En Chachil, “el territorio se defiende solo”

por Adrián Moyano

Pehuenes ancestrales protegen la vida de la comunidad Felipín. A mediados de la década de los ‘90 comenzó a ponerse límites al despojo.

Marzo 2022

Juan Romero y su madre, la pillankuze Raquel


Ni siquiera a bordo de un vehículo doble tracción es fácil llegar hasta la comunidad mapuche Felipín (Neuquén). El camino se desvía desde la Ruta Provincial 46 hacia el norte, después de Laguna Blanca y antes de la célebre Cuesta de Rahue. El ripio serpentea alrededor del Catan Lil, un río de resonancias históricas. Entre barquinazos, cornisas y vados, Juan Romero explica con una sonrisa: “Nosotros solemos decir que acá en Chachil, el territorio se defiende solo”. El nombre del paraje refiere al cerro de 2.839 metros que majestuoso, se destaca en la cordillera. No mucho después de ingresar, pehuenes asoman como centinelas de esas intimidades. La sequía que imperó durante el verano 2022 facilita un tanto la aproximación, porque “la lluvia que cayó sirvió para las pasturas y los animales, pero no para que el río recuperara caudal”, comenta el werken (vocero), que también hace de baqueano.

¿De qué o quiénes tiene que defenderse el territorio? “La ambición y la avaricia del wingka no terminan. A veces decimos que los 500 años siguen vigentes. Que nos quieran someter no terminó”, afirma el dueño de casa. “La avaricia de los empresarios, de las corporaciones y del negocio inmobiliario está a la orden del día y por eso, siguen los conflictos. En el caso de la comunidad Felipín o Kolüpi, que tiene veranada en la zona de Chachil, Catan Lil y demás parajes aledaños, está como en pausa desde 2014 el conflicto duro, pero no se ha solucionado la cuestión de fondo”, destaca. “En el caso de la comunidad Kayupan, que es vecina nuestra, se desarrolla el conflicto en territorio histórico, donde vivieron nuestros ancestros”. En particular, el litigio está muy vigente “muy cerquita de Ngimiñ Kura, una recuperación de no tiene muchos años”. La denominación en lengua mapuche refiere a una gran piedra que presenta pinturas rupestres antiquísimas. A pesar de ese testimonio, la disputa continúa.

Las contrapartes “van cambiando, cambian los nombres, pero el interés por la tierra es el mismo”, ilustra Romero. “En este caso, hay un apellido histórico de Neuquén: los Rambeaud. Son inmigrantes que vinieron a mediados del siglo XX, algunos antes de la Segunda Guerra Mundial y otros después, se establecieron y Provincia facilitó que se quedaran con las mejores tierras de la zona. El último conflicto que va quedando es con una de las Rambeaud, de Zapala. Más recientemente, la comunidad Kayupan ha decidido recuperar un viejo lugar donde habitaban sus ancestros y donde también hay un cementerio, que certifica la presencia mapuche en la zona”. En este caso, el diferendo “es con Gambazza, un empresario y abogado”, también de Zapala, según destaca el werken.

Detrás de Romero y del periodista, los pehuenes que danzaron.


Disolver la identidad

La ofensiva permanente que se desató hacia los derechos del pueblo mapuche desde 2016 hasta la actualidad, en el centro de Neuquén “se nota en el desinterés que hay en la problemática, no hay una intención de solucionar las cuestiones de fondo, sólo hay parches o enmiendas”, cuestiona Romero. “Se hace oídos sordos y se nos generaliza como neuquinos, pero no se atienden los reclamos del pueblo mapuche”. Esa licuación de la identidad originaria que practica el gobierno de la provincia no es inocente.

“A nivel nacional, mucho menos se responde a lo que está establecido como normativa. Sin ir más lejos, la ley del Relevamiento Territorial 26.160, venció sin haber cumplido sus propósitos”. En noviembre de 2021, el gobierno de Alberto Fernández debió prorrogar por decreto sus plazos, ya que ni senadores ni diputados de la derecha neoliberal veían con buenos ojos su continuidad en el tiempo. En Neuquén, la gestión del MPN (Movimiento Popular Neuquino) aceptó poner en marcha el relevamiento apenas dos semanas atrás, después de acciones directas que tomaron las comunidades en toda la jurisdicción provincial.

