El despertar del dragón

por Vanina Wiman

Remar contra la corriente, remar por amor a esta disciplina, remar para cuidar los brazos hinchados de aquellas mujeres que pasaron por una mastectomía. En Bariloche, Gabriela Borraro grita “go” y los botes del proyecto Nahuel Rosa empiezan a dejar un surco sobre el lomo del lago.

* Esta nota se trabajó en el taller Crónica para principiantes, que ofrece YERTA, el espacio de capacitación permanente de la FPP.


Julio 2023

Una bruma delicada se levanta desde el lago Gutiérrez. El remo rompe la superficie del agua con eficiencia, vertical, casi sin salpicar. La voz poderosa de Gabriela Borraro surca la quietud de la mañana y se oye desde la costa: “¡Go!”, “¡Stop!”, “¡Descanso!”. Ocho mujeres palean, una timonel direcciona. Desde la proa del gomón, a Gabriela se le viene a la mente la primera vez que subió a un bote dragón, muy poco tiempo después de su primera cirugía. Esta embarcación es diferente, pero igualmente avanza, perseverante y veloz, atravesando el otoño helado de la Patagonia.

***

La práctica del remo en bote dragón tiene varios nacimientos, según quién cuente la historia. El único relato en el que converge la mayoría tiene tanto rigor histórico como componentes míticos: en el siglo III a. C, el poeta chino Qu Yuan, hombre de Estado y consejero del emperador, tuvo un desacuerdo con el monarca y fue exiliado a un oscuro lugar de la provincia Hunan. Quebrado por la humillación del destierro, se suicidó arrojándose al río Milou. Un grupo de pescadores se lanzó a sus botes para rescatarlo, o salvar al menos su cuerpo, golpeando sus tambores y hundiendo maniacamente sus remos para evitar que los dragones de agua se comiesen a Qu Yuan. Hoy, las carreras de bote dragón encarnan una reconstrucción de ese episodio: año a año, en el quinto día del quinto mes del año lunar, cientos de palistas vuelven a surcar el agua para tratar de salvar a Qu Yuan.

***

Gabriela tuvo su propio destierro. El cáncer tomó por asalto su cuerpo en 2012, sin ninguna advertencia. El tipo de tumor que se originó en su hígado -un tumor neuroendocrino (NET, por sus siglas en inglés)- no dio señales tempranas, salvo algunos episodios de rash en que su piel se teñía de rojo intempestivamente. Hasta que su cuerpo literalmente estalló por dentro en una hemorragia masiva.

- Fue un 24 de abril. Por seis días desaparecí del planeta. Me desperté en el hospital, el doctor me dijo ‘pensé que te morías’.

En la operación de urgencia pudieron dar con el diagnóstico correcto, pero el tratamiento era complejo. En 2014 se instaló en Buenos Aires por un año y medio, y allí hizo historia. El INCUCAI (Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante) hasta ese momento sólo realizaba trasplantes de hígado en casos de cirrosis medicamentosa o hepatitis, no en casos de cáncer. Pero los médicos de Gabriela observaban algo extraordinario: pese a la expansión de la enfermedad, su cuerpo resistía y se mostraba saludable como nunca. Se tramitó una excepción para que el trasplante de Gabriela pudiera constituir un caso de estudio. Y lo fue: se convirtió en el primer trasplante de hígado por un cáncer NET en toda Latinoamérica. Con un guiño respetuoso, menciona a su donante como su “inquilina”, señalándose el costado del torso. Y, a diferencia del poeta Qu Yuan, un bote dragón sí iba a rescatarla.

- A los seis meses del alta, me puse a remar.

***

El pelo lacio, negro, está sujeto en una práctica cola de caballo. Su sonrisa no abunda, pero cuando llega ilumina. Los ojos, verdes o grises -su tono parece variar de acuerdo a la luz-, anticipan su vínculo estrecho con el agua. Son pequeños, incisivos, penetrantes: pueden intimidar con una mirada de hielo si hace falta, pero se vuelven vulnerables y acuosos al recordar.

