La primera vuelta
por Lila Luchessi
En las elecciones de este domingo 22 de octubre la sociedad argentina envió una señal: no a la impunidad, no a la negación, no a la entrega de la moneda y la cultura que nos identifica. Es en esas líneas en las que se dirime el último tramo del proceso electoral.
Parece raro que Sergio Massa, el ministro de economía de un país con 135% de inflación, se haya impuesto en la primera vuelta electoral. El candidato de Unión por la Patria obtuvo casi el 37% de los votos frente al 30% alcanzado por el diputado nacional Javier Milei, líder de La Libertad Avanza y detractor de la política, el sistema y lo que llama despectivamente casta. En tercer lugar, la ex ministra del gobierno de Cambiemos, Patricia Bullrich, perdió terreno al grito de eliminemos el kirssnerissmo y la clara falta de apoyo del líder de su espacio, Mauricio Macri, quien pareció adelantar un paso y mostrarse apoyando a Milei.
En este escenario, el ministro recorrió, decidió, generó agenda propia y tomó la incitativa respecto de las demandas ciudadanas. En una primera impresión de soledad fue, habló, escuchó y se salió de todas las liturgias para empezar a construir mística. No tuvo problemas de usar las herramientas que tiene: un hombre de la política, la tradición partidaria y la familia, que son los elementos que le dan sustento a una gestión previsible y certidumbre al electorado.
En las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto, el diputado Milei había obtenido un número apenas mayor, pero muy similar al que alcanzó en la primera vuelta. A partir de la ventaja de unos puntos en las PASO, Milei manifestó, visualizó y se expresó como si las instancias que marca la Ley Nacional Electoral no fuesen necesarias para alcanzar la presidencia.
Envalentonado, redobló la apuesta, tensó, violentó. Los analistas decían que “está angelado”. Que nada le hace mella. Que a pesar de los errores de principiante convalidados por la dirigencia más rancia de lo que él llama “casta”, es un fenómeno de jóvenes y trabajadores informales. Los desbordes emocionales y la falta de propuestas lo dejaron desdibujado.
No queda claro a título de qué insultó, difamó y le bajó el precio a todo lo que no conoce. Ni con qué argumentos se lo subió a lo que, tampoco conoce en experiencia propia, pero quiere representar, aunque los mismos organismos con los que busca congraciarse le dicen: no no, nadie pide tanto.
El desfile de personajes de los bordes, disfrazados de candidatos, como dijo la cosplayer Lilia Lemoine, aspirante a diputada que llegó con la boleta en la mano a su mesa de votación, rompiendo las leyes, la tranquilidad y cualquier atisbo de límite, alcanza para armar un conjunto de fans o un grupo de punk rock o una secta fundamentalista. En general, esas actitudes patoteras, irracionales y antidemocráticas no convencen ciudadanos ni garantizan propuestas.
Lo que construye, es el liderazgo de un grupo de enfervorizados, que no saben ni siquiera la data de muerte del padre de la patria, y se mueven como en la trama de un animé o titanes en el Ring.
En su carrera alocada por medios y paneles, Milei nunca salió de sus zonas de comodidad. Acompañado de una troupe que incluyó a una imitadora y un ejército de culatas que no se veían desde las andanzas de Ricky Fort, instaló rumores de embarazo, diálogos con los espíritus caninos que dictan políticas de estado y la convicción popular de que no canta mal, aunque sea un “gatito mimoso de los grupos de poder” como dijo la candidata Myriam Bregman.
Hasta ahí un grupete pintoresco. Más acá, la eliminación de la moneda, la negación de la dictadura y la puesta en circulación de un número preciso de los desaparecidos sin que la justicia le pregunte de dónde surge esa exactitud. Acullá, una serie de provocaciones disparatadas, que van de la eliminación del estado para el sostenimiento de la educación, la salud y las jubilaciones a la amenaza de legalizar las borradas paternas, porque, en las lógicas en las que la parte se toma por el todo, se cree que las mujeres “se embarazan para enganchar tipos”. ¿Si?
La estrategia de presentar como novedosas teorías económicas del siglo XIX, prácticas intolerantes que solo proponen eliminar por gusto y piaccere lo que no se tolera y ciertas ficciones superioridad moral, política y estética, que llenan de adjetivos a los adversarios pero no explican cuáles serán las acciones para llevar adelante políticas de estado, deja al desnudo la subestimación de los cargos, pero también los riesgos que la ciudanía tendría que asumir frente a un liderazgo tan inestable y contradictorio.
Los medios que apostaban a la candidata de Juntos por el cambio manifestaron estupor frente al binomio consagrado por la ciudadanía. Cómo establecer una alianza con quien se tildó de corrupto o con quien tachó a la candidata de Montonera asesina de bebés. Milei tomó las banderas de Patricia y va por sus votantes al grito de eliminemos al Kirssnerissmo. Del otro lado, se entra en la tercera etapa prevista para la ocasión.
No fue la campaña del miedo, como se quiere presentar. Tampoco la acción colectiva de la gente del mal, como creen los anticasta selectivos que admiten casta interna a conveniencia, pero le hablan a la “gente de bien” que son solamente sus propios votantes. Fue tal vez un acto de supervivencia, de racionalidad y de cuidado de eso que tanto costó conseguir.
A cuarenta años de retorno de la democracia, la sociedad argentina envió una señal. No a la impunidad, no a la negación, no a la entrega de la moneda y la cultura que nos identifica. Es en esas líneas en las que se dirime el último tramo del proceso electoral. Tal vez sea de las ultimas en las que la contraposición sea binaria. Tal vez sea de las primeras que establezcan nuevas alianzas y pluralidades. Tal vez se reorganicen esas que conocemos. Tal vez se baje el tono. Tal vez. Solo resta esperar hasta el 19 de noviembre.