Nadie te puede olvidar

por Rodrigo Obreque Echeverría

El recuerdo del terremoto de 1960 sigue vivo en los habitantes de Valdivia, la ciudad devastada por el sismo de mayor magnitud registrado en la historia de la humanidad. ¿Qué queda hoy en la memoria  colectiva de aquella tragedia que dejó más de dos mil personas muertas y dos millones de damnificados en el sur de Chile?


Julio 2022

Tú eres el dinosaurio del microcuento de Monterroso: han pasado 62 años desde que llegaste a Valdivia a dejarnos la vida boca arriba cuando mayo era 22 y todavía sigues allí por las mañanas, al despertar.

En cada paso por la ciudad pisamos las huellas que dejaron tus pies de hierro, bordeamos el desborde de tu llanto, oímos el eco de tu carraspera furiosa. En los días de temporal que cimbran los techos de las casas recordamos cómo tiritaban tus manos mientras jalabas la alfombra de cemento.

Los libros de historia te llaman el Gigante, el terremoto de Valdivia, el terremoto de 1960, el gran terremoto, el terremoto 9.5 grados en la escala de Richter, el terremoto que provocó una ruptura de casi mil kilómetros de longitud -de Talca a Chiloé. El terremoto que causó un maremoto global con olas de hasta diez metros que arrasaron casas con familias completas y barcos con su tripulación, causando muertes también en Japón y Hawai. El terremoto que mató a dos mil trescientas personas y dejó dos millones y medio de damnificados. El mayor terremoto registrado en la historia de la humanidad, no el más mortífero, pero sí el más devastador. El terremoto que liberó una energía veinte mil veces más poderosa que la bomba de Hiroshima. El megaterremoto. El cataclismo.

Los niños y las niñas escuchan con incredulidad los relatos de tu paso por la ciudad.

Algunos mayores te nombran en voz baja: no quieren invocarte.

Hemos oído tanto sobre ti, que ni siquiera quienes no te conocimos podemos olvidarte.

***

Son las 15:11. Un funcionario de aseo municipal enfundado en un traje impermeable naranjo cruza la plaza de la República arrastrando un basurero de plástico azul con ruedas negras. Se detiene junto a un pilón de agua en la mitad de la plaza y con la ayuda de una escoba comienza a lavar el basurero.

Hoy es un día de coincidencias. Tal como el 22 de mayo de 1960, este 22 de mayo es domingo, no hace frío, el sol resplandece. En Valdivia, en otoño, una tarde soleada es tan apreciada como un día de lluvia en el norte del país, en cualquier estación del año.

Esta mañana las radios locales anunciaron que el cuartel de Bomberos haría sonar sus sirenas para conmemorar los 62 años del Gigante a la misma hora en que se desató la catástrofe en 1960: las 15:11.

Muy puntuales, las campanas de la catedral comienzan a repicar a la hora señalada y las sirenas de Bomberos se unen al homenaje cuatro minutos después.

En la plaza de la República, el centro de la ciudad, hay apenas veinte personas, pero siempre habrá alguien que tenga recuerdos del terremoto.

El funcionario de aseo municipal de traje naranjo termina de lavar el basurero azul cuando las campanas aún siguen repicando. Se llama Manuel Gatica, es el mayor de nueve hermanos, tenía 12 años cuando vivió el terremoto en una localidad ubicada en la ribera del río Calle Calle que, por razones no del todo claras, lleva el nombre de Quitacalzón.


En diez minutos, el mismo lapso que duró el terremoto según algunas fuentes bibliográficas y documentales (otras dicen que fueron seis, otras catorce), Manuel resume un año de penurias: tenía las piernas hundidas en el río hasta las rodillas cuando la tierra comenzó a moverse, rápidamente salió del agua, intentó correr hacia su casa, tropezó, cayó sobre el pasto húmedo, vio caer árboles, vio levantarse olas en el río, sintió que no podía ponerse de pie, sintió el ruido de las entrañas de la tierra, sintió el miedo más profundo de su existencia, la casa de su familia se desplomó, su padre armó esa noche una mediagua en el cerro junto a otras mediaguas y carpas en las que durmieron decenas de familias. Los días que siguieron se alimentó en ollas comunes, se trasladó con sus padres y hermanos a un campamento instalado en el regimiento. Un año más tarde inició una nueva vida con su familia en otro sector de la ribera del Calle Calle, el barrio Collico, e intentó borrar de su memoria el terremoto, sin éxito.

