La aurora del primer periodista chileno

por Rodrigo Obreque Echeverría

La historia de José Camilo Henríquez, periodista decano y el “primer escritor de la revolución chilena” como se definía, busca un lugar. La revuelta de 2019 volteó su busto en Valdivia. Una crónica al rescate de su memoria.

Marzo 2022

La aurora, la primera luz del día, esa franja blanca en el horizonte que precede a la salida del sol, asoma durante el invierno en Valdivia alrededor de las 7:30. Sería la hora del despertar si no tuviéramos alarmas ni gallos que nos canten. O un reloj biológico.

Hoy es 20 de julio de 2021, un martes. Son las 8:07, la hora prevista para la salida del sol, pero no hay sol a la vista en el horizonte. En la ciudad más lluviosa de Chile el cielo está nublado.

En Valdivia nació un día como hoy, hace 252 años, José Camilo Henríquez González, considerado el Padre del periodismo nacional. Es el valdiviano más influyente de la historia de Chile, aunque dejó la ciudad a los nueve años para iniciar en Santiago una educación clerical que después continuó en Lima, y nunca regresó.

El niño melancólico, idealista y de contextura débil que describen sus biógrafos se transformó en un prócer de la Independencia de nuestro país. Fundó y dirigió el primer periódico nacional, La Aurora de Chile, que circuló durante 14 meses y tuvo 58 ediciones ordinarias, dos extraordinarias y dos suplementos en los que escribió sermones, proclamas, ensayos, artículos periodísticos, textos dramáticos y poesía lírica con una pluma que blandía como una espada envuelta en llamas. En un artículo de la página 3 de la primera edición, se autodefinió como “el primer escritor de la revolución chilena” contra la monarquía española.

Antes de participar en la Independencia de Chile, Camilo Henríquez fue un asiduo lector y difusor de las ideas de los filósofos de la Revolución Francesa y por ello fue perseguido y encarcelado en Lima por la Santa Inquisición.

Además de periodista y sacerdote, Henríquez fue parlamentario, masón regular -y perteneció a la logia lautarina-, estudió Medicina en Buenos Aires, legisló a favor de los pueblos indígenas, contribuyó a la fundación del Instituto Nacional y de la Biblioteca Nacional, fue un estrecho colaborador de José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins y vistió como civil los últimos años de su vida. Falleció en Santiago a los 55 años el 18 de marzo de 1825, en una casa de calle Teatinos que ya no existe y que compartió con una mujer patriota de nombre Trinidad Gana, quien lo cuidó hasta su muerte y a quien dejó como única heredera.

A lo largo de nuestro país han sido bautizados con el nombre de Camilo Henríquez liceos, calles, bibliotecas y un teatro, y se han erigido bustos y un monumento con su figura.

En Valdivia se le recuerda con una calle importante y un paseo peatonal que llevan su nombre. También tiene su nombre la biblioteca municipal. En la céntrica calle Yungay, una placa recuerda el lugar donde estuvo la casa en la que nació.

En la plaza de la República de Valdivia, la única plaza de armas en Chile que tiene este nombre, había un busto de bronce de Henríquez junto al cual todos los 13 de febrero el Colegio de Periodistas de la Región de Los Ríos conmemoraba el Día de la Prensa, en recuerdo a la fecha en que por primera vez circuló La Aurora de Chile, en 1812.

Desde el 14 de noviembre de 2019 el busto ya no está en su lugar. A la hora en que el sol estaba en su cénit, seis encapuchados se descolgaron de una manifestación, le ataron cuerdas en el cuello y jalaron hasta que la figura del autor del Catecismo de los patriotas -texto en el que escribió sobre el derecho irrenunciable del pueblo a tener su propia constitución- se estrelló contra el piso de la plaza de la República.

