los prescindidos. Sin embargo, el 25 de abril de este año, el Subsecretario de Derechos Humanos de La Pampa, Juan Pablo Fasce negó la posibilidad de resarcimiento, como se hizo en provincias vecinas.

Coco tiene 75 años. Es un hombre grande, baqueano y ya tomó mate mientras me esperaba. Sobre la mesa está la carpeta donde guarda la información de cada trabajador despedido. Dice que de los 84, vivos quedan sólo 33. Uno de los que ya no está es su hermano, Juan Roque, el Gordo Navarro.

El televisor está prendido y hace sonido ambiente. Nilda Rebollo, su esposa, nos acompaña y refuerza o corrige algunas fechas o esas confusiones a la que se presta la memoria después de tanto tiempo. A medida que la charla avanza la carpeta se va vaciando y ocupa cada vez más espacio en la larga mesa del comedor: un archivo histórico bastante amplio. Certificados de buena conducta, decretos militares, cesantías con los listados, algunos de ellos originales, ya amarillos, recortes de diarios sobre la vuelta de la democracia y datos de las reincoporaciones.

Lo que no cuentan esos papeles, lo va contando Coco. En 1976, 25 de mayo no llegaba a los mil habitantes y de golpe y porrazo 84 familias se quedaron sin su principal fuente laboral. El Ente Provincial del Río Colorado, un organismo del Estado, fue prácticamente desmantelado, el total de empleados antes de las cesantías era 140. Esta práctica, en aquellos tiempos oscuros, sólo era un ejercicio para amedentrar, una violación a los derechos de los trabajadores. A su hermano, el Gordo, lo prescindieron primero, aunque Coco cree que fue un error: era él a quién debían echar. Dice que después llamaron al Gordo para que vuelva, pero no lo hizo, ni lo haría nunca más. Primero se fue a Catriel, luego a Neuquén. El único de su familia que no fue depuesto de su cargo de chofer en el Ente fue su padre, Hector Peludo Navarro, un chacarero amable y atento, oriundo de La Copelina, al norte de Puelen, casado con Donatila Molina, conocidos por su solidaridad. También por su vino patero. Pampeanos hasta el caracú.

Coco también partió a Catriel con Nilda y sus hijos: Miguel, de 8 y Sonia de 7. Él tenía 28 y hacía nueve años que era planta permanente del Ente, siempre trabajó en la parte de la Estación Experimental, en el Laboratorio de Suelo, en el Departamento Agronomía. Se hizo experto en el tema, aún hoy, ya jubilado, Coco es fuente de consulta en cuanto a la historia y geografía de 25 y sus alrededores. Pero entonces, al quedar cesanteado, tuvo que entregar la casa que estaba pagando y partir en busca de otro empleo.

Su padre les extendió la mano, como siempre, pero el mango no alcanzaba para mucho. Se fue sabiendo que quería volver. En el ‘80 fue contratado por el Instituto de Seguridad Social para trabajar en un plan forestal. Estando allí, un día recibieron la visita del Coronel Recchi, encargado del Ministerio de Obras Públicas de la provincia hasta 1981. Él quiso saber de su situación y obtuvo como respuesta un:

-Date por conforme que no vinimos en un camioncito verde y no apareciste más.

Masculla la bronca cuando recuerda el momento y el rol de muchos empleados en esos despidos. Menciona a Rodriguez Santos aunque no recuerda bien su función, duda si era geólogo; Mónica Ibani, abogada, encargada de la parte burocrática de las cesantías; un tal Manita y por último el Ingeniero Rubinich, del que siempre se dijo que fue un colaboracionista. 

***

Si bien todos me resultaban conocidos, en la lista que Coco había desplegado sobre la mesa había un apellido muy familiar para mí, el de Don Pacheco Pineda y su hijo Daniel. Los dos fallecieron durante la pandemia. Históricos militantes y dirigentes de ATE. En su chacra pasé largos días y noches, eran familia de varios de mis amigos de la infancia. Con Don Pacheco hacía lo que nunca me ha gustado: despertarme temprano. Primero recorríamos los corrales alimentando o curando los animales, después la huerta, y volvíamos a la casita para desayunar con su esposa, que ya tenía listos los mates cocidos, el pan casero o tortas fritas, ellos oraban y yo guardaba respetuoso silencio. Su palabra siempre era compañera y guía a la vez.