-Fue terrible, una cosa que nunca en la vida se puede olvidar.

Manuel Gatica, 74 años, el pelo cano, la piel morena, la mascarilla celeste bajo el mentón cuadrado, empuja los recuerdos, las palabras y un suspiro, y se aleja arrastrando los pies y el basurero azul hacia el Paseo Libertad.

***

Santa María la Blanca de Valdivia, el nombre que le dieron sus fundadores, era en 1960 el centro industrial y comercial del sur de Chile gracias a sus fábricas de cerveza, de calzado, curtiembres, molinos, astilleros, madereras y maestranzas, y a su cercanía con el puerto de Corral. Su población de 62 mil personas era mayoritariamente obrera y la élite estaba integrada principalmente por descendientes de criollos y de los colonos alemanes que llegaron al sur de Chile a mediados del siglo XIX. Los edificios del centro, altos para la época, elegantes, de arquitectura alemana o colonial, miraban hacia el río. La mayoría se erigió durante la reconstrucción del centro de la ciudad, luego de que un incendio lo destruyera en 1909. Los obreros vivían en barrios levantados sobre humedales, zonas pantanosas y cauces de ríos que fueron rellenados y compactados con todo tipo de materiales, y muchas de sus viviendas eran construidas sobre fundaciones mal hechas. Eso explica que el terremoto hundiera dos metros los barrios populares y que las casas quedaran en el suelo.

El epicentro del terremoto no fue aquí, sino en la zona de Traiguén, 264 kilómetros al norte. Valdivia fue el lugar más afectado, por eso el terremoto se bautizó con su nombre.

La ciudad inició una recuperación lenta luego del sismo, pero sin aprender la lección. Como si el terremoto hubiese sido un mal sueño que a la mañana siguiente se quiere olvidar, una parte importante de la ciudad fue reconstruida sobre rellenos artificiales y en las décadas siguientes los proyectos inmobiliarios continuaron su expansión en sectores pantanosos.

Los dueños de las fábricas no volvieron a levantarlas y se produjo una transformación paulatina hacia una economía basada en el turismo, el conocimiento y las actividades silvoagropecuarias. Una economía que hizo emerger a una numerosa clase media.


En la actualidad, Valdivia tiene 166 mil habitantes y ya no es la ciudad más próspera del sur de Chile, pero tiene el estatus de ser la mejor del país para vivir y visitar, la segunda con mejor seguridad, la tercera más tranquila y la cuarta con mejor calidad de vida.

La ciudad que derribaste hace 62 años, terremoto, se puso de pie sobre sus escombros y rellenos y hoy suele subir al podio de los ránking nacionales de urbanismo.

***

La lancha a motor de turismo Bahía Patagonia está próxima a zarpar con 20 pasajeros a bordo para circundar la isla Teja en un paseo de una hora por los ríos Valdivia, Calle Calle, Cau Cau y Cruces.

El río Valdivia está en calma cuando la embarcación cruza por debajo del puente Pedro de Valdivia, que fue construido siete años antes del terremoto y lo resistió.

Diez minutos después del zarpe, la lancha ingresa al río Calle Calle, el más famoso de la ciudad, y luego inicia un viraje para ingresar al río Cau Cau, el más corto de Chile con sus 2,5 kilómetros de longitud. La isla Teja está a la izquierda, a la altura del jardín botánico de la Universidad Austral. A la derecha, una garza chica posada sobre la rama de un árbol mira a los pasajeros con desinterés.

En 1960, la isla Teja era un sector de industrias y barrios obreros que se construyeron en torno a las fábricas. Hoy es una zona residencial con el metro cuadrado más caro de la ciudad.

Un letrero instalado en medio del agua anuncia que la embarcación ha ingresado al río Cruces y al humedal que se formó luego del terremoto, que hoy recibe el nombre de Santuario de la Naturaleza Río Cruces y Chorocamayo y tiene una superficie de 4.877 hectáreas.