Ese día también fue derribado el busto de Vicente Pérez Rosales. Una nota de prensa publicada por Soyvaldivia.cl recogió el testimonio del administrador municipal de esa época, quien señaló que los bustos fueron retirados y resguardados en oficinas municipales y se comprometió a solicitar al Consejo de Monumentos Nacionales que efectuara un cálculo del costo de su reparación.

Casi dos años después, el presidente del Consejo Regional del Colegio de Periodistas, Juan Yilorm, sentado en un café céntrico una tarde de principios de septiembre de 2021, señala que la directiva del gremio tomó este año contacto con autoridades de la municipalidad de Valdivia y del Consejo de Monumentos Nacionales para restaurar el busto de Camilo Henríquez, pero nadie sabía dónde estaba ni qué había pasado con él.

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En el lugar donde estuvo ubicada la casa natal de Camilo Henríquez -la casa de sus abuelos maternos- hoy pagan sus multas quienes se estacionan en lugares indebidos, pasan manejando un semáforo en rojo o son sorprendidos consumiendo alcohol en la calle.

En ese lugar fue construida a principios de 1930 una edificación neoclásica de hormigón armado, de un piso y con un patio interior, que albergó durante medio siglo al desaparecido diario El Correo de Valdivia. Hoy funcionan allí los juzgados de policía local.

En la fachada, blanca y con arcos semicirculares que enmarcan puertas y ventanas, dos placas recuerdan que en ese sitio nació Camilo Henríquez un 20 de julio de 1769. La más reciente fue instalada por la Escuela de Periodismo de la Universidad Austral en el año de su creación, 1989, que coincidió con el aniversario 220 del natalicio de Henríquez.

La otra placa fue instalada para el bicentenario de su nacimiento por el Círculo de Periodistas de Valdivia. Ese año, 1969, no estaba clara la ubicación exacta del lugar donde había estado su casa natal. Para salir de la duda, la periodista de El Correo de Valdivia Emilia Cuevas contactó al sacerdote benedictino, historiador y arquitecto Gabriel Guarda Geywitz, otro valdiviano notable, que en dos de sus libros había indicado la posible ubicación de la casa.

El padre Guarda, que vivía fuera de Valdivia, respondió con una nota a Emilia Cuevas, instándola a aclarar la duda con una huincha.

“Queda aclarar con exactitud esta interesantísima duda y ello es posible, curiosamente, no por mí a la distancia, sino allí mismo por los interesados. Se trata simplemente de tomar una huincha de medir y ponerla en la esquina del ángulo de la calle Yungay esquina Yerbas Buenas, contar 106,995 m. (ciento seis metros novecientos noventa y cinco milímetros) y marcar el punto donde comenzaba por el sur la propiedad de la abuela del padre de la patria, en la que éste nació (…) así se encuentra precisamente especificado en un valioso plano del lugar datado en 1771”, decía la nota del sacerdote.

Emilia Cuevas tomó la huincha, caminó hasta la esquina que está a un costado del torreón Los Canelos y efectuó la medición, que marcó el lugar donde termina el edificio de El Correo, más o menos a medio metro de la línea divisoria con la propiedad contigua.

Con esa confirmación, el Círculo de Periodistas decidió instalar la placa de bronce conmemorativa en la fachada del edificio y en la ceremonia se planteó incluso la idea de erigir un monumento a Camilo Henríquez en su ciudad natal, propuesta que más adelante se convertiría en una ley.

La placa fue descubierta por dos descendientes directos del primer periodista chileno, Gloria Henríquez Fontanaz, sobrina tataranieta, y Camilo Henríquez Plaza de los Reyes, periodista de El Correo de Valdivia y sobrino bisnieto del prócer, ambos ya fallecidos, al igual que Emilia Cuevas y el padre Guarda.

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-Buenas tardes… Sí, habla Camilo Henríquez… Sí, nos llamamos igual… No, no soy descendiente de él…

El profesor normalista Camilo Henríquez González contesta su teléfono y lo primero que aclara es que no es familiar de Camilo Henríquez González, el primer periodista chileno.