Su voz comanda, instruye, a veces amedrenta: tiene la cadencia filosa de la entrenadora exigente. Su vida estuvo marcada por el deporte desde pequeña, y fue el deporte el que salvó su vida, en más de un sentido. El cuerpo atlético a sus 57 años -brazos fuertes, espalda ancha, piernas fibrosas- da cuenta de ese trayecto. En su brazo izquierdo, el tatuaje más visible ostenta un cuerpo ondulante de dragón, que se mueve o descansa al ritmo del bíceps que lo aloja, con letras en cursiva: “Aquí se respira lucha”.

Nació en Rosario, Santa Fe, en 1966. Su papá criaba colmenas, pero a los 48 años se enfermó y su condición derivó en una hemiplejia severa. Su madre era “una busca”, dice.

- Lo mejor que hizo mi vieja fue darnos estudio.

A los seis años, mientras jugaba al básquet en el Club Caoba, la vieron y la seleccionaron para un testeo. Fue el primer paso de un camino que la llevó a obtener becas deportivas decisivas para colaborar con la economía magra de su casa y que, eventualmente, la ayudarían a sostener su carrera universitaria y la de su hermana melliza. A veces Gabriela habla de sí misma en tercera persona, como alejándose para mirar a esa pequeña que de repente era un sostén de familia.

-Como era bastante hiperquinética, a Gabriela la metieron a hacer un deporte más. Había que meterla en lugares donde no se involucre en otras cosas.

Su primer par de zapatillas lo tuvo gracias a que se las dieron en los Torneos Evita. Vibra con el recuerdo de correr a toda velocidad por la calle Constancio Vigil, detrás del colectivo en el que iba su hermana, así con lo que ahorraban por no gastar en su boleto podían comprar unas facturas con leche para merendar. Para cuando cumplió diez, otros reclutadores ya la habían llevado al Club Provincial de Rosario -“bastante más caté”, se ríe-, en donde la volcaron al tenis y al atletismo. Este último deporte la llevó a competencias nacionales e internacionales, con las que conoció otros países y probó “cosas distintas a las que había en mi mesa, donde sorteábamos la milanesa para comer”.

-A veces era llegar cansada a mi casa para no acordarme. Me duchaba con un tarrito de agua caliente y me iba a la cama. Tuve el privilegio difícil de saber que si yo comía iba a correr, y si yo corría entraba plata a mi casa.

Más adelante vendría el profesorado de Educación Física en el Instituto Superior General San Martín de Rosario, y la sugerencia de la Federación Argentina de Atletismo de que se radicara en la Patagonia para trabajar como profesora. Así llegó a Bariloche. Gabriela siempre se inclinó por trabajar en el ámbito público. “Quizás por de dónde vengo”, piensa.

***

La decoración de un bote dragón está intrínsecamente marcada por la tradición: en la proa una colorida cabeza del mítico animal oriental marca el destino de la embarcación, con su correspondiente cola en la popa, y escamas pintadas en los lados. Los ojos furiosos y los cuernos de su cabeza se pintan momentos antes de su viaje inaugural, en una ceremonia ineludible: el “despertar del dragón”. El ritual se hace con delicadeza, y el pincel se desliza como una lengua sobre la madera de teca. Así, el animal abre por primera vez sus ojos y se lanza al agua. Las y los palistas remarán bajo su protección.

***

- Vamos que está calentita el agua- arenga Gabriela.

En realidad, las aguas del lago Gutiérrez, en la zona sur de Bariloche, están a unos 13 grados Celsius en esta época del año, y la temperatura del aire en la mañana de un sábado de fines de abril es incluso un poco menor, sobre todo a la sombra de los álamos de la costa, espigas gigantes que todavía se aferran a las últimas hojas amarillas y que lo inundan todo con su aroma húmedo y terroso. Gabriela acaba de volver de Buenos Aires, a donde viaja con frecuencia para continuar con su tratamiento oncológico.

