Perdón si no me ubico

por Isidro Balido

Un puñado de fotos de otra época llevan a una conversación en familia. El padre cuenta anécdotas, las hijas leen otra cosa. Las fichas empiezan a caer. Entonces, en el marco del Día Internacional de No violencia contra las mujeres, el padre escribe: narra aquello que hasta hace un tiempo no encontraba lenguaje para ser nombrado. Y una de sus hijas, ilustra. 

Grabados de Lucía Balido

Noviembre 2022

Arrastro de otro siglo,
cierto autoritarismo,
enojo prepotente y machismo,
aunque en forma decreciente.

Yo vengo de otro siglo,
me estoy acostumbrando,
perdón si no me ubico.

Alejandro Del Prado



Foto 1: Mi tía Elvira vestida elegante y con lentes de sol.

Mis manos eran dos arañas sobre el paquete. Fuera lo que fuese sabía que estaría buenísimo. Como todos los regalos de la tía Elvi, la hermana mayor de mamá, la que se había casado con un millonario. Ella, sentada erguida como siempre, disfrutaba viendo cómo rompía el papel con desesperación.

Había venido sola. Andaba medio desaparecida últimamente. Cuando la abracé y le quise dar un beso de agradecimiento se sacó los anteojos negros.

-Ey, ¿qué te pasó? ¿Te agarró Bonavena?

Mi vieja me incineró con la mirada. No entendí su reacción desmedida. No le di tiempo a nada, agarré mi nuevo auto a control remoto y salí corriendo hacia mi cuarto.

***

Foto 2: Mi primo sentado en la arena, sus piernas le arman un paréntesis a la palita y el balde.

Con su derroche de simpatía, su bigote finito, sus lentes oscuros, y la panza que ostentaba como un bien preciado, mi tío Yayo charlaba animadamente en la playa con una rubia de curvas pronunciadas. A un costado, abajo, su hijo jugaba. A pesar que obedecía ciertas consignas del padre no lograba atraer su atención. Insistía sin éxito: ¡Dale tío! ¿Me comprás un helado?

Desde que se había separado de su primera mujer estaba hecho un picaflor desbocado y obligaba a su hijo a llamarlo tío.

Hasta que apareció la boluda de Leonor. Una novia eterna que vivió esperanzada con que algún día se casarían. Esa misma ingenuidad la hacía reaccionar tontamente a las bromas de mi tío que la ponía en ridículo delante de todos.

Leonor la boluda. La ilusionada, ninguneada, corneada. La que tocaba el timbre de casa con los ojos rojos y se encerraba horas a charlar con Mamá. La que cada tanto tomaba coraje y lo dejaba, pero después terminaba aflojando. Le tuvo la vela toda la vida. Cuando mi tío se vio viejo y enfermo le propuso vivir juntos. Leonor le dijo que no, que tarde piaste. Y le colgó la galleta.

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Foto 3: Con mi amigo el Turco y su abuelo en la quinta de Castelar.

Nino, el abuelo del Turco, había sido un personaje toda la vida y parecía que lo seguiría siendo hasta último momento. Mi amigo se pasaba tardes y noches enteras en el hospital cuidándolo. Cada tanto nos encontrábamos en el bar de enfrente para charlar un rato, así él despejaba un poco la cabeza. Nos reíamos de las ocurrencias del viejo.

Me contaba que su abuelo, con las dos piernas amputadas, cada vez que se acercaba alguna enfermera le tocaba el culo. Ante los retos del nieto argumentaba que a las mujeres les encantaba.

Y ahí andaba a los manotazos cada vez que alguna se daba vuelta. Como ellas no decían nada, le hacía un gesto cómplice al nieto y susurraba:

-Viste, ¿qué te dije?

***

Foto 4: Tengo tres años, estoy sentado en una butaca bordó, la risa no me entra en la cara.

Una carcajada nerviosa estallaba cada vez que el payaso le pegaba un sopapo a su torpe compañero. Ramírez, el marido de mi tía Elvira, nos había llevado al circo.