Se trata de un alcance de nombre (y apellidos).

Camilo Henríquez González, el profesor normalista, no sabe si existen en Valdivia familiares de Camilo Henríquez González, el periodista.

Sí hay familiares del prócer valdiviano en Santiago: por el lado paterno, el abogado Javier Patricio Camilo Henríquez Japke, hijo del periodista Camilo Henríquez Plaza de los Reyes; por el lado materno, el abogado, político y escritor Hermógenes Pérez de Arce Ibieta, cofundador de la revista Qué Pasa, director del diario La Segunda entre 1976 y 1981 y columnista del diario El Mercurio desde 1962 hasta el año 2008.

El profesor Camilo Henríquez nació en 1936 en la comuna de Río Negro, pero es valdiviano porque hace más de 70 años que vive en Valdivia. Es casado con Cecilia Hohmann, de quien se enamoró para siempre cuando era un niño; tienen tres hijos en común y dos más del matrimonio anterior de su esposa, que enviudó.

Camilo Henríquez estudió entre 1952 y 1957 en la Escuela Normal Camilo Henríquez de Valdivia. Para sus compañeros era llamativo tener un compañero que se llamara así. Lo apodaron Quirino, en referencia a Quirino Lemáchez, el anagrama de su nombre que el periodista utilizó por primera vez en enero de 1811 para firmar una proclama revolucionaria en la que incitaba a los ciudadanos a instalar el Congreso Nacional para luchar por la independencia y adoptar la república como forma de gobierno.

Camilo Henríquez, el profesor, ha usado el seudónimo Kirino para participar en concursos literarios y el nombre de usuario de su correo electrónico es también kirino.

Uno de sus hijos y uno de sus nietos se llaman Camilo Henríquez, al igual que un primo, un sobrino y un amigo que vive en Los Muermos.

En sus 84 años de vida, el profesor Henríquez no ha vivido a la sombra del prócer homónimo ni ha sido un peso para él llevar el mismo nombre. Ha brillado con luz propia.

Fue profesor en la Universidad Técnica del Estado, en liceos y colegios de Valdivia y fue el primer director del centro de educación de adultos Luis Moll Briones de esta ciudad. En lo deportivo, fue seleccionado de fútbol de Valdivia. En el ámbito musical, con un grupo de amigos formó un conjunto de música popular que en 1957 ganó un concurso para tocar en vivo en Santiago en la radio Minería; fue violinista de la orquesta Luis Moll Briones, formada por profesores normalistas del sur, y fue uno de los creadores de las orquestas del Instituto Salesiano y de la Filarmónica regional. También ha incursionado en la literatura: escribió una biografía de Luis Moll Briones que fue lanzada en la Biblioteca Nacional, obtuvo un primer lugar con su cuento “El profesor rural” en el concurso Historias de nuestra tierra, organizado por FUCOA, y un primer lugar en un concurso de poesía con “Oda al castaño de cantera”, dedicado a un árbol que plantó Bernardo O ́Higgins en la hacienda San José, en la localidad de Las Canteras, a 32 kilómetros de Los Ángeles.

También vivió momentos amargos, especialmente luego del golpe militar de 1973.

“Estuve más de un mes preso, por pensar. Yo no era revolucionario; creía que podía haber un mundo mejor”, cuenta, sentado en el living de su casa una tarde de agosto de 2021, y se emociona al recordar cuando presenció la detención de algunos de sus alumnos.

En la cárcel de la Isla Teja estuvo detenido con el actual presidente regional del Colegio de Periodistas, Juan Yilorm Martínez, quien en esa época era director de la desaparecida radio Camilo Henríquez y dirigente socialista en Valdivia, sindicado falsamente como uno de los responsables de ejecutar en la zona el Plan Z, que según los militares era un plan de la Unidad Popular para realizar un autogolpe que terminaría con la oposición al gobierno de Salvador Allende. Yilorm, un hombre de 77 años que cuenta en la región con el cariño y el reconocimiento transversal de sus colegas periodistas por su calidad humana y profesional, estuvo preso injustamente más de dos años cumpliendo una condena por traición a la patria y luego partió con su esposa e hijas a un exilio de doce años en Bélgica.

