Machis y médicos en el mismo equipo

por Pilar Galende

En Neuquén existe un lugar que contempla la interculturalidad en el camino de la sanación: el Raguiñ Kien. Allí la biomedicina tradicional se combina con la mapuche. En el marco del último Congreso de Medicina General, un grupo de profesionales de la salud visitó el lugar para repensar su propio saber.


Abril 2024

La ansiedad de la aventura me lleva una vez más a una irremediable puntualidad. Son las 6 am. Estoy en la puerta del Ministerio de Salud de Neuquén, solo me acompañan dos perros que duermen en la entrada. De a poco llegan los demás pasajeros. Somos trece tripulantes de distintas latitudes del país: un grupo que viaja desde Tierra del Fuego, dos médicas de Río Negro, otra que se suma desde Amaicha del Valle en Tucumán, una compañera de Chubut, otras tres que son locales y organizadoras de la travesía y dos que somos de La Pampa. Venimos de compartir cuatro intensos días de debates y reflexiones en el XXXVIII Congreso de Medicina General y equipos de salud que organiza anualmente la Federación Argentina de Medicina General, que esta vez tuvo a la ciudad de Neuquén como anfitriona. El congreso no es sólo un momento de encuentro, sino también un abrazo compañero, un refugio ante las inclemencias del trabajo en salud, una renovación de sentidos, una pausa amorosa. También lo ha sido para mí. Desde que soy médica generalista, hace ya 15 años, no he faltado a la cita.

Cerca de las 8, finalmente, partimos en una combi del Ministerio para conocer en vivo y en directo la experiencia del Centro de Salud Intercultural Raguiñ Kien de la cuenca Ruca Choroi. En el trayecto, además de mates, charlas y alguna siesta intercalada, compartimos una pregunta que nos moviliza: ¿cómo pensar una salud verdaderamente intercultural? Durante el congreso pudimos escuchar las voces del pueblo mapuche, conocer sus luchas ancestrales, dejarnos atravesar por las palabras. Resistencia, territorio, descolonizar, interculturalidad. Todas invitaciones a revisar nuestras prácticas en salud, a pensar los bordes entre lo posible y lo necesario, a imaginar nuevos y mejores horizontes.

Ahora descendemos por el Camino del Rahue. Una empinada cuesta de curvas sinuosas rodeadas de araucarias que nos acerca hasta Aluminé. Allí, los cerezos en flor, el amarillo encendido de las retamas y el río asomando en cada curva parecen el preludio de lo que está por venir. Llegamos a Ruca sobre el mediodía. Nuestra pacha, madre tierra, penetrando por todos los sentidos. El viento fuerte, el sol radiante, las montañas abrazando el río. Aún no lo sé, pero en pocas horas podré nombrar esa certeza de que somos lo que nos rodea, que no estamos solos ni solas, que si ella enferma lo hará también nuestro cuerpo, que su muerte es la nuestra. Los newenes, esas fuerzas espirituales que protegen la vida, están allí para recibirnos.

Raguiñ Kien significa medialuna. Por eso, el edificio toma su forma, como un dar cuenta de que la luna marca los ritmos de la tierra y también de nuestros procesos vitales. Las fases lunares acompañan diagnósticos y determinan los momentos propicios para la sanación. ¿Por qué nuestra medicina occidental ha dejado de lado este saber, este conocimiento ancestral, que sin embargo está presente para otros procesos trascendentales de la vida como la siembra y el cultivo que nos brindan el alimento?, me pregunto en silencio.