Grandes extensiones de terrenos agrícolas aledañas al río Cruces se hundieron e inundaron como consecuencia del terremoto, formando este santuario que se pobló de flora y fauna. En 1981 se transformó en el primer sitio Ramsar de Chile, especialmente por su importancia internacional para la conservación de aves acuáticas.

Los veinte pasajeros de la Bahía Patagonia que navegan por este ancho río observan maravillados los cerros de la cordillera de la Costa, que en esta zona se conoce como cordillera del Mahuidanche, y a las aves que les rodean: taguas, garzas, cormoranes y parejas de cisnes de cuello negro, el ave emblemática del santuario.

La lancha vuelve a girar, dejando atrás el río Cruces e ingresando al río Valdivia para retornar al muelle Schuster, el punto de partida. El río Valdivia es un estuario: si navegáramos en sentido contrario, llegaríamos al mar.

El capitán acelera, el motor ruge.

El capitán se llama Manuel Olivera, tenía 6 años para el terremoto. Ese 22 de mayo jugaba con sus tres hermanos en el patio de su casa del barrio Beneficencia cuando escuchó un ruido fuerte, como el motor de un camión. La tierra ondulaba, el césped de su patio formaba olas como las que ahora va dejando atrás la Bahía Patagonia. Sus ojos aterrados vieron abrirse la tierra, el vapor que emanaba de las grietas, el desplome de su casa y de las casas vecinas.

El capitán y sus tres hermanos corrieron a buscar el abrazo materno.

-Arrancamos como pollitos a las faldas de la vieja. Cuando dejó de temblar, todos salimos para la mitad de la calle. Los viejos ponían tablones de madera para no caer en las grietas -cuenta, sin despegar la mirada del horizonte.

En el río Cruces que acaba de quedar atrás murió ese día Adolfo Olivera Jaramillo, el tío del capitán. Tenía menos de 40 años, era pescador artesanal, padre de 4 hijos, remaba desde Valdivia de regreso a su casa en la localidad de Punucapa cuando su bote volcó como consecuencia del terremoto. Adolfo se ahogó. Su cuerpo fue rescatado del río y sepultado en el cementerio de Valdivia.

Para Manuel y su familia fue imposible continuar habitando su hogar de la población Beneficencia. La casa quedó inutilizable y el Riñihuazo amenazaba con inundar los sectores bajos de la ciudad, por lo que fueron evacuados por el Ejército a la población Los Jazmines, a vivir en uno de los cinco mil rucos que la Corporación de la Vivienda instaló en zonas altas y seguras de Valdivia para las personas que perdieron su hogar o estaban en riesgo de perderlo.

Los rucos eran viviendas de emergencia con forma de letra V invertida, construidos de madera y forrados con planchas de zinc.

-El frío se colaba por las paredes y cuando llovía se nos mojaba todo. El piso era un pantano -recuerda el capitán Olivera, que vivió dos inviernos en la ciudad más lluviosa de Chile en esa habitación de tres metros de altura por tres y medio de ancho por tres y medio de largo. Seis personas sobreviviendo en un ruco sin ventanas ni agua potable ni alcantarillado ni electricidad ni porvenir.


Dos años después, en 1962, el año en que Chile organizó el Mundial de Fútbol en que su selección quedó tercera, Manuel Olivera y su familia dejaron el ruco y se trasladaron a una casa en la población Inés de Suárez.

Manuel creció allí, durante su juventud se hizo pescador artesanal como su tío Adolfo, luego trabajó en empresas salmoneras y desde hace tres años es capitán de la lancha a motor Bahía Patagonia, que cuando son las 17:05 horas atraca en la Costanera de Valdivia.

Los pasajeros guardan los bastones para las selfies, dejan sus chalecos salvavidas sobre una mesa.

El capitán tiene las manos sobre el timón, 68 años, una sonrisa tímida, el hablar pausado.

Pausadamente dice que no suele pensar en el terremoto.

Y que tampoco puede olvidarlo.

***

Carlos Barría se acuerda perfecto de que no llegaste solo, terremoto. Trajiste contigo un tsunami y más tragedias.