Habíamos ido en tren a Mar del Plata, con mi hermana y mamá. Él nos esperaba en la estación. Todos los días nos llevaba a pasear. Sentarme en el asiento trasero de ese auto era como estar solo en medio de una habitación enorme. A la tarde tomábamos la merienda en la confitería más linda de la ciudad. Él era el dueño.

A la semana llegó papá y se acabaron los paseos con el tío.

Muchos años después, mamá hablando de su cuñado dijo:

-Al Gallego a veces se le iba un poco la mano, lo que pasa es que mi hermana Elvira era tremenda. Ella tuvo suerte, se casó bien. Pero con sus delirios de grandeza y sus caprichos agotaba la paciencia.

La conversación pareció deslizarse hacia la confidencia, se calló de pronto. Se quedó en silencio un rato, como si estuviese recordando algo. Después en voz baja comentó para sí misma:

-Al final fui una tonta. Si le hubiese dicho que sí, hoy estaríamos llenos de guita.

***

Foto 5: Mi hermana con su regalo de cumpleaños, un radiograbador Phillips.

Foto 6: Fiesta de casamiento de un amigo.

Rebobinaba y play. Rebobinaba y play. Así hasta gastar el cassette de mi hermana donde había una canción que decía: mierda. Tenía diez años y me sentía un transgresor. Usaba el grabador sin permiso y cantaba:

“con sus lindas piernas ella me hace pensar que va a destruir la mierda de mi gran ciudad, ah ah ah”

Cuando empecé el secundario supe que el grupo se llamaba Pescado Rabioso. Entendí un poco más la letra y preferí cantar otra parte:

“Me gusta ese tajo, que ayer conocí, ella me calienta, la quiero invitar a dormir”.

Por esa misma época también cantaba el “Blues del levante”, del ya separado Sui Generis. Ese que decía que por la esquina pasaban muchas minas, que eligieras la que más te gustara que quizás la pudieras ganar. Después agregaba que si no te daba la hora la relojeases por atrás, y que daba lo mismo el nombre porque debajo de las frazadas todas se llamaban igual.

Creo que valoraba esas canciones por cuestiones meramente hormonales. Dejé de escucharlas por malas. Elegirlas de entre la poesía de Spinetta o la inteligencia de Charly hubiera sido una pelotudez de mi parte.

Años después, con la camisa afuera del pantalón y la corbata anudada en la cabeza, en fiestas de casamiento, haciendo pogo, canté abrazado a otros invitados con quienes lo único que me unía era la borrachera y el género: Vení Raquel, Los Piratas, y Entregá el marrón.

***

Foto 7: Abrazado con mis compañeros de trabajo, sonreímos a la cámara.

Caloi lo puso en boca de Clemente. Clemente en boca de Dolina, al que llamó en la tira cómica como el filósofo Dolinades.

La premisa decía: todo lo que hace un hombre en su vida es para levantar mujeres.

El diario iba pasando de mano en mano. Leíamos el chiste, asentíamos con la cabeza y festejábamos. Era la revelación de una verdad irrefutable en tono humorístico. Entre risas buscábamos ejemplos para confirmar la teoría: ¿Para qué tocas la guitarra?, ¡para conseguir minas! Conquistar el corazón (y todo el resto) de una dama era el fin último de toda acción masculina.

Caloi y Dolina no eran Olmedo y Porcel. Pero esa era la lógica imperante.

***

Foto 8: Un nene con ropa de gimnasia mira a la cámara, sus ojos apuntan uno para cada lado.

Foto 9: Con mis amigos en el cumpleaños de 15 de Laura.

-¡Galletita! ¡Galletita!- alentaban los compañeritos del grupo de la colonia de vacaciones al que acababa de meter un gol. El profesor había tenido buen ojo para bautizarlo así. La razón del apodo era porque el nene era bizcocho.

En ese mismo club, cada vez que llegaba Marcela, le decíamos ¡tetardaste en venir! O le preguntábamos si estaba de cumpleaños, por los globos. El tamaño de sus tetas nos quitaba el sueño a más de uno. De no haberlas tenido grandes hubiéramos dicho que era una tabla de planchar, como Gaby.