Con semejante nombre, al profesor Camilo Henríquez tampoco le faltan anécdotas. Sus cercanos inventaban historias. Decían que en una noche de juerga lo habían llevado detenido con dos amigos por andar ebrios en la calle y porque, en vez de dar a Carabineros sus nombres verdaderos, les habían entregado identidades de personajes ilustres de la historia de Chile:

– A ver, ¿usted cómo se llama?

– Manuel Rodríguez, mi cabo.

– Pa’ dentro, huevón, estai cura’o. ¿Y usted?

– José Miguel Carrera.

– Pa’ dentro también. ¿Cuál es su nombre?

– Camilo Henríquez.

– Otro chistosito. ¡Al calabozo!

Los amigos del profesor normalista reían contando que, al día siguiente, los funcionarios policiales fueron a ver a los tres amigos a la celda y les volvieron a preguntar sus nombres.

– ¿Cómo se llama usted?

– Juan Pérez, mi cabo.

– ¿No te llamabas Manuel Rodríguez? Ya, váyase pa’ la casa. ¿Y usted? El que había dicho llamarse José Miguel Carrera, respondió: “Me llamo Manuel Cavada”

– Para su casa también. Y usted, ¿cómo se llama?”

– Yo soy Camilo Henríquez.

– Este huevón se queda adentro. ¡Todavía está cura’o!

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En la biblioteca municipal Camilo Henríquez de Valdivia, fundada en 1935, hay 27.450 libros. Hay libros de cuentos, de poesía, de autoayuda y novelas. Hay enciclopedias, libros infantiles, best sellers y textos de autores desconocidos. Hay sagas, antologías y biografías, pero hasta el 19 de agosto de 2021 no había ningún libro sobre el personaje que le da su nombre a la biblioteca.

El 19 de agosto fue un jueves. Ese día llegaron hasta la biblioteca, ubicada en la avenida Picarte esquina Hettich, el presidente regional del Colegio de Periodistas, Juan Yilorm, y la secretaria Daniela Rosas para entregarle a la directora de la biblioteca, María Victoria Vicencio, tres libros que cuentan la vida y reflexionan sobre la obra del primer periodista chileno.

En 1995, cuando asumió la dirección de la biblioteca número 207 a María Victoria Vicencio y su equipo se les ocurrió la idea de hacer una consulta pública para bautizarla con el nombre de un personaje valdiviano. La votación se realizó un par de años después con una gran participación de la comunidad.

En la oficina de la directora, una foto enmarcada recuerda el momento en que se hizo el recuento de los votos ante un notario público que fue testigo de que el primer lugar lo obtuvo… Gabriel Guarda Geywitz, el sacerdote, historiador y arquitecto que encontró la ubicación exacta de la casa natal de Camilo Henríquez.

Camilo Henríquez salió segundo.

– Como el padre Guarda estaba en vida, no se le pudo poner su nombre a la biblioteca, porque en ese tiempo la ley no lo permitía -explica María Victoria Vicencio.

– Pero qué mejor que esta biblioteca lleve el nombre de un escritor y periodista que además fue bibliotecario -agrega.

En efecto, Camilo Henríquez fue nombrado en abril de 1822 por Bernardo O’Higgins como segundo bibliotecario de la Biblioteca Nacional, fundada en agosto de 1813 y dirigida por Manuel de Salas. Hoy lleva su nombre un salón de la Biblioteca Nacional que contiene la colección de periódicos chilenos más importante del país y también archivos de microfilms de diarios, revistas y libros.