A unos 70 kilómetros al este de Valdivia, el sismo provocó el deslizamiento de sedimentos del cerro Tralcán hacia el río San Pedro, formando tres tacos que bloquearon el desagüe del lago Riñihue. Para evitar que el lago se desbordara violentamente y arrasara Valdivia y los pueblos ribereños como ocurrió luego del terremoto de 1575, alrededor de 450 obreros trabajaron día y noche con palas y dinamita para abrir canales en los tacos, logrando iniciar el 26 de julio de 1960 la descarga controlada de 2 mil 500 millones de metros cúbicos de agua, que así y todo sumergieron los pueblos de Los Lagos, Antilhue y Huellelhue.

La inundación en Valdivia alcanzó entre un metro y medio y 2,4 metros. La altura de un arco de fútbol.

Sin la hazaña de los obreros, técnicos e ingenieros que participaron durante varias semanas en esta epopeya, el desenlace del Riñihuazo habría sido trágico.

Ante la amenaza del desborde del lago Riñihue, cientos de niños de Valdivia y sus alrededores fueron evacuados en junio de 1960 en aviones y barcos. En otras ciudades los recibieron parientes y familias de acogida con el techo, calor y comida que Valdivia no podía ofrecerles.

Por este episodio, la prensa bautizó a Valdivia como La ciudad sin niños.

Carlos Barría Oyarzo fue uno de los evacuados. La historia de los momentos previos a su partida fue publicada hace 62 años por la revista Vea, de circulación nacional, bajo el título “El niño héroe”.

La historia es la siguiente: la mañana del día más lluvioso del otoño de 1960, Carlos caminó hasta un paradero para abordar la micro que lo llevaría hasta el aeródromo Las Marías para abordar el avión que lo llevaría hasta Concepción para abordar el tren que lo llevaría hasta Santiago. Un largo viaje lo esperaba.

Ya instalado en el aeródromo, Carlos Barría hizo una especie de milagro que interesó al reportero de la revista Vea que cubría la noticia del traslado. Carlos multiplicó unos panes.

Llovía tanto y con tanta fuerza en Valdivia ese 19 de junio que el avión de la Fuerza Aérea no podía aterrizar en Las Marías. A las 5 de la tarde los niños que desde la mañana esperaban ser evacuados estaban tan hambrientos como los adultos que los acompañaban. Entonces el director del Concilio Internacional de Iglesias Cristianas, Baudilio Saavedra, quien coordinaba el traslado hacia una residencia en Santiago, llamó a Carlos Barría para que le ayudara a repartir los 43 sándwiches que tenía preparados para los 43 niños que debían partir. Carlos Barría, el niño héroe de 15 años, tomó los panes e hizo su milagro: los partió en dos para que comieran niños y adultos. Los multiplicó.

-Yo era el más grande del grupo, el resto eran niños pequeños. Había varios que iban descalzos. En esa época era común ver niños sin zapatos -recuerda Carlos Barría.

Carlos regresó a Valdivia y se reencontró con su madre para la Navidad de 1960.


Desde 1967 vive en una casa de una población conocida comúnmente como Huachocopihue, pero que en realidad se llama Abraham Lincoln, porque se levantó con aportes estadounidenses tras el terremoto.

El niño héroe hoy tiene dos hijos, una hija, dos nietas, 77 años, la memoria intacta.

***

Una lluvia fina cae sobre la Costanera de Valdivia cuando Ismael Rincón, un español que ideó el único recorrido turístico y educativo de Valdivia relacionado con el terremoto de 1960, se asoma por la plaza de la Ciencia.

Desde aquí se logran las mejores fotografías de la Perla del sur: las lanchas de turismo atracadas en el muelle, las aves revoloteando sobre el techo de arcoíris de la feria fluvial, los lobos marinos descansando sobre balsas flotantes en el medio del río, los taxis fluviales amarillos cruzando por debajo el puente Pedro de Valdivia, que une el centro con la isla Teja.

Ismael Rincón, un metro ochenta o un poco más, pantalón y chaqueta azul marino repelentes al agua, bufanda multicolor, jockey color guinda sobre el cabello crespo y largo y castaño recogido en un moño, aros en ambas orejas, ojos risueños y anteojos seriotes, es originario de Extremadura -la región donde nació Pedro de Valdivia, el conquistador a quien esta ciudad debe su nombre- avecindado en Chile hace nueve años y los últimos cinco en la Perla; es geólogo, paleontólogo y director de la empresa Terra Austral Geoturismo, que ofrece un paseo guiado de una hora y media por el centro de Valdivia durante el cual el propio Ismael enseña cómo fue el sismo de 1960, por qué se produjo, qué efectos tuvo.

