Buscando a Boric. Día 2.
por Santiago Rey
En la apostilla del Día 1 conté desde Santiago de Chile la preocupación del futuro Gobierno por los temas más urgentes que laten en las calles y que la derecha profundizará en la agenda a partir de 11 de marzo. Pero, ¿qué pasa con los ecos de la revuelta de la cual emergió también la figura de Boric?, ¿se sostendrán sus demandas por cambios estructurales?
La izquierda, o debiera decir la calle; la calle que aún convoca a inorgánicos, organizaciones sociales, colectivos de familiares y amigos de las víctimas y los presos políticos de la revuelta, anarquistas, algunos partidos. Esa izquierda, entonces, también mirará de cerca la gestión Boric, dispuesta a no dejar pasar ninguna medida contraria al espíritu de octubre de 2019.
La revuelta es permanente. Me lo dice un hombre de casi 70 que su nombre mejor no, bandera mapuche en la mano, y que acaba de ser corrido por los Carabineros de la Plaza Dignidad -antes Baquedano y rebautizada así al fragor de la revuelta-. No, no ha terminado insiste, aunque cuesta encontrar en el puñado de 200 personas que participaron el pasado viernes 25 de febrero de la concentración un reflejo de las centenares de miles que cristalizaron el cambio político más importante de Chile en los últimos 50 años.
El 18 de octubre de 2019 el hartazgo por 30 años de escuálida transición democrática que no logró modificar los patrones sociales y económicos escritos e impresos a sangre y fuego por la dictadura, ganó la calle. El puntapié de la revuelta lo dieron las y los estudiantes secundarios que, en protesta por un aumento de 30 centavos del precio del boleto del metro, empezaron a saltar los molinetes. Evasiones masivas en la estación Universidad de Chile que se viralizaron: Instagram y TikTok fueron las plataformas convocantes. Algo bullía bajo los modos formales de institucionalidad, prolijidad y resignación que parecían moldear el temple de los chilenos y chilenas.
Y Santiago explotó. La mayoría de las grandes ciudades de Chile explotaron. Se marchó, se quemó, se reclamó. No son 30 centavos, son 30 años, fue una de las tantas consignas que explicaban el porqué de la bronca contenida, ahora desbordada en escenas de una lucha callejera que el país no había vivido desde las turbulencias de la década del ‘70.
Entonces, este viernes de febrero cuesta encontrar en ese grupo de 200 personas que se enfrenta con Carabineros algún reflejo de la demanda de cientos de miles de hace dos años. No es el número, es la convicción, me aclara Víctor Hugo Robles, el Che de los gays, pañuelo de seda rojo con motivos, boina negra con la estrella de cinco puntas en lentejuelas plateadas, anteojos, y un hablar catártico, aunque pensado. Le pregunto por la cantidad de gente que concurre cada viernes a la plaza, y me dice que volverá a crecer, y que los motivos de la indignación ciudadana están intactos.
En plaza Dignidad, el General
Manuel Baquedano ya no mira desde las alturas del monumento ecuestre.
Militar, ex presidente provisional del país (1891), ex comandante en
jefe del Ejército, fue clave su impulso y conducción para la
denominada Ocupación o Pacificación de la Araucanía. Aquella
política del flamante Estado chileno -entre 1861 y 1883- implicó el
intento de exterminio, el desplazamiento y sojuzgamiento del pueblo
mapuche, asentado en el sur desde hacía miles de años. En 2019, en
el contexto de la revuelta social, los bisnietos de los
sobrevivientes mapuche treparon a lo alto de la estatua de Baquedano
para enarbolar la bandera del pueblo originario que se resiste a
morir.
El Gobierno de Piñera decidió en marzo de 2021 quitar a Baquedano, caballo y todo, con el argumento de evitar que continúe la vandalización, en el contexto de la revuelta. Las fotos que recorrieron el mundo mostraban a los cabros y cabras de la revuelta trepados al General, con banderas mapuches y chilenas y anarquistas y comunistas, carteles con consignas contra el Gobierno, y por la educación libre y con la cara de Víctor Jara y Violeta Parra.
A comienzos de 2022, cada viernes se repite la tradición de movilizar hasta el lugar. Hoy los Carabineros custodian un pedestal sin estatua, una base sin símbolo.
A pocos metros, la entrada al
metro Estación Baquedano fue cerrada. En su ingreso tapiado ahora
hay murales, pancartas pidiendo por los presos de la revuelta,
pequeños altares por las víctimas, y una huerta que ya está dando
los primeros tomates.