-Pastor y marxista -me decía y nos reíamos de esa supuesta contradicción. Su chacra está a mil metros de la de mis padres.

En esa chacra, en la de Don Pineda, encuentro ahora a Hernán Alarcón. Nos sentamos alrededor de una mesa circular, tres gatos y dos perros nos acompañan.

Hernán también fue uno de los cesanteados. En el ‘76, un viernes como cualquiera marcó su tarjeta y un compañero le dijo que estaba en una lista, que los echaban. El lunes cuando volvió ya no pudo ingresar. Blanca Retamales, en Mesa de Entrada, era quien daba las malas noticias. Le comunicó que lo habían dejado cesante junto a siete compañeros más. En la oficina de personal le informaron las dos opciones que tenía: firmar la renuncia o firmar la cesantía con una indemnización de un sueldo por cada año de trabajo. La madre, que tenía una despensa, les “mató el mastique” para sus hijas, dice Hernán. Su papá tenía un camión viejo y con Daniel Pineda, su cuñado, salieron a vender áridos. Hacían dos viajes de arena, de ripio.

-Lo pasamos malísimamente, con hambre, desnudez, porque no había forma de subsistir acá. Como eran tiempos de milico se te reían en la cara, ellos eran amos y señores.

Hernán confirma, como los demás, los nombres de quienes armaron las listas y señala con enojo al Ingeniero Rubinich, hoy Director de Servicios Públicos Municipales. Dice que si estabas en el gremio y hacías uso de tus derechos, chau.

-Chau, te fuiste. Nos tenían señalados.

***

Coco, Hernán y ahora Vicente tienen algo en particular, son ariscos para los celulares, ni los mensajes de texto leen. Vicente Chirinos tiene una despensa en su casa. Pasé y no lo encontré. Su hija me hizo la recomendación de que lo llame en un rango de horas específico, por las dudas. Quedamos para un viernes a media mañana en su quinta. Casi todos los pobladores más antiguos de 25 tienen una chacrita, unas leguas de campo.

Otro tinglado acoge la charla. Vicente me invita a sentarme en una mesa redonda quinchera, un amigo suyo trabaja a nuestro lado construyendo la no menos importante churrasquera. Me cuenta que quiere hacerle ampliaciones a la casa, que “de cuando en vez”, la alquila y le saca unos manguitos.

Tenía 24 años y dos hijos cuando lo dejaron sin trabajo. Tampoco recibió explicación alguna. Al igual que Coco se las arregló trabajando para empresas que andaban en la zona y contrataban por quincena. En algunas estuvo más tiempo que en otras.

El día que lo notificaron andaba en “los piches”, actividad de caza ancestral del oeste pampeano que requiere, como la pesca, de paciencia y silencio, una reacción rápida y sobre todo el conocimiento para la cocción posterior. Ni bien volvió a su casa, un tío le dijo que había pasado Blanca Retamales a verlo y rápido intuyó la situación. Muchos de los cesanteados, cuenta Vicente, empezaron entonces a trabajar en Das Caño, empresa que construía la toma y planta de agua potable. Y que se iba moviendo de un lado a otro: Catriel, Colonia Chica, Arroyito, Neuquén.

El 19 de Julio de este 2023, el Colectivo de Prescindidos Políticos de La Pampa presentó al Gobernador Sergio Ziliotto el proyecto de ley de reparación económica para las y los Ex Agentes Públicos nacionales, provinciales y municipales de la Provincia de La Pampa, “que durante el período comprendido entre el 24 de marzo de 1976 y el 9 de diciembre de 1983 por motivos políticos, ideológicos y/o gremiales fueron cesanteados/as, exonerados/as y/o forzados/as a renunciar, declarándoselos/as prescindibles, sin sumario legal previo y/u obligados/as a renunciar”. Solicitan una única indemnización de 30 sueldos mínimos vitales y móviles tal como sucedió en las provincias vecinas de Neuquén y Río Negro. El reclamo actual intenta apenas reparar una injusticia que en el 76 y por muchos años no podía ni nombrarse.

-Que íbamos a decir entonces, viste como son los milicos. Ojalá que no vuelvan nunca más.