Alrededor de 30 personas vienen a remar hoy, casi en su totalidad mujeres. Son parte de la Fundación Proyecto Nahuel Rosa, que nació en 2016. Gabriela desarrolló la idea desde cero, consultó a médicos que colaboraron con la fundamentación clínica, una amiga le donó el diseño de un logo. Es un grupo que se define a sí mismo como gratuito, inclusivo y solidario: no hay límite de edad, de género, de preparación, de situación de salud. Pero sí un trabajo adaptado a las posibilidades de cada participante.

-Después de lo de ayer, el que volvió te quiere mucho- le dice con sonrisa irónica una de las palistas más avanzadas.

“Ayer” es el entrenamiento de gimnasio de los viernes, dos horas de intenso trabajo físico que acondiciona los músculos para la práctica del remo en bote dragón. Porque se palea con todo el cuerpo: los brazos, la panza, las piernas, la mente. Al poco rato de partir, se perciben músculos desconocidos: arden los antebrazos, se calientan los dorsales y lumbares, el abdomen tironea, los gemelos se entumecen, el cuello se vuelve rígido si la posición no es la correcta, la piel se resquebraja por el frío, la meta, esa que parecía tan cercana al empezar, ahora está a un abismo helado de distancia. Por eso Gabriela exige con firmeza el compromiso de ir a los entrenamientos como mínimo tres veces por semana.

-Por favor, adentro del bote se callan, nada de huevear con “qué lindo es”.

***

“Tres estímulos semanales de por lo menos media hora” es lo que dicta la pauta de rehabilitación para quien ha sufrido la remoción de sus ganglios linfáticos. El bote dragón se ha convertido en un deporte asociado a la recuperación del cáncer, específicamente del de mama, pero también para otros tipos de cáncer y de patologías no oncológicas que también afectan a los ganglios. Fue en 1996 que el médico deportólogo canadiense Don McKenzie conformó en ese país un grupo experimental de mujeres para remar en bote dragón: muchas mujeres sobrevivientes de la enfermedad podían así lidiar mejor con una dolorosa y frecuente secuela de la cirugía, el linfedema, que provoca intenso dolor en los brazos y pérdida de movilidad. Comprobaron de primera mano que la técnica de remar con movimientos de pistón contribuye a un drenaje linfático natural que combate esa lesión: se avanza de frente a la llegada y el remo o pala se eleva y se hunde en el agua de manera vertical, repetidamente y a alta velocidad, como un motor humano imparable. A eso se suman los beneficios físicos y mentales de toda actividad deportiva practicada con constancia y en comunión con otras personas.

***

-¡Sobrevivientes!- grita Gabriela durante el entrenamiento, al regresar en bote a la costa para recambiar palistas y volver a salir al agua.

No es una celebración o un slogan, es un simple llamado que facilita la identificación: una buena parte del grupo de palistas que entrena con ella ha atravesado tratamientos oncológicos y se sumó al proyecto como parte de su rehabilitación.

Muchas de ellas acaban de volver con medallas desde Panamá, en donde la Fundación Proyecto Nahuel Rosa participó del Campeonato Panamericano de Bote Dragón 2023, como parte de las categorías BCP (por las siglas en inglés de “breast cancer paddler”, palista de cáncer de mama) y ACP (“all cancer paddler”, para supervivientes de cualquier tipo de cáncer). Gabriela fue recibida con honores, distinguida y declarada madrina de los equipos locales, por su contribución al deporte en Latinoamérica.

No todo el grupo pudo o quiso viajar. La exigencia física y la preparación mental para una competencia no cuadra con todos: levantarse a las cuatro de la mañana y estar a las seis en el agua, en silencio y con concentración plena, listos para seguir el ritmo del drummer, que lleva la velocidad de palada en el tambor. No distraerse mirando a los contrincantes pero un poco sí, observarlos y estudiarlos para adaptar el compás de avance y ajustar la carrera. Colocar la espalda, las pantorrillas, el cuello, el abdomen, las muñecas en el lugar correcto, y mantener la posición durante los 200, 500, 1000 o 2000 metros que requiera la categoría. Atender a las instrucciones pese al agotamiento. Attention. Go. Stop. Stroke. Las voces de mando, a nivel de competición, pueden ser en inglés o en chino mandarín. Es inglés, entonces, al menos para esta mitad del mundo tan alejada de la cuna del bote dragón.

