Esperar el golpe de suerte