La selva que engulle templos

por Pamela Damia

El complejo arqueológico de Angkor, en Camboya, supo ser un imperio: llegó a tener más de un millón de habitantes. En el siglo XV la ciudad fue abandonada y jamás se repobló. Un recorrido en bicicleta nos adentra en los famosos templos que allí se levantan, acosados por la fuerza de vegetación.

Febrero 2023

En la estación de buses de Siem Rep un cartel con mi nombre se alza al final de una larga fila de conductores de tuk tuk. En alto lo mantiene el brazo cansado de un hombre de cabello rapado que lleva esperándome dos horas. Se llama Vearva, habla algunas palabras en inglés y parece un baqueano amable.

El tuk tuk es un transporte popularizado en la península de Indochina que suplanta al taxi. Son motos que tienen un asiento doble atrás y en algunos casos, un techo; otros tienen una estructura de carreta. En la parte de atrás caben cuatro personas con mochilas y un alfiler. En apariencia, es una actividad regulada, hay un permiso colgado con la foto del conductor y sus datos. Algunos trabajan para aplicaciones de celulares -sistema que se consolida cada vez más en todo el globo- donde se paga mediante tarjeta de crédito, pero aquí igual el precio siempre se regatea, se negocia, tire y afloje nomás que eso es gratis.

Son pasadas las once de la noche y el cansancio pesa. Decían que ingresar a Camboya por vía aérea podía ser más fácil que hacerlo por tierra, ya que en el primer caso el trámite de la visa cuesta cuarenta euros y por eso mismo es más rápido. Entramos a la ciudad por una avenida muy ancha, hace calor, pero la brisa ayuda. El tuk tuk no va a más de cincuenta kilómetros por hora, tal vez porque el motor es exiguo o porque las carreteras están bastante deshechas. A los costados hay construcciones bajas, hoteles, templos y casonas grandes con gusto a pasado colonial francés. Hay carteles donde se prohíbe tocar bocina, lo cual resulta un alivio viniendo de Hanoi, la capital de Vietnam, donde el ruido es inagotable.

Siem Riep es una ciudad de casi ciento cuarenta mil habitantes, situada al noroeste del país, atravesada por un río del mismo nombre, pero además constituida a orillas del lago Tonlé Sap. Está rodeada de llanuras ocupadas por arrozales y las principales actividades económicas son el turismo y la pesca. Es la capital del país, así de chica y así de grande, con más habitantes de los que tenía Bariloche cuando yo nací, en 1982.

En el hostel, cuando me acerco al mostrador, el joven recepcionista -del que no recuerdo el nombre pero sí recuerdo que gana veinte dólares al mes- junta sus palmas a la altura del pecho y baja la cabeza haciendo una reverencia. Su sonrisa es tierna y se deja ver en la penumbra del lugar de dimensiones grandes, revestimientos en madera y abierto hacia un patio al aire libre. La humedad no afloja ni adentro ni afuera, se cuela por cada hendija y cada pliegue de la ropa.

Luego de acomodar mis cosas en la habitación, regreso a la recepción y me siento en los sillones de madera y busco su mirada; quiero saber más. Para llamar su atención hago la reverencia con las manos en el pecho.

- ¿Está bien saludar así a la gente? -le pregunto pensando en que me encuentro en un lugar con sus muchos rituales ligados a la religión.

Actualmente hay un ochenta por ciento de población budista, un quince de musulmana y el resto cristiana. Me dice en inglés comprensible:

- Como lo haces está bien, las manos juntas a la altura del pecho se usan para saludar a un amigo. En cambio, las manos juntas en la boca significan saludar a un jefe o persona mayor; en la nariz a los padres; en el entrecejo a Dios y arriba de la cabeza al Dios hinduista.

Mientras recoge las sábanas recién llegadas de la lavandería me cuenta que hasta hacía veinte años había mucha más gente religiosa a ciertos niveles. Así como en Tailandia, también aquí los hombres son muy practicantes.

- Muchos se hacen monjes al menos por un año antes de casarse porque les gusta la espiritualidad y sentirse buenas personas – Luego de esbozar una sonrisa en su pequeño rostro mestizo, desaparece tras una puerta de madera.

Por eso los templos abundan.

