Que soplen los vientos

por Emiliana Cortona - Mónica Molina - Camila Vautier

El Encuentro Nacional de Mujeres pasó a llamarse Encuentro Plurinacional de Mujeres, lesbianas, trans, travestis, intersexuales, bisexuales y no binaries. Este fin de semana se realizó en San Luis. Dos voces patagónicas narran desde la experiencia y la emoción de la participación; y otra cuenta por qué, por primera vez en muchos años, eligió no concurrir.

Octubre 2022

Lo que aguijonea en el pecho

Siento un hilo invisible que tira desde los tobillos hasta la nuca. Siento cómo caen los hombros, la cabeza y los brazos delante de mis piernas. Estoy descalza, en el patio interno del Centro Educativo Nº1 Juan Pascual Pringles, en San Luis. Ahora mis caderas y los isquiones se elevan al cielo. Alrededor mío, más de 50 mujeres, lesbianas, trans, travestis, intersex o no binaries hacen lo mismo. Estamos en ronda. La que tomó la posta para coordinar espontáneamente el taller Nº83 “Laboratorio corporal y géneros” de este Encuentro Plurinacional, dice:

– Tomamos aire y bajamos de nuevo.

Mi espalda no se relaja. Me invade la vergüenza. ¿De las otras? ¿De mí misma? Los dedos de mis pies se aferran a las baldosas frías. ¿Qué retengo? Levanto la cabeza y confirmo: cada cual está en su relajación, no hay por qué temer.

– A sacar todo afuera.

Resoplo, muevo los brazos que cuelgan al costado. Sacudo la mandíbula, las rodillas, las piernas. Tengo 36 años, soy de Neuquén, participé en otros Encuentros, en la cobertura que hace año tras año FM La Tribu. Esta vez vine en auto con mi hermana, una amiga, su cuñada y su suegra. Ahora miro a la derecha. Hay cuerpos con calzas, con zapatillas, en jogging, parados. Miro para la izquierda. Hay nucas rapadas, con rulos. Ahora al frente. Flequillos desteñidos, con pelos en las piernas, en las axilas.

Una toma la palabra, se para. El resto la escuchamos:

– El disciplinamiento del cuerpo arranca desde la infancia, con actos pequeños como estar erguidas, como “señoritas”.

Pienso: ¿Qué movimiento no se nos permite? ¿Cuáles aprendí y no reconozco?

Le sigue la siguiente en la lista de oradores: El cuerpo da miedo porque es contrahegemónico, porque el conocimiento no sale desde lo que leí, sino desde lo que sentí.

Anoto en mi cuaderno: el cuerpo construye conocimiento de otra manera.

La que está sentada a mi derecha, se acomoda, se arremanga la camisa cuadrille marrón. Le toca su turno. Repasa sus apuntes y dice: Nuestro cuerpo tiene una construcción política y social. Tiene una historia, tenemos que indagar en nuestras ancestras.

Pienso en lo que escuché hace media hora en uno de los patios del colegio Nacional Juan Crisóstomo Lafinur frente a la Plaza Pringles. Ariadna Camila Fajner Correa, de “viernes por el futuro” de Mendoza, micrófono en mano y sentada en las escalinatas soltó:

– Tan racista somos que no salimos a las calles con lo que está pasando. Que hipócritas me parecieron los que se indignaron con el testimonio de Adriana Calvo en la película “1985”. Todos estaban movilizados. Pero, su relato era casi igual a lo que le pasó a la hermana mapuche, que la hicieron parir ahí en el medio de los traslados (en ese momento circulaba la información de que Romina Rosas ya había parido, pero en realidad cursaba el tramo final de su embarazo). Y eso, no los indignó.

Dos escarapelas cuelgan de las rejas de la entrada del colegio Nacional. En el suelo, hay desplegadas dos banderas: una con el símbolo del pueblo nación mapuche -Wenufoye- y la otra con el de pueblos originarios -Wiphala-.

– ¿En serio no nos parece grave? ¿No vamos a salir a hacer nada? Para mí primero tenemos que reconocernos como racistas, responsabilizarnos de eso y empezar a accionar para no ser cómplices de este Estado colonialista y violento. ¿Dónde queda nuestro feminismo cuando no estamos donde tenemos que estar?

Me invaden las preguntas. Anoto rápido para que no se evaporen: ¿Qué cuerpos se movilizan con el arresto, encarcelamiento y traslado de mujeres mapuche de la comunidad Lafken Winkul Mapu con sus hijxs? ¿Cuáles no? ¿Qué pasa cuando lo que sucede no pasa por el cuerpo?