La biblioteca municipal Camilo Henríquez de Valdivia funciona desde 1989 en un inmueble de conservación histórica, una antigua casona de arquitectura neoclásica alemana construida en 1910 que perteneció a la familia Hettich, dueña en esa época de una cervecería, una fábrica de ladrillos, una quinta, una empresa maderera y más de 50 propiedades para arrendar.

La casa Hettich tiene 730 metros cuadrados repartidos en dos pisos y un subterráneo. También tiene un altillo que fue construido para que el propietario de la casa, Federico Hettich Richter, quien además de ser dueño de una apreciable fortuna era bombero, pudiera tener una vista panorámica de toda la ciudad e identificara rápidamente el lugar en el que había un incendio.

La casa Hettich fue restaurada a partir de 2003 y los trabajos contemplaron la habilitación en el altillo de la sala museográfica Mira Valdivia, que enseña distintas etapas de la historia y de la cultura de esta parte del sur de Chile a través de textos explicativos y unas maquetas llamadas dioramas.

Antiguamente la biblioteca no tenía los libros a la vista. El público no los podía ver, hojear, oler. Estaban almacenados en el subterráneo y solo subían en un ascensor los ejemplares que eran solicitados por los usuarios.

Hoy los libros lucen espléndidos en los amplios salones de la casa, muy ordenados en sólidos estantes de madera. También lucen impecables el piso de madera, las escaleras originales y las ventanas con marcos blancos que dan a la calle.

Hoy es 9 de julio de 2021. María Victoria Vicencio sale de su oficina y avanza hacia una ventana del primer piso justo en el momento en que un carro de Bomberos cruza veloz la calle Picarte, haciendo sonar sus sirenas. Debe haber un incendio cerca. Los usuarios de Twitter entregan la ubicación exacta a los pocos minutos.

Un siglo atrás, Federico Hettich habría subido al altillo de la casona.

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El tramo inicial de la calle Camilo Henríquez está vacío. No hay vehículos estacionados ni tampoco se ven personas; solo dos palomas que primero caminan y luego vuelan contra el tránsito. El cielo está gris y el pavimento, mojado.

Son las 9 de la mañana del 11 de julio de 2021. Hoy se conmemora el Día del Periodista, porque en esta fecha, hace 65 años, se creó el Colegio de Periodistas de Chile.

La calle que lleva el nombre de Camilo Henríquez parte en la intersección con la calle Carlos Anwandter, cerca de la Costanera de Valdivia, en un sector antiguamente residencial en el que ahora abundan inmuebles de servicios públicos y oficinas comerciales. La numeración parte en el 103 y corresponde a la seremi de Agricultura, una casa azul. Desde aquí se ven dos edificios de nueve pisos y el hotel Dreams con su diseño estilo Dubai, que sobresalen entre las casas de un piso, o dos, con antejardines de césped tan corto como el pelo de un niño de enseñanza básica en su primer día de clases.

La calle tiene una leve inclinación ascendente a medida que avanza hacia la plaza de la República. Antes de llegar a la avenida Alemania, un letrero en el ventanal del restorán Derby avisa que necesitan un ayudante de cocina.

Más adelante, del otro lado de la avenida Alemania, en el edificio donde funciona el canal ATV Valdivia un letrero pide “No + cuarentena”. En las paredes y cortinas metálicas instaladas durante el estallido social para cubrir los accesos a los locales aledaños se leen rayados varios: “Arde el patriarcado”, “No más yuta”, “La prensa miente”.

Al acercarse a la plaza se ve movimiento. Micros, colectivos, camionetas, un vehículo de Carabineros. Unas veinte personas caminan en distintas direcciones con las manos dentro de los bolsillos de sus parcas y se cubren la cabeza hasta las cejas con gorros de lana.

En la plaza un par de trabajadores municipales riega el piso para limpiarlo de colillas, hojas y caca de palomas. Uno de ellos se llama José. Está parado bajo el pedestal que sostenía el busto de Camilo Henríquez antes de que lo derribaran.