Este es un centro de salud público donde la interculturalidad deja de ser discurso para ser un ejemplo fáctico, concreto, experiencia viva, de la complementariedad entre la biomedicina y el sistema de salud mapuche. Al ingresar, algo nos llama la atención. Para quien está acostumbrada a transitar los pasillos de hospitales, la presencia de un gran fogón apagado en el centro del hall resulta una curiosidad. Lentamente, visitantes y anfitriones nos sentamos a su alrededor. No hay fogata, pero la ronda nos permite encontrar visualmente nuestras miradas encendidas y sentir el calor de la bienvenida. Nos presentamos. El fuego, nos explican, “es nuestro newen, es nuestra voz, nuestra conexión con el cosmos, el elemento fundamental para la curación”. Por eso, está en el centro de todo. Ailin Schneider de Haro y Corina Bertone vienen de Bariloche. Sienten que esa ronda alrededor del fogón nos invita, además, a otro modo de existencia como trabajadores.

-Para quienes venimos de las estructuras del sistema público de salud tradicional, se rompen los cimientos de nuestras creencias, y se abren las puertas del pensamiento a crear otros mundos posibles, lo que nos recuerda por qué elegimos el primer nivel y la comunidad para trabajar -dice Corina Bertone.

Fabián Gancedo es médico generalista y es mucho más que un médico que atiende en el centro de salud. Es parte de la historia que hay detrás. Y que tiene muchos más años de los que llevó construir el edificio. Toma la palabra para contarnos ese largo trayecto que llevó a cumplir este sueño compartido: “No fue un hecho aislado, forma parte de las luchas de la cuenca Ruca Choroi, territorio mapuche, y de las tensiones de la relación entre el Estado y los pueblos originarios reconocidos como pre existentes por la Constitución. No pueden separarse, la lucha por la salud es la lucha por el territorio”. Fabián destaca un momento histórico, fundacional: la revuelta de Pulmari. Dice que en 1995 las comunidades dejaron de agachar la cabeza frente al menosprecio y la discriminación racial, y salieron a tomar las calles de la cuenca y se movilizaron hacia Aluminé. Algunos médicos generalistas se sumaron a esa lucha.

-Y comenzó un camino conjunto -dice Gancedo.

Al principio atendían en una escuela, después en una casa de la comunidad, hasta que quedó chica y sintieron la necesidad de reclamar de tener un puesto sanitario con pertinencia cultural.

Adriana Feltri, quien trabajó como médica rural de la zona sanitaria de donde depende el Hospital de Aluminé y conoce a Gancedo desde sus inicios, se emociona de volver a escuchar la historia. Sabe que el centro intercultural es una construcción compartida, deseada, militada, tanto por la comunidad como por parte de los equipos de salud. Un trabajo que llevó años de construcción y que ella vivió de cerca.

En noviembre de 2021, después de años de debates, avances y resistencias, el proyecto se concretó. Raguiñ Kien abrió sus puertas y con ellas, un camino donde la medicina mapuche dialoga en conocimientos y prácticas con la biomedicina para brindar atención a la comunidad de la cuenca.

-Costó mucho que la provincia acepte incluir la cosmovisión mapuche, más a los médicos, que hubiera agentes de salud con su idioma, su cultura, que fueran planta del Estado -recuerda Gancedo.

Es que lo que nuestra medicina hegemónica asume como “calidad de atención” centrada en la atención de enfermedades y el uso de tecnologías, para la cosmovisión mapuche se basa en el Kume Felen, es decir, el “vivir bien”, que comprende todos los aspectos de nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestro territorio. También costó para un sistema de salud sostenido históricamente en jerarquías de poder, incluir un modelo de gestión colegiada al que llaman Nor Feleal. Es decir, en la gestión del centro no hay un tradicional “director o directora” sino una grupalidad de representantes que incluyen autoridades políticas de la comunidad mapuche, agentes del Ministerio de Salud y trabajadores/as del Hospital de Aluminé. En total son diez las personas que toman decisiones sobre el rumbo de esta experiencia que lleva apenas siete meses en funcionamiento.


En medio de la conversación, una voz irrumpe desde la puerta. “Hay una urgencia en la cuenca”, alerta uno de los choferes, por lo cual Fabián Gancedo se apresura en salir y abandona la ronda. El relato continúa en la voz de otro de los integrantes del Nor Feleal y miembro de la comunidad, Pedro Luis Salazar. Y para volver al calor de la charla, sentencia:

-No hacemos medicina alternativa.