Me transpiran las manos, me retumba el testimonio de esa señora de pelo blanco y tono cordobés, en el taller Nº2 “Feminismos, transfeminismos, mujeres y diversidades indígenas desde Abya Yala hasta Kurdistán”:

– No podemos decir que somos antirracistas y sostener la idea de “patria”.

Nunca lo había pensado: ¿Quiénes entran en la definición de “patria”? ¿Quiénes quedan afuera? ¿La “patria” es una excusa para seguir en el estado en el que estamos?

Por el salón del patio pasa un grupo de talleristas. La que coordina tiene un micrófono y anuncia: “El taller de autodefensa arranca a las 18:30, estamos yendo. Es en Pringles y San Martín”.

¿Cómo llegamos a necesitar saber defendernos? ¿Dónde está Guadalupe Lucero que desapareció cuando jugaba en la vereda de su casa en junio de 2021? ¿Una niña de seis años tiene que saber defenderse? ¿De quién?

Ahora le toca a la que está a unos tres metros. Está en cuclillas. No necesita gritar para que la escuchemos.

– Hace poco descubrí hacer gozar mi cuerpo. Nuestro cuerpo es el reflejo de lo que nos pasa, por eso ¿por qué lo reprimimos tanto?

Me quedé estancada en esa pregunta. Recordé a Zayra Rojas, activista transfeminista cuando la vi coordinando la marcha en contra de los travesticidios y transfemicidios. ¿Qué pasa con los cuerpos a los que les fue negado el placer? ¿Qué fuerza tienen muchos cuerpos marchando por las calles de San Luis exigiendo justicia por Diana Sacayan, por Lohana Berkins, por Pía Baudracco?

Zayra habla desde los ojos, desde las manos, desde la frente, desde el pecho. Su grito nace en el intestino, quema por el esófago y revienta de furia: ¿Dónde está Tehuel?

¿A qué, a quienes incomodan los cuerpos que se fugan de la heterocisnorma? ¿Cuántos cuerpos se necesitan para que aparezca un pibe trans que salió de su casa en marzo de 2021 a una entrevista laboral y nunca más volvió?

Ahora estoy en el taller Nº20 de “Plurinacionalidad y espiritualidad”. Escucho a Alessandra Luna. Está sentada al fondo del aula en una silla de escuela. Tiene 50 años, viste violeta, pelo rubio y cejas finas. Cuenta que empezó a investigar culturas ancestrales. Y encontró a las “muxe” de México y después a las “machi weyes”.

Desde el fondo del aula se escucha la pregunta que muchas nos hacemos: ¿Quiénes fueron las “machi weyes”?

– No consigo dar mucho sobre “machi weyes” porque obviamente cuando llegó la colonización las borró. Pero fueron machis con un rol importante a nivel social y espiritual. No eran ni femenino ni masculino.

Todas apiñadas en el aula 7, miramos a Alessandra Luna. Somos más de 40 y nadie atina a hablar.

– Para la mayoría de los pueblos originarios su elemento ordenador no era el sexual sino la espiritualidad. Lo binario se metió en la espiritualidad. Las travestis somos expulsadas de un montón de cosas y por supuesto también de la espiritualidad.

El aula sigue en silencio. La atención está puesta en Alessandra.

– A las trans también nos quitaron la espiritualidad. Pero, yo hoy, vengo a buscar mi identidad ancestral.

Estallan los aplausos.

Alessandra se seca las lágrimas. Yo lloro sin vergüenza. Pienso: Qué potencia tiene la empatía que aguijonea en el pecho, sube y estalla por los ojos. ¿Cómo reproducir esa manera de pensarnos como si fuésemos otrxs? ¿Cómo?


Emiliana Cortona

*


Algo de eso aprendí

Este fin de semana de octubre no estoy participando del Encuentro.

Miro hacia atrás en el tiempo. Hacia adentro. Levanto la vista hacia ese día en el patio de casa que busqué su mirada y agarrada de su mano le pregunté: “¿Tanto trabaja una mamá?”. Es una fotografía impregnada en mi memoria, una mujer muy joven, con su delantal de cocina puesto. Mi madre hacía las tareas del hogar, todas. Era muy habilidosa para asar y “carnear”, lo había aprendido en el campo donde se crió. Algo que nunca aprendí, ni quise. Extremadamente prolija con la ropa, las camisas no les podían quedar con una doble marca. Hoy sigue planchando las camisas a mi padre y a mí hermano, el del medio. Nos cosía y tejía, recuerdo el blazer de jean y un jardinero color maíz que lucí a mis 12 años. Tampoco aprendí a coser a máquina. Mi madre cuidaba que no hiciéramos ruido cada vez que mi papá regresaba de los bailes de pueblo, él era (es) músico. Eso sí, con sus 33 años y recién parida de mi hermano más chico, mi padre no dudó en ensayar con la orquesta en el living de casa pared por medio a la habitación. A ella no se le hubiera ocurrido. Una vez me dijo que “una mujer con sueldo no necesita de un hombre”, nunca cedió al pedido de mi padre de dejar su trabajo en el hospital, del que se jubiló. Sigue trabajando con sus setenta y siete años. Ella no hizo el secundario, tampoco cursó estudios universitarios, ni fue a ningún Encuento Nacional de Mujeres, sin embargo, desde hace mucho no se calla nada. Algo de eso aprendí.