Al comenzar el paseo, Ismael baja el volumen de su voz y la sintoniza en modo suspenso: “El terremoto de 1960 no es el primero en esta zona. Tiene su antecedente en otros sismos que están registrados en las crónicas, como el del 16 de diciembre de 1575 -23 años después de la fundación de la ciudad por los españoles-, el del 8 de julio de 1737 y el del 7 de noviembre de 1837”.

Eterno retorno.

Con una tablet en una mano y un paraguas en la otra, Ismael va recorriendo las calles, deteniéndose en ciertos puntos y mostrando mapas, imágenes de Google Earth y fotografías en blanco y negro que fueron tomadas en esos precisos lugares, para que los turistas -la mayoría de quienes contratan este tour lo son- vean los daños que causó el terremoto en las calles, casas y edificios, y puedan comparar con el paisaje actual.


Ahora, por ejemplo, Ismael está de pie en la Costanera a unos 50 metros de la feria fluvial, con la vista fija en la ribera opuesta del río Valdivia, en la isla Teja, donde se construye la remodelación y ampliación del nuevo edificio del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Austral de Chile. La foto antigua que proyecta en la tablet muestra, en esa misma ubicación, la majestuosidad del palacio de tres pisos que albergaba hasta 1960 a la prestigiosa fábrica de cerveza Anwandter. El sismo destruyó gran parte de este edificio y otras construcciones de la zona.

Ahora Ismael está de espaldas al río Valdivia y exhibe la imagen de una profunda y extensa grieta en el suelo de adoquines de la avenida Arturo Prat -la calle de la Costanera-, que parece un puzle al que le faltan las piezas del centro.

Ahora está a cuatro calles de distancia de la Costanera, en la céntrica Camilo Henríquez, mirando desde allí un edificio de siete pisos inaugurado en agosto de 1952 llamado Prales -el ensamblaje de los apellidos de las familias que lo financiaron, Proschelle y Morales. Diseñado por el arquitecto Javier Anwandter, el edificio Prales fue el primero que se construyó en la ciudad incorporando el concepto de galería.

-Este edificio merece una placa que destaque que soportó el terremoto gracias a su diseño y sistema constructivo, incluso a pesar de su altura- opina el geólogo extremeño.

Pasado el edificio Prales está la plaza de la República, levantada sobre un terreno de piedra cancagua que hasta la llegada de los españoles fue una cancha de palín de los mapuche que habitaban Ainil, el nombre originario de la ciudad.

-Aquí estamos parados sobre un terreno estable. Algunas zonas de Valdivia se hundieron más de dos metros por la mala calidad de sus suelos. Eso explica el nivel de devastación en esos lugares sísmicamente inestables -comenta Ismael Rincón.

El tintineo de las campanas de la catedral anuncia que ya es mediodía cuando Ismael Rincón Portero, la tablet en la mano izquierda, un cigarrillo a medio consumir en la derecha, regresa al punto de partida en la Costanera.

Para cerrar el circuito, lanza una reflexión sobre las tareas pendientes para Valdivia y sus habitantes: “Los valdivianos tienen un vínculo emocional fuerte con el terremoto, pero falta interiorizar una cultura más plena de los peligros geológicos. Cuando conversas con la gente, te cuentan elementos anecdóticos sobre cómo su familia vivió el terremoto, pero no siempre surge explícitamente una pregunta que es valiosa: ¿Estamos preparados para el próximo sismo?”.

Le da una pitada a su cigarrillo, exhala el humo y continúa: “Aquí todavía hay personas que construyen de una manera más bien intuitiva, sin consultar a profesionales cualificados en temas de peligros geológicos o sin incorporar tecnología o materiales antisísmicos. Tampoco hay señaléticas en el centro de Valdivia para que sepamos, si nos pilla el sismo ahora, hacia dónde hay que correr. No hay recorridos para que los estudiantes conozcan los lugares seguros de Valdivia; en qué sectores el suelo es de piedra cancagua o piedra laja y cuáles son rellenos. Falta meter la cultura de los peligros geológicos y la cultura sísmica en el currículo educativo. Todo eso es necesario para que cuando venga el próximo sismo, no nos pille tan desprevenidos”.