A ocho kilómetros del centro de la ciudad, el camino Charles de Gaulle lleva al famoso complejo arqueológico de Angkor, y es el lugar por el cual todos pasan por Siem Rep. Fui a visitarlo: Angkor tiene 163 hectáreas y fue la sede del reino Jemer entre los siglos IX y XV. Este imperio llegó a comprender Camboya, Tailandia, Laos, Vietnam y parte de Birmania y Malasia. La ciudad fue descubierta, primero por franciscanos españoles en el mil seiscientos que no le dieron valor y luego, por exploradores y naturalistas franceses a principios del siglo XIX. Se calcula que llegó a tener un millón de habitantes y se sabe que fue abandonada en el siglo XV, sin embargo, hasta el día de hoy los arqueólogos continúan preguntándose sobre el enigma de porqué corrió la suerte de no haber sido habitada nuevamente.

Llegué en bicicleta antes de la salida del sol. Por todo el recinto hay bloques de piedra desperdigados, apilados, verdosos por el musgo; dicen que los estudiosos del lugar no saben dónde deberían ubicarlos para seguir reconstruyendo la historia. Pasaron varios siglos que se convirtieron en paréntesis en los que no se estudió el lugar, algo diferente de lo que ocurrió en América donde hay mucha información de las culturas precolombinas luego de la conquista y colonización (o del saqueo y genocidio en palabras más fieles a la objetividad).

Nuestro guía se llama Na y nació en 1993, es de contextura pequeña y cabello lacio; los huesos de sus omóplatos se dejan ver a través de la camisa rosada; se deja crecer una pelusa de bigote y tiene los ojos levemente rasgados. Mientras habla, nos lleva por el camino central que conduce hacia Angkor Wat -en sanscrito, ciudad del monasterio-, el templo más importante del complejo y el más grande del mundo en su momento de esplendor.

Angkor Wat es uno de los novecientos monumentos, pero el que más apsaras tiene. Estas últimas son las ninfas mitológicas que bailaban en las cortes. Siempre están rodeadas de naturaleza e instrumentos musicales y, junto con los soldados, son de los bajorrelieves mayormente representados en el templo que flamea en la bandera actual de Camboya.

Seguimos avanzando por el camino central hasta llegar al estanque donde se genera un resplandor dorado antes del amanecer y deja al templo a contraluz reflejando el contorno de sus cinco torres. Cada una tiene una forma que simboliza la flor de loto. El mismo recorrido los días de solsticio -21 de septiembre y 21 de junio- acude la realeza camboyana y desfila sobre elefantes vestidos de colores. Las engalanadas criaturas soportan el peso de las coronas de los reyes y de las suyas propias.

Circundamos este paisaje solemne y templado varias decenas de visitantes. Me había despertado a las cuatro de la mañana y fue un día tan largo como largo el proceso de entender que hinduistas y budistas se disputaron esta y otras construcciones sagradas durante varios siglos dependiendo del signo religioso del rey que gobernara.

Angkor Wat fue erigido por el rey Khmer Suryavarman II entre el 1113-1149 y fue dedicado al dios hindú Vishnú. Las estructuras laberínticas de piedra arenisca, columnas, estatuas y patios son un lugar de culto que en la actualidad parece haber tenido una paz imperturbable, pero en realidad en aquellos años sufría las guerras entre los reinos vecinos, se sucedían invasiones y destrucciones casi constantemente. Un lugar sagrado coartado por fuerzas de seguridad estatales legitimadas por otra ideología y cosmovisión del mundo. Cualquier parecido con la realidad de algunas comunidades mapuches en el Sur es pura coincidencia.

Entonces, la construcción de Angkor Thom (Gran Ciudad) reemplazó a la ciudad de Angkor Wat que había quedado en ruinas en 1177. Angkor Thom fue construida por el rey Jayavarman VII, quien instaló el budismo como religión del imperio. En aquellos años se construía la basílica de Notre Dame de Paris, capital europea que en el siglo XIX ejercería un protectorado sobre Camboya y que duraría ochenta y dos años. Sin embargo, de su legado a simple vista solo queda el pan baguette.