Con algunos amigos a Laura, una chica un par de talles por encima de la media, la apodamos Kim por una cantante de moda que se llamaba Kim Carnes. Después le pusimos Plimbeef, el nombre de una hamburguesa cuadrada cuyo slogan era: “carne sobresaliente por los cuatro costados”.

La película Solos en la madrugada nos inspiró para llamar Culo de oro a una compañera de facultad de la cual no me acuerdo el nombre.

Gordo, negro, flaco, sordo, ciego, chueco, rengo, tuerto, mogólico, chicato, pelado, cuatrojos, paragua, bolita. Las características físicas, las discapacidades, el origen, servían para un doble propósito sin distinción de género: nombrar o insultar. Si al momento de la ofensa la palabra no sonaba contundente con agregarle de mierda bastaba.

La forma en que cada uno vivía su sexualidad o la mirada prejuiciosa daban origen a: puto, maricón, tragasables, mariposón, manfloro, puta, trolo, trola, tortillera, comilón, facilonga, culoroto, calientapavas, frígida.

Cuando la creatividad se agotaba aparecían los animalitos. Ballena, morsa, lechón, mono, jirafa, mamut, loro, sapo, perra, yegua, potra. Más boludo que las palomas, loca como una cabra, más puta que las gallinas.

Una novia era la peoresnada. Después de pasar por el altar se convertía en la bruja.


***

Cuarentena. Con mi familia nos reunimos alrededor de una caja con fotos viejas. Momentos atrapados en papel que intenté volver a poner en movimiento. Y empezó el peloteo con mis hijas.

Son golpes suaves, certeros, con efecto, de drive o revés. La pelota rebota, cae del otro lado y llega otro golpe. Cada tanto un buen remate hace que pique y caiga afuera de la cancha. Ese partido de pingpong lo vienen jugando ellas desde hace años. La pelota soy yo.

Ramirez cada tanto la fajaba a Elvira. No digas así, pa. Pero es verdad, la surtía de vez en cuando. Eso es violencia de género. No existía en esos tiempos. Que estuviera naturalizado no quiere decir que no fuera violencia. Pero si hasta se pensaba que las palizas a veces eran merecidas o un precio lógico a pagar por ese ascenso social. Fajar, surtir, palizas, al menos podrías decirlo de otra forma. ¿Para qué?, o acaso eso mejoraría el pasado. Pa, no entiendo por qué le decís Ramirez. Es que nunca supe el nombre de ese tío, en la familia lo llamaban por el apellido o le decían el Gallego, y contaban que era un burro de trabajo y así había amasado una pequeña fortuna. Que era un burro no me caben dudas. Y si les cuento que además le tiró los perros a mi vieja. Ah, además de violento era un hijo de puta.

¿Todos tus tíos eran una mierda? Era otra época, la gente era así. ¿Todos eran una mierda? No, pero a veces serlo era sacar chapa de piola. Ah, y no le digas boluda a tu tía que el boludo era él. Es que la hizo quedar tantas veces como boluda que ya le decíamos así: la boluda de Leonor. Sí papá, tampoco digas picaflor, ¡decí mujeriego!, y ella boluda no era, necesitaba tiempo y coraje.

¿Te parece gracioso tocarle el culo a las enfermeras? Era un viejo. Sí, baboso. Ya estaba grande, pobre. ¡Qué pobre ni pobre!, era patético y encima ustedes se reían. Es que eran otros tiempos. Tiempos de mierda.

***

Veo que en el teléfono hay seis mensajes del grupo de Whatsapp “Viernes de Truco”. Ese que además de silenciado, casi no leo. Que no abandono por sentirme rehén a pesar que hace años no voy a las reuniones. Un video de dos minas en bolas acariciándose y deseando feliz lunes. Un chiste sobre la comunidad Mapuche. Memes políticos. Un mensaje de apoyo a un galancito acusado de abuso. Una invitación a dejar de pagar impuestos. Y un video “gracioso” lamentando una bala que no salió.

Escucho que mi hijo de veinte, jugando en línea con un ex compañero de colegio, le dice a los gritos: ¡Dale gordo puto! Me levanto para cagarlo a pedos.