***

En Valdivia no hay monolitos o memoriales que recuerden a las víctimas del terremoto de 1960. No hay placas conmemorativas en las calles. No hay -excepto en el sector costero- señaléticas para que la población sepa dónde están las zonas seguras para evacuar. No hay, en la gran mayoría de las casas, kits de emergencia ni linternas con pilas cargadas ni bidones con agua por si llega otra catástrofe.

Hubo una vez un Museo y archivo del terremoto y tsunami de 1960 en el islote Haverbeck. Este islote, al que se accede navegando por el río Valdivia, fue durante un siglo la base de la empresa naviera Haverbeck Skalweit hasta que el terremoto provocó la destrucción de sus edificios, el descenso del terreno y su hundimiento parcial. En 1996 el islote fue rellenado con materiales dragados del río y sus nuevos propietarios construyeron cabañas y habilitaron senderos con áreas verdes junto a las ruinas de la empresa naviera. El museo abrió en 2011 y cerró tres años después para transformarse en un museo virtual que ya no existe.

Nadie te puede olvidar, Gigante, pero hasta hace poco nadie te quería recordar demasiado.


Eso está cambiando. Pronto habrá un nuevo museo. La Cervecería Kunstmann y la Universidad Austral de Chile anunciaron en enero que trabajan en conjunto para levantar uno a mediano plazo.

Para recordar y aprender existen libros, documentales, reportajes, sitios web y cuentas de Facebook e Instagram dedicados al terremoto de Valdivia.

En Spotify, la audioguía Ruta 1960: la memoria salva vidas invita a recorrer en media hora seis hitos del terremoto en el centro de la ciudad.

Frente al teatro Cervantes, en el interior de un estacionamiento de la calle Carampangue, a escasos metros de la Plaza de la República, un colorido mural de 120 metros cuadrados recuerda episodios de la catástrofe: los hombres que despejaron los tacos del Riñihue, el varamiento del barco Canelos en el río Valdivia luego del maremoto en la bahía de Corral, la formación del santuario de la naturaleza, la erupción del complejo volcánico Cordón Caulle.

En los Barrios Bajos, un sector de origen obrero levantado sobre humedales y pantanos que se hundió por el terremoto -de allí su nombre-, los vecinos eligieron cinco fotos del sismo y tsunami que serán instalados próximamente en paraderos de la locomoción colectiva. Así podrán viajar al pasado mientras esperan la micro para viajar a su futuro inmediato.

Este año, durante la conmemoración del terremoto de 1960, la municipalidad de Valdivia firmó con la Fundación Proyecta Memoria el pacto “Ciudades con buena memoria y educación ante desastres”, que permitirá generar espacios para conmemorar y prevenir.

A mediados de junio fue promulgada una ley que declara el 22 de mayo como el Día nacional de la memoria y educación sobre desastres. Ahora los escolares de todo Chile tendrán durante el año actividades para conocer la historia de los desastres naturales del país y las medidas para prevenir y mitigar sus efectos. Y cada 22 de mayo, a las 15:11 horas, guardarán un minuto de silencio para homenajear a las víctimas del cataclismo.

Las nuevas generaciones tampoco podrán olvidarte, terremoto de Valdivia.

***

Hoy queremos contarles la historia

Valdivia mayo año 60

Amanece y se escuchan sirenas al viento

Sonatas de aquellos bellos momentos

La gente camino a la industria

Los botes cargados de sueños

Van y vienen del muelle

Sobre el escenario del Teatro Cervantes el grupo Antares de Valdivia interpreta su obra más importante, la cantata Valdivia Año 60, memoria y relatos de nuestra historia, una composición musical de raíz latinoamericana que en un poco más de una hora relata cómo era la vida en las comunas de Valdivia y Corral antes, durante y después del terremoto y maremoto.

La cantata fue estrenada para la conmemoración de los 50 años del terremoto, y luego sumó presentaciones en Ecuador y en Chile, incluido un concierto en el salón de honor del Congreso Nacional.