En el circuito largo del recorrido se pedaleaba a ritmo lento, el canasto de la bicicleta cargaba un mapa, agua y algo de polvo. Hay un circuito corto, pero yo siempre quiero hacer las versiones largas, las más completas y cansadoras. En el camino entre una ciudad y la otra, entre un templo y otro nos van acompañando las cigarras que envuelven el paisaje bucólico con su sonido unísono, penetrante y constante. El camino de tierra es ancho por momentos con la sombra de los árboles y por otros tan áspero como un desierto.

Dentro de Angkor Thom hay dos templos emblemáticos. Uno es Ta Prohm, que se hizo popular por algunas escenas de la película Tom Rider (protagonizada por Angelina Jolie). A partir del año 2001 aumentaron el precio de la entrada con motivo de la fama alcanzada en la pantalla grande. En esa ocasión se volvió a ver decorado; antes tenía diamantes, pero fueron robados y se pueden ver los agujeros como en el Coliseo de Roma. No hay qué brille desde la piedra de arenisca, pero, por suerte hay atardeceres donde los rayos del sol la convierten en color dorado. Es casi el único templo en el que se evidencia cómo la vegetación no sólo se mete por las ventanas, sino que fue capaz de crecer desde el techo. Hay un árbol erguido sobre el techo, así como lo digo, literal. Campa a sus anchas en dirección al cielo- bueno, a sus largas porque es bastante alto.

Pregunto con asombro a Na cómo se dio el fenómeno. Él nos desasna graficando con sus manos que la semilla había volado hasta el techo y el árbol había crecido hacia arriba mientras sus raíces habían buscado el agua hacia la tierra. Las raíces bajaban como cortinas desde el techo hasta el suelo, parecían troncos en sí mismos, gruesos, firmes, pesados.

La mayoría de las ramas y los árboles que se habían engullido las construcciones fueron cortados para preservarlos; su peso acabaría por derrumbarlos. Además, para hacerlos visitables construyeron pasarelas y escaleras. La selva los había tragado a éste y otros templos y permaneció así durante seis siglos. Según aparece en los carteles a un costado de varios monumentos, atrás de los procesos de reconstrucción hay capitales franceses y alemanes -alardes de la neocolonización financiera del siglo XX- además de los de las Naciones Unidas.

El otro templo de Angkor Thom es el templo Bayón Al revés de Agkor Wat, este templo pasó de ser budista a hinduista. Pero en un inicio, el Rey budista Jayavarman VII lo construyó deseando la paz entre su pueblo, por lo que dividió el templo, un lado para una religión y el otro para la otra. Sin embargo, tiempo después los hinduistas destruyeron las estatuas de Buda porque querían que todas tuvieran el ojo de diamante en el entrecejo. Las cabezas de los budas también rodaron cuando los Jemeres Rojos tomaron el poder en los años setenta del siglo veinte.

El rey quería que fuera un país pacífico y sonriente, construyó cincuenta y cuatro torres de las que sólo quedan treinta y siete. Cada una en sus cuatro laterales tiene caras esculpidas de Buda. Son doscientas sesenta rostros construidos con bloques de piedra, misteriosos y gigantes. Unos siglos antes de que Leonardo pintara la Mona Lisa, en Angkor todas las sonrisas eran enigmáticas. Los rostros, sin embargo, son todos distintos, únicos, pero con la misma expresión que no muestra los dientes. Sus narices son muy grandes.

- Mucha gente de nariz pequeña se va a operar a Corea buscando tener una nariz más notoria, parecida al Buda- nos cuenta Na, el guía pequeño.

A la caída de Jayavarman VII se reinstaló la religión hinduista. Una y otra vez pasaría esto, hasta que en los siglos XIV y XV ejércitos de la actual Tailandia invadieron y saquearon Angkor. Na recordó que murieron tres millones de camboyanos durante esta guerra, que se llevaron al Buda de la cúpula del templo y lo vendieron. En ese momento, otra vez la religión que dominaba era el budismo, pero de la vertiente Theravada, que es la actualmente profesada por la gran mayoría de la población camboyana.

Vuelvo a la ciudad en bicicleta cuando la noche se impone y las chicharras se van alejando de mis oídos. Me quedan grabadas las sonrisas de piedra tan parecidas a las de los seres humanos que conocí aquí.