Es una importante aclaración frente a un poder médico hegemónico que define el valor del conocimiento según sus propias reglas y reserva ese rincón de alteridad a quienes practican otros modos de brindar alivio. “La medicina mapuche es en sí un sistema de salud, tiene sus “lahuentuchefes” o curadores, sus parteras, componedores de huesos. Para nosotros es muy importante la espiritualidad, es decir, si yo me enfermo, se enferma mi familia, se enferma el río”. Por eso, en el diagnóstico de enfermedades figura la “transgresión a la biodiversidad”, dañar la naturaleza altera un equilibrio del que somos parte y produce síntomas en nuestro cuerpo y nuestra mente. ¿Por qué no lo aprenderemos en la facultad?, me pregunto, otra vez, en silencio.

De los más de sesenta curadores de la cuenca, diez aceptaron brindar atención en el centro de salud y ya a inicios del año tenían más de trescientas consultas. Y desde que falleció Doña Carmen, la machi que atendía la zona, el machi Víctor cruza la cordillera desde Chile una vez al mes.

-Tiene una larga lista de espera -dice Salazar.

Esta incluye pacientes que vienen de la cuenca, pero también de otras partes de la provincia, e incluso fuera de ella. En ocasiones, llegan espontáneamente en busca de alivio y son orientados en la recepción en función de sus dolencias si les conviene hacer una consulta médica con Fabián o con alguno de los curadores o el machi. Otras veces son los Kume az mogen, facilitadores comunitarios interculturales, quienes reciben la demanda y gestionan la consulta con uno o ambos sistemas de atención. El proceso de pelotum, es decir, el diagnóstico difiere según la consulta sea iniciada por la biomedicina o por la salud mapuche. A diferencia del examen clínico tradicional y la indicación de estudios complementarios, el machi se vale de lo que ve, de lo que siente y de lo que presiente para acercarse a comprender las raíces del malestar que aqueja a la persona. Además, otorga mucho valor a quien acompaña al paciente, que aporta sus conocimientos sobre el enfermo y la administración de cuidados.

También los procesos de sanación son diferentes, aunque en ocasiones se complementan. Mientras la biomedicina cuenta con sus métodos farmacológicos que se dispensan en el centro, el sistema mapuche incluye entrega de medicamentos derivados de plantas, que se utilizan en infusiones, o para sahumar, aunque también el consumo de ciertos alimentos o bebidas especiales. El equilibrio del mundo espiritual, al que desde la biomedicina denominamos “salud mental”, es de vital importancia para la curación y es interpretado en sus raíces ancestrales. Por ello, los abordajes terapéuticos son comunitarios y no individuales. Las ceremonias de sanación, o machitún, son colectivas y parte central del proceso. El intercambio de conocimientos entre ambas prácticas es incipiente pero avanza, en instancias de derivación interna de situaciones complejas que no logran resolverse desde la biomedicina o en la búsqueda de opiniones mutuas frente a la indicación de algún tratamiento.

Terminada la ronda, nos dividimos en dos grupos para conocer el resto del centro. Gabriela Calfinahuel nos acompaña en la recorrida. Ella es Kellu, es decir, asistente médico mapuche. Mientras nos introducimos en los pasillos, experimento una nueva posición como médica: el no saber. No entiendo las inscripciones en los carteles escritos en mapudungun, desconozco el valor de los símbolos, no reconozco los nombres de las plantas que usan para curar. El saber científico, me digo, nos ha hecho creer que el conocimiento está de nuestro lado, ¿empezará por ahí desandar la colonización del pensamiento?