-No sabía que estaba perdido -dice, y se encoge de hombros mientras suelta un chorro de agua.

En las cercanías está el edificio de la Gobernación Regional y frente a él, del otro lado de la plaza, la calle Picarte, que si uno la recorre en línea recta sale de Valdivia hasta que la misma calle se transforma en una estrecha carretera que conecta con la Ruta 5 Sur, a la altura de Paillaco.

Pasada la ruidosa calle Arauco, por donde circula la mayor parte de la locomoción colectiva desde el centro hacia el resto de la ciudad, en Camilo Henríquez hay locales de comida rápida, un mall chino, un local que repara bicicletas, un supermercado, una avícola, una veterinaria, una barbería colombiana y cabañas, por supuesto. Valdivia está repleta de cabañas, que de marzo a diciembre se arriendan a estudiantes de educación superior y en enero y febrero, a los turistas.

¿Habrá caminado Camilo Henríquez cuando niño por esta calle que hoy lleva su nombre?

A la altura del 745, en la vereda quedaron marcadas dos huellas de zapatos que hoy apozan el agua. Frente a Isaflor, un negocio valdiviano que ha resistido a las multitiendas, se encuentra un sitio eriazo donde estaba La Hoguera, un night club que terminó sus días -sus noches- con una trágica referencia a su nombre: se quemó. El incendio destruyó también la ferretería Valdivia, ubicada en la calle paralela, Pérez Rosales.

Son las 9:25 y la calle Camilo Henríquez ahora se inclina hacia abajo. Este sector es conocido como Barrios bajos, porque se hundió luego del terremoto de 1960. Las casas de esta área han sido revestidas con latas para protegerlas de la lluvia. En el número 1110, un cartel escrito a mano anuncia que en esta casa venden “el mejor cola de mono, La Concona. Hecho con amor y la receta de la abuela”.

Hace mucho frío como para comprobar si es el mejor: la temperatura a esta hora es de 6 grados Celcius.

El humo de las cocinas a leña baja desde los techos de las casas. Se oyen ladridos de perros. A ambos lados de la calle hay autos estacionados. En el 1418, dos hombres descargan pastelones de pasto. En el 1424, una pintura de la feria fluvial adorna un muro de concreto. Decenas de palomas revolotean sobre las rejas del Instituto Superior de Administración y Turismo. Un perro negro persigue a las palomas que descienden.

Un repartidor del diario Austral cruza la calle Baquedano y recorre Camilo Henríquez en bicicleta. Se detiene junto a la panadería y pastelería El Torreón, estaciona la bici y entra. Entrega el diario en la mano a quien está atendiendo. Luego sale del local y lanza diarios envueltos en bolsas de nylon hacia los patios de las casas vecinas.

La calle Bueras se asoma. A un costado está el colegio Domus Matter y al otro la parroquia Nuestra Señora de La Merced, que antes de que un incendio la destruyera en octubre de 2004 era una bella construcción de madera edificada en 1908. Hoy está revestida con latas, como las casas del sector.

La calle Camilo Henríquez está llegando a su fin. Son las 9:50 de la mañana y un gallo dormilón se acordó de cantar, sin energías. La última casa tiene el número 1687. A su derecha está el pasaje Di Biaggio.

Al desandar la calle, de regreso a la plaza de la República, me doy cuenta de que en un par de casas hay letreros escritos a mano en los que se lee Goycolea y abajo la numeración. Un hombre que está cargando materiales en una camioneta Fiorino explica que en realidad este tramo de la calle ya no se llama Camilo Henríquez:

– Desde Baquedano para abajo, esta calle cambia de nombre y se convierte en Goycolea.

Aunque la numeración continúa correlativamente en línea recta hasta el 1687, Camilo Henríquez termina en el 1270, donde están las cabañas Oncol.

Los caminos de Valdivia no son lo que yo creía, no son lo que imaginaba.