La comunidad Felipín se sumó al reclamo porque “inmemorial es la presencia nuestra acá. Los kuyfikeche (ancianos y ancianas) nos contaron que toda su vida estuvieron acá”. La camioneta ya está de regreso en un paraje donde el río corre debajo del nivel del camino y la cerrazón habitual abrió paso a una gran planicie, flanqueada en las alturas por retazos de pehuenes. “En esta zona de Purrufe Pewen se hacían los grandes trawünes (encuentros o parlamentos) previos a los malones que después, se organizaban hacia la Pampa Húmeda, inclusive. Acá se discutían políticamente las acciones o las decisiones que tomaban los loncos”, enseña Romero. “Acá estuvieron Sayweke, Purran, Rewke Kura y antes, también estuvieron los ancestros de Kolüpi, entonces es un territorio histórico en el que toda la vida habitó el pueblo mapuche, en particular, la comunidad nuestra”. Los tres primeros fueron grandes loncos que ejercieron roles de conducción política desde 1860, aproximadamente, hasta la Campaña al Desierto. Contundente evidencia de la preexistencia que reconoce la Constitución.

Sin embargo, la historia no es un valor que interese al capital. “Acá vivieron nuestros ancestros, pero a principios del siglo XX llegaron empresarios a explotar el pehuén y nuestras familias fueron expulsadas hacia las alturas de la cordillera”, reconstruye Romero. “Todo el valle del Catan Lil quedó a merced y disposición de los empresarios que vinieron a cortar el pehuén. Después, se quiso legalizar con la Ley de Tierras, la provincia loteó los lugares, concedió permisos y de alguna manera, esas empresas quisieron legalizar su tenencia de los territorios. Pero la comunidad Felipín nunca renunció a sus derechos y siempre estuvo reclamando estos lugares”.

She She Ngilliw, donde los piñones son más grandes. Las que caminan son doña Raquel y Anahí Mariluan.


Volver al territorio

Un cuarto de siglo atrás, cuando todavía la gran prensa nacional no se molestaba por las movilizaciones mapuches, se inició el retorno al territorio. “Las recuperaciones recientes se hicieron en base a las necesidades reales que tenía la población. En 1997 se hizo una primera gran recuperación”, que incluyó al paraje She She Ngilliw. La denominación refiere al piñón cuando está amarronado, es decir, a punto caer. “¡Y no saben de qué tamaño son los piñones acá!”, se ufana el werken. Buena parte de la charla con el que firma se produce a la sombra de varios pehuenes de tamaño considerable, donde tiene su veranada Raquel Felipín, madre de Juan y pillankuze de la comunidad. De 90 años en la actualidad, su opinión en aquellos momentos trascendentes fue decisiva. Una pillankuze es una mujer anciana, depositaria de profundos conocimientos mapuches.

Después, la lucha continuó. “No satisfechas las demandas que tenían las familias nuestras, en 2008 se tomó la decisión de recuperar un territorio más amplio, que permitiera el desarrollo de las familias. Prácticamente, todas tienen como producción base la ganadería: cría de ovejas, vacas y un poco de chivos”, menciona el werken. “Eso no fue gratis, porque hubo conflictos inmediatos con los supuestos dueños, se generaron situaciones tirantes y difíciles que vivieron las familias”. La tensión incluyó la presencia de patovicas a sueldo que ingresaron a los campos en disputa, hicieron disparos de armas de fuego al aire e inclusive, rasgaron con cuchillos las carpas donde acampaban los mapuche que participaban de la movilización. La crispación se alivianó cuando vino “a poner puntos suspensivos el Relevamiento Territorial, al empezar a aplicarse en la zona. Se aplicó por la exigencia e insistencia de las comunidades y eso vino a tranquilizar el clima del conflicto”, valora Romero.

El impasse lleva unos años, pero no es definitivo. “En el caso de Felipín, los conflictos se ganaron judicialmente. No está solucionada la cuestión de fondo, pero ha permitido en los últimos siete u ocho años, una tranquilidad de las familias en el lugar. Lo que está vigente es el conflicto de la comunidad Kayupan con Rambeaud y Gambazza”, remarca el werken. Incluso, aquella Ngimiñ Kura de importancia histórica, fue dañada con afán de burla por personal de alguno de los usurpadores.

El paraje Purrufe Pewen debe su nombre a un perimontün o visión. Durante uno de aquellos parlamentos en los que debatieron los grandes loncos y sus guerreros, uno de los asistentes vio que los pehuenes bailaban sobre el faldeo de los cerros, danza que se entendió como un respaldo a la acción que se discutía. Bajo su mirada atenta, las manos se pusieron a la obra o, mejor dicho, empuñaron las lanzas. En 2022 y a pesar de tantas tropelías forestales, son muchísimos los pehuenes que todavía ofician de centinelas ante la periódica llegada de intrusos. En Chachil, pareciera que el territorio se defiende solo.

Pehuenes, centinelas del territorio