En 1995, yo era una profesional de la comunicación precarizada, llevaba tres años en esa situación tras el despido en un diario. Con interna mediante había accedido a la secretaría general del sindicato de prensa y había encabezado en 1994 la columna Sur de la Marcha Federal contra el ajuste de Menem. Cuando surgió la posibilidad de viajar a Jujuy al Encuentro Nacional de Mujeres no lo dudé. Viajamos desde La Pampa el fin de semana largo de agosto. Recorrimos más de 1600 kilómetros en colectivo junto a otras mujeres, era la primera vez que participaba. Sabía, por experiencia personal, lo que era no tener un salario y resistir los ajustes durante el menemismo. La marca de época era la feminización de la pobreza. Me sentía parte de esa situación y podía compartirlo con otras mujeres en los talleres. Como repitiendo esa fotografía tomada de la mano de mi madre, fui con mi hija Maga. Nos mezclamos entre siete mil mujeres de distintos puntos del país. Así, emprendí un recorrido junto a otras y vinieron otros Encuentros.

“Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir” la consigna era el rezo feminista. Cantábamos y vibraba la calle 27 de Abril en el casco histórico de Córdoba, era octubre de 2007. Recuerdo la potencia y calor de esa marcha. Éramos más de diez mil mujeres que habíamos dejado a la derecha el rezo con rostros duros de los militantes de la iglesia católica apostados en supuesta protección a la catedral. Se dio algún que otro escarceo entre quienes queríamos nuestro derecho a decidir y quienes hasta hoy lo resisten. El pañuelo verde fue el símbolo que se transformó en marea hasta alcanzar la ley en diciembre del 2020.

No fui a todos. Viví el de Neuquén, Rosario, San Juan, Salta, La Plata, con repeticiones en algunas sedes. Compartía la previa con las compañeras que meses antes comenzaban con los preparativos para juntar plata para el colectivo y el alojamiento, con los típicos corrillos sobre los debates en los talleres y las tensiones, que nunca faltaban. Es que el Encuentro se palpita, tiene un clima particular.

Al de 2018, en Trelew, fueron 50 mil mujeres, yo no pude estar. Ese año, en el sur, los debates giraron en torno al cambio de nombre. Estas discusiones fueron una antesala que afloraron fuertemente en el 34 ENM realizado en La Plata al año siguiente. Fue el más masivo, con una cifra cercana a las 200 mil. La ciudad estaba desbordada, el encuentro era en las calles, bares, escuelas, plazas, atrás había quedado ese millar de mujeres que en 1986 habían lanzado el primero en la ciudad de Buenos Aires. Ellas habían sido el fuego del caldero.

Voy a estar en San Luis el mes que viene, en el 35 Encuentro Nacional de Mujeres, sin otras etiquetas identitarias. No soy un útero portante, ni una vulva portante, ni un cuerpo menstruante. La palabra de Magui Bellotti, feminista lesbiana, una de las fundadoras del primer encuentro sostiene que esto es “cosificación y fragmentación de las mujeres propio del patriarcado más reaccionario y misógino”. Me reconozco en esa urdimbre de tensiones que hoy atravesamos desde el movimiento de mujeres y el feminismo. Me siento con la experiencia de una mujer que fue aprendiendo a serlo a través de las gafas violetas. Parafraseando a Camila Sosa Villada, cuando dice: “yo me acuesto siendo travesti y me levanto siendo travesti”, pues bien: yo me acuesto siendo mujer y me levanto siendo mujer. Y voy donde pueda ser nombrada mujer sin sentir culpa.


Mónica Molina

*

Para llegar hasta aquí

Respiro el viento, respiro la tierra, respiro el silencio que empieza poco a poco a invadirnos. Tarda en hacerlo. Venimos de varias horas de viaje, algunas y algunes varios incluso días para encontrarnos en San Luis, territorio Huarpe, Comechingón y Ranquel. Bajar de la euforia del viaje nos lleva un tiempo.

Las mujeres de pueblos originarios se ubican rodeando la fogata en el predio para la ceremonia inaugural del 35° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries. Armamos una ronda alrededor de ellas. Se ofrenda un sullu, que en Aymara quiere decir aborto, el producto del aborto de una llama, para agradecer a la pacha y a la vida. Respiro el humo de olor dulzón, de olor a hierbas medicinales.