Toda la zona muestra los ecos de la revuelta. A una cuadra de allí, familiares, amigos y militantes recuerdan a Cristian Valdebenito, asesinado por el impacto en la cabeza de una bomba lacrimógena, durante la manifestación del 7 de marzo de 2020. Banderas con la cara de Cristian, velas, flores recuerdan al obrero de 48 años que cayó muerto durante las protestas.
Hombres y mujeres vestidos de negro, remeras con la bandera mapuche, celebran que esta vez, gracias a la solidaridad de un hostel cercano, pudieron conectar un par de parlantes y entonces su voz y sus cantos se escuchan más fuerte. Guitarra colgada cantan artistas populares, voz en cuello, y los aplauden y piden justicia por Cristian, y pasa un carro de Carbineros y le tiran una lata de cerveza, y un chico de 12 años remera negra y la A anarquista en rojo me ve celular en mano y se me acerca y me dice no estás filmando, ¿no?, y que ojo con estar filmando, y ante el micrófono se suceden los cantantes y El derecho de vivir en paz y los temas llamando a seguir el combate y piden por los presos y las presas políticas de la revuelta y gritan el afafan y transmiten el acto por las redes sociales.
En ese contexto, charlo con votantes convencidos de Boric que hablan del octubrismo, una forma un poco denigrante de derivación folclórica de la revuelta. Cuestionan a quienes vuelven cada viernes a Plaza Dignidad, como si ya no se hubiese logrado tanto: la Convención que redacta la nueva Constitución y alguien de izquierda en el Gobierno, me dicen.
¿Qué queda de octubre?, le pregunto al Che de los gays. Queda la esperanza de una transformación profunda, de un cambio de época, quedan las huellas el dolor, las marcas de la represión, las decenas de jóvenes hombres y mujeres que perdieron la vida, sus ojos, acá en las protestas, quedan como una memoria palpable, que irrita a las fuerzas más rebeldes, quedan todavía una cantidad importante de jóvenes presos políticos de la revuelta, los llamados por la prensa detenidos por el estallido. Queda todo eso y quedan también todas las trampas que ha ideado el sistema, la elite política para intentar salir victoriosa de este trance histórico, generacional y político que implicó el quiebre de los más de 30 años de permanencia del poder neoliberal de Pinochet administrado por la Concertación de partidos políticos, de izquierda y derecha. Todo eso dice que queda Víctor Hugo Robles, su estrella plateada en la frente.
A Boric le dice traidor.
Sin medias tintas. Primero, por firmar -a espaldas de su partido,
autocráticamente- el Acuerdo por la Paz que, en noviembre de 2019,
encauzó institucionalmente el reclamo de las calles y abrió la
puerta al llamado a la Convención Constituyente. Tal
vez -arriesga-
hubiera ocurrido lo
que pasó en Argentina con (Fernando) De la Rúa. No sabemos si
Piñera hubiera tenido que salir en un helicóptero de La Moneda. Es
una trampa cuando nos dicen que no había otra posibilidad, que o
firmábamos el Acuerdo o había otro golpe de Estado militar. Tampoco
se le dio la oportunidad al pueblo, a las fuerzas progresistas,
libertarias, de ensayar una salida insurreccional. No hubo una salida
insurreccional porque la elite política lo prohibió.
También le critica haber convocado para el futuro Gobierno a dirigentes de la concertación, los mismos sinvergüenzas que administraron el modelo neoliberal pinochetista desde el regreso de la democracia, en 1990.
El hombre de casi 70 que
su nombre mejor no,
a pocas cuadras de la Plaza Dignidad y después de los chorros de
agua y gas lacrimógeno, muestra más esperanza. Dice, las sirenas de
los carros de Carabineros de fondo, que el estallido social es
permanente, pero que pudimos
lograr un gobierno progresista que vamos a ver cómo va a actuar con
estas fuerzas represivas que han matado impunemente más de 40
jóvenes.
Mientras la calle siga hablando, ¿qué hará Boric con Carabineros?, pero también ¿qué con la economía y los cambios estructurales reclamados en las movilizaciones y barricadas?, ¿cuánto querrá o podrá modificar de la conformación social del Chile desigual?. Todo eso me pregunto antes de viajar a Punta Arenas, cuna del futuro Presidente, mecida por el estrecho de Magallanes. Tal vez en esa ciudad rebelde y abandonada durante décadas, encuentre alguna respuesta.