Ninguno de los ocho integrantes de Antares de Valdivia vivió el terremoto. Para componer la obra entrevistaron a trece testigos de la catástrofe: una piloto de avión, un profesor que además era bombero, un periodista del diario El Correo de Valdivia, un funcionario de una empresa telefónica, una dueña de casa, el gerente de Industrias Rudloff, una comerciante, un músico de la banda Los ases del ritmo, un habitante del sector costero Los Molinos, un funcionario de la empresa Altos Hornos de Corral, una mujer que tenía 15 años en esa época y dos hombres que eran niños de doce y nueve años.

La primera parte de la cantata narra con una cueca y una cumbia episodios de la vida cotidiana de valdivianos y corraleños antes de la tragedia: las embarcaciones que llevan y traen materias primas y provisiones por los ríos y el mar, el trabajo en las industrias, los niños bañándose en el río, las citas de los enamorados en el cine, los bailes en las quintas de recreo, las riñas de los borrachos.

El público en la sala aplaude, lo pasa bien en el Cervantes.

De arquitectura neoclásica, este teatro inaugurado en 1935 fue el único que resistió el terremoto en Valdivia, gracias a su diseño y construcción con materiales antisísmicos. Cuando comenzó el cataclismo, las personas que estaban en su interior viendo una película huyeron hacia la calle, se afirmaron en sus paredes para no caer.

Tiembla Valdivia, mi tierra querida

Un terremoto nos abre una herida

Destruye indolente

Toda su historia en el suelo quedó

Antares de Valdivia interpreta ahora con la voz desgarrada la segunda parte de la obra: la destrucción, el miedo, las plegarias, las muertes, el Riñihuazo. En Corral el maremoto arrasa las casas, caen las industrias. Valdivia está incomunicada, sin luz ni agua, los caminos cortados, las calles llenas de escombros, constantemente hay réplicas, la comida escasea.

La niña en el bote sintió gran temor

El río furioso azotó el malecón

No hay salvación

La Costanera al fondo cayó

En la primera fila del teatro está sentada Juvelina Jaramillo Catalán. La cantata está narrando su historia, la de una niña de 15 años que a las 15:11 horas del 22 de mayo de 1960 está sentada sobre un bote amarrado en el malecón del río Valdivia junto a sus dos hermanas pequeñas y dos hijos de un vecino.

El director artístico de Antares de Valdivia, Juan Carlos Gutiérrez, guarda en su casa el relato manuscrito de ese momento, que Juvelina le entregó hace doce años.

El relato: “Se va levantando un pequeño oleaje que rápido circula explosando (SIC) contra la costanera. Mi bote se tambalea como si fuera de simple papel y comienza a chocar contra los otros. Revienta el ruido en mis oídos. Los niños lloran y gritan por sus madres. Yo empujando los otros botes para que no me choquen y de pronto veo caer la costanera en ambos lados. Los gritos de los vecinos los escucho en lo alto. Lloran rezan piden perdón”.

Juvelina, sus hermanas y los niños que la acompañaban fueron auxiliados cuando el sismo se detuvo: “Al subir y refugiarme en los brazos de mi madre y hermano me sentí reina y heroína pues muchas manos me abrazaban y me daban las gracias por haber tenido la valentía y calma para cuidar a cinco niños, incluyéndome”.

Tan solo un par de segundos son suficientes

Para entender el sentido de fuerza

De nuestra gente

Lágrimas que nacen en el presente

Viejos con experiencia y nuevas miradas

Que están latentes

Puestas en un horizonte de algarabía

Esparcidas sobre el suelo de un pueblo

Con gran valía

Una alegre pericona chilota suena en el teatro Cervantes. La última parte de la cantata narra la ayuda internacional, la reconstrucción, la esperanza de un mejor futuro. Los rucos se convierten en casas, se construyen poblaciones, la Universidad Austral de Chile abre sus puertas, vuelven la música, la danza y el teatro para darle alegría a la gente y ayudarla a levantarse.

El público aplaude al compás de la música, dos hombres ancianos se encuentran en el pasillo y se abrazan y se separan y se vuelven a abrazar.

Importante es recordar

Para siempre

El ejemplo de los hombres y mujeres

Que sembraron paso a paso

La semilla que florece

En el alma de Valdivia

Los versos finales de la cantata son un homenaje al empuje de los sobrevivientes.

Gente de pie, aplausos, reverencias, más aplausos. Se cierra el telón, se apagan las luces, la sala queda vacía.

El dinosaurio sigue allí.