***

En Bariloche, los recursos son pocos y se rema donde se puede: se empieza sentándose sobre un balde de pintura, en la costa. Se sigue en el agua a bordo de un gomón o de un prototipo de madera, ambos diferentes en todos los aspectos posibles a un verdadero bote dragón: peso, consistencia, flotabilidad, movimiento, distancia del agua.

Gabriela conoce la diferencia. Mucho antes de Panamá, hace siete años y gracias a una amiga, ella se montó por primera vez a un bote para remar con esta técnica en Neuquén, a donde viajaba para cursar la Maestría en Teoría y Políticas Públicas del Estado. Todavía estaban frescas las cicatrices de la primera de muchas operaciones, y el ejercicio se hacía con esfuerzo y cuidado. Viajaba cada 15 días para practicar, y con el grupo neuquino hizo clínicas en Brasil y participó de su primer mundial. Pero la distancia era difícil de sostener, y Bariloche tenía agua por todos lados. No había excusas: iba a armar un grupo en su ciudad, el lugar que adoptó hace casi 30 años.

La Fundación Proyecto Nahuel Rosa llegó a tener en 2019 sus propios botes dragón, tras gestionar una donación del gobierno de Río Negro para comprarlos en China. Pero un conflicto interno -ligado en gran medida a la coexistencia de los objetivos de rehabilitación y los de competencia deportiva- derivó en la división del grupo en dos.

Esa parte de la historia fue narrada, con mayor o menor objetividad según a quién se consulte, en el documental “Domadoras de dragones”, del cineasta barilochense Damián Leibovich, quien acompañó durante tres años al grupo y registró los momentos de gloria -los esforzados comienzos, las primeras competencias, la llegada de los botes- y las diferencias posteriores. En plena pandemia de Covid la salud de Gabriela se deterioró y renunció al grupo. Cuando quiso volver no la dejaron. Ella quedó de un lado, los botes del otro, y las palistas se dividieron. Hoy ambos grupos continúan remando: se disputan el uso del nombre original y litigan en la justicia por la propiedad de las embarcaciones. Y esa herida todavía supura.

- No saben lo que están haciendo, se están equivocando. Pensaron que me iba a quedar de brazos cruzados. Yo por lo mío, cuando estoy convencida de algo, peleo. Y Nahuel Rosa es la extensión mía- sentencia Gabriela ante la cámara del documentalista, con la mirada encendida.

Meses después, ante el grabador, se autoexamina: “Yo no soy fácil, soy bastante jodida, y también tengo que aprender”. Lo dice con esa misma entonación casi militar que le han criticado. Aclara que después de la división del grupo no ha dejado de dar voces de mando:

-Mi tono de voz no lo cambio, no tengo por qué esconderme. Lo personal queda afuera. Más de una se ríe por no putearme.

***

El entrenamiento de la mañana del sábado está pautado hasta la 1 del mediodía. Ya pasaron 40 minutos de esa hora y nadie parece querer dejar de remar. Cuando concluye la sesión, algunas alumnas vuelven a la villa, otras al barrio cerrado. Oscilan entre los 30 y los más de 70 años de edad, hay cuerpos atléticos y cuerpos con sobrepeso, algunas tienen experiencia deportiva, otras realizan actividad física por primera vez en su vida. Es lo que Gabriela busca. La elegancia oriental del bote dragón también enseña que cada palista, con sus rasgos y limitaciones, es una pieza dentro del conjunto, una escama más sobre la espalda de ese animal.

- Y el conjunto tiene que desarrollar algo hermoso: fluir. Cuando vos fluís, venciste al dragón- dice.