Frente al consultorio de la enfermería se encuentra el Quimulhupeyen Che Machimu, el espacio que usa el machi. Entramos. Es una sala grande, luminosa, perfumada por los preparados que aguardan ser usados en grandes recipientes. En las paredes, se muestra el proceso de elaboración de esas medicinas. En todos los pasos que lleva se ven mujeres: recolectando plantas, hirviendo, colando. Son procesos colectivos. La recolección no sólo se realiza entre lo que ofrece la montaña que rodea al centro: “hay que alejarse y a veces cruzamos la cordillera en búsqueda de algunas especies”, nos cuenta Gabriela Calfinahuel. Un gran cartel enseña la Fillque Lahuen Mulelu, Fachi Az Mapu: la diversidad de plantas que hay en este lugar. La pacha tiene lo que necesitamos para vivir.

Cruzamos nuevamente el espacio central para visitar el otro sector de la medialuna. Allí funcionará en un futuro no muy lejano un área de internación y una sala para partos. Los grandes ventanales permiten visualizar las montañas, algunos picos están nevados, será una maravilla abrir los ojos al mundo por primera vez en un lugar así, imagino. Reparo en un detalle: las camas, contrariamente a cualquier hospital que conozca, orientan los pies hacia la pared. “La cabecera del paciente debe estar hacia la salida del sol”, aclara la asistente, “de lo contrario la persona puede fallecer”. Ahuyentar la muerte forma parte de la vida en la cosmovisión mapuche, las embarazadas por ejemplo no pueden acercarse a ella, por más que el difunto sea padre o hermano, no podrán verlos mientras haya una criatura en el vientre.

El tiempo corre rápido. Son más de las 16 y aún no almorzamos. En un salón que también funciona como cocina compartimos unos sándwiches y algunas impresiones de la visita.

-Este es el cierre perfecto y más atinado que pudo tener nuestro congreso, que este año ocurrió en territorio mapuche. No podríamos haber significado mejor el eje de la interculturalidad que de esta manera -reconoce Elsa Álvarez, que trabajó en Junín de los Andes y, al igual que Adriana Feltri, conoce a Gancedo desde sus inicios en la provincia.

Palabras de emoción y agradecimiento que se lanzan a quien escribe como una invitación a demorarse en la escucha, a revisar lo aprendido, a resignificar lo que creíamos certero.

Alejandro Poudes viajó con un grupo de residentes de medicina general desde Ushuaia. Mientras charlamos, nos cuentan que habían escuchado de la experiencia de Ruca en el congreso del año anterior y desde ese momento imaginaban esta oportunidad.

-Maravillados es una palabra que nos queda corta -dice para describir la sensación de estar finalmente allí. Y agrega que lo que les resulta increíble es la historicidad de creación de un espacio con pluralidad de miradas, que generan un entramado tal que sirve para dar respuesta a la comunidad, pero no como algo ajeno, sino como resultado que nace desde adentro”.

¿A qué llamamos salud? ¿Qué respuestas brindamos? ¿Y hasta qué punto éstas son una respuesta real a los problemas? ¿Cómo se apropia la comunidad del espacio de salud? ¿De qué manera abordamos las dimensiones espirituales cuando buscamos resolver una situación de salud? Son algunas de las tantas preguntas que nos quedan dando vueltas.

Cerca de las 17 emprendemos el regreso. Nos despedimos de todo el equipo, con la alegría de haber podido ser testigos de esta experiencia y el compromiso de difundir la experiencia. Elvira Gauna, médica de Esquel, se queda unos días más. Sin embargo, me dirá después, que “es poco tiempo” para conocer a fondo y comprender la complejidad del proceso de consolidación del centro de salud y conocer las tensiones que existen en la convivencia, lo que se cede, lo que se abandona, lo que se construye, lo que se inventa, lo que se dice y lo que es silencio, lo que se suma en los caminos de construcción de interculturalidad. Y dirá lo que sentimos todos:

-Viajar al centro intercultural fue viajar a una posibilidad.

Mientras la combi va dejando atrás la montaña sé que necesitaremos volver a Raguiñ Kien.

* Presidenta de la Federación Argentina de Medicina General.