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En el paseo peatonal Camilo Henríquez, ubicado junto a la calle del mismo nombre, a un costado de la plaza de la República, se alza majestuoso un añoso tulipero, un árbol centenario tan alto como la torre de la iglesia luterana que está solo a unos pasos de distancia.

En 1972 el tulipero estuvo a punto de ser cortado mientras se construía la sucursal del banco Estado, que hoy muestra una de sus caras a quienes avanzan por el paseo hacia la carpa donde se instalan comerciantes y artesanos, dejando atrás la notaría Rodríguez, el Club de La Unión, un café y los baños públicos de Valdivia.

El árbol fue salvado por el poeta Luis Oyarzún el mismo año de su muerte. El año anterior, 1971, Oyarzún se había mudado desde Estados Unidos a Valdivia para trabajar en la Universidad Austral y, enterado de la suerte que correría el tulipero, contactó al alcalde Luis Díaz, al rector de la UACh William Thayer, a la prensa, a todo el que pudiera ayudarlo, hasta que logró salvar al tulipero de la tala.

Tras la muerte de Luis Oyarzún, la municipalidad y la Facultad de Bellas Artes de la UACh pusieron una placa junto al árbol para que nadie olvidara que el autor de Defensa de la Tierra había sido el defensor y salvador del tulipero.

Hoy la placa está perdida… al igual que el busto de Camilo Henríquez.

En 1994, el Congreso aprobó una ley, la 19.309, para erigir en Valdivia un monumento en homenaje a fray Camilo Henríquez González, el que sería financiado a través de colectas públicas.

La ley estableció la creación de una comisión especial de ocho miembros ad honorem -el rector de la UACh, dos diputados, dos senadores, el obispo de Valdivia, el alcalde de Valdivia y el presidente del Consejo Regional del Colegio de Periodistas- para determinar la fecha y forma de las colectas, gestionar los fondos, llamar a concurso público para la ejecución de las obras y establecer la ubicación del monumento.

La comisión se formó y sesionó a fines de 2011, luego de gestiones realizadas por la directiva regional del Colegio de Periodistas, y alcanzó a definir que la ubicación ideal para el monumento sería el paseo Camilo Henríquez y que la estatua debía ser de cuerpo entero.

No obstante las buenas intenciones de todos los participantes, la comisión no tuvo continuidad y hasta hoy el proyecto está dormido.

Debido al episodio del busto de Camilo Henríquez, derribado en noviembre de 2019, la actual directiva regional del Colegio de Periodistas decidió que es el momento para reactivar la comisión e inició conversaciones con las autoridades. Los años pasan raudos y suman 27 desde la aprobación de la ley.

“Los valdivianos crecemos escuchando que tenemos el privilegio de vivir en la ciudad natal de un prócer de la patria y padre del periodismo nacional. En estos tiempos en que se derriban monumentos, creemos que no hay circunstancia alguna que justifique que su busto se haya derribado para siempre y hay consenso de que Camilo Henríquez merece ese lugar en el que ya no está, así como también merece un gran monumento en el paseo que lleva su nombre”, opinaba Juan Yilorm, presidente regional del gremio, en septiembre de 2021.

El jueves 7 de octubre de 2021, un día antes del cierre de la edición de este libro, Juan Yilorm acompañó al presidente nacional del Colegio de Periodistas, Danilo Ahumada, a saludar a la alcaldesa de Valdivia, Carla Amtmann. El encuentro fue breve, pues la alcaldesa estaba en medio de una reunión extraordinaria del Concejo Municipal. Antes de retirarse, Carla Amtmann le dijo a Yilorm:

- Juanito, tengo una buena noticia: encontramos el busto de Camilo Henríquez. Otro día te cuento más y nos ponemos de acuerdo para reinstalarlo. 

Luego dio media vuelta, apuró el paso y volvió a ingresar en la sala del Concejo.