Tengo 27 años, soy periodista e integro Socorristas en Red. Somos feministas y transfeministas que abortamos, acompañamos y brindamos información a las personas para que puedan abortar de manera cuidada y segura. Siendo socorrista conocí el feminismo y este activismo me trajo a participar por primera vez de este Encuentro.

El silencio de la ceremonia se desarma con un grito unísono, que se repetirá durante todo el fin de semana: “¡Libertad, libertad a la machi por luchar!”. La machi Betiana fue detenida junto a otras seis mujeres mapuches, dos de ellas con sus bebés y una embarazada, en un violento desalojo ordenado por las fuerzas federales en Villa Mascardi, a 35 kilómetros de la ciudad de Bariloche.

Para llegar hasta aquí desde El Hoyo, el pueblo del noroeste de la provincia de Chubut en el que vivo, pasamos por ahí. La presencia policial era fuerte: paraban autos en la ruta y podían verse en la banquina sus vehículos blindados, uniformes de distintos tipos, armas largas colgando en la cintura. ¿Por qué venir al Encuentro cuando está pasando todo esto en nuestros territorios?

En San Luis las calles son angostas y las casas bajas de techos rectos contrastan con la inmensidad arquitectónica de los edificios públicos. Por esas calles caminamos y caminamos. Muchos de los locales comerciales están cerrados.

-Y… más de uno se guardó-, nos confiesa un taxista cuando le preguntamos por el miedo que generó la presencia del Encuentro en sectores conservadores de la ciudad puntana.

Se calcula que 130 mil mujeres y disidencias participamos de este 35° Encuentro Plurinacional, que propuso ciento cinco talleres donde debatir los reclamos de las agendas feminista y transfeminista.

En la Plaza Pringles de San Luis, uno de los puntos centrales del Encuentro, mientras las socorristas ofrecemos folletos, pines, stikers y cuadernos de la campaña, veo a Marta Dillon. La escritora de “Aparecida”, el libro que me voló la cabeza, a quien leo en Las12, estaba ahí de buzo, capucha, gorra y megáfono dirigiendo la Asamblea de Ni Una Menos. Más tarde también las cruzaría a Higui, a Claudia Korol, a Liliana Daunes.

En el de 2013, en San Juan, Socorristas en Red -que desde hacía un año se venía conformando en diálogo con las experiencias de acompañar abortos de La Revuelta de Neuquén- decidió que era necesario ser visibles y hablar de abortos en voz alta. Hicieron talleres para hablar del misoprostol, la medicación utilizada para abortar, y lanzaron en ese Encuentro la línea pública. Desde entonces, hasta ahora, un largo camino de luchas fue tejiendo esta red de acompañantes que celebró sus 10 años en este Encuentro, el primero desde la sanción de la Ley 27.610 del derecho al aborto.

-Abortar es memoria ancestral-, me dice Adriana Guzmán, integrante del movimiento Feminista Comunitario Antipatriarcal de Bolivia- En la Abya Yala las mujeres seguimos siendo perseguidas por abortar, cuando las llamas, las ovejas y todas las especies abortan libremente.

De nuevo inhalo y exhalo el aire. Esta vez miramos hacia el norte, saludamos al sol, volteamos al sur y agradecemos a la luna.

Lolita Chavez, feminista comunitaria de Guatemala, saca los cantos desde lo más profundo de su cuerpo para oficiar la ceremonia de la Asamblea de Abya Ayala en este primer Encuentro desde que el nombre incluye lo plurinacional. Su boca es ancha, como nuestras fronteras.

-¡Que soplen los vientos, que vengan! ¡Que vengan! Porque otros mundos son posibles -dice.

Con las pelucas rosas puestas, las caras quemadas por el viento y el sol pintadas con glitter violeta y verde, los pies algo cansados, redoblantes y megáfonos, nos encolumnamos para la marcha.

Una niña abre las cortinas de una ventana para mirar la larga columna de 35 cuadras, otros se asoman por los balcones y hay quienes salen a las veredas de sus casas con celulares para filmarla.

Nada de lo que se dijo sobre manifestaciones violentas durante el Encuentro sucede. Al grito de libertad a las presas políticas mapuches, aparición con vida de Tehuel y Guadalupe Lucero, aparición con vida de Lichita, secuestrada por el ejército paraguayo, y libertad a Laura Villalba, su mamá, y levantando banderas contra el extractivismo, somos miles las y les que avanzamos por las calles de San Luis. Volveremos a vernos el año que viene en Bariloche, territorio patagónico donde tendrá lugar el Encuentro 36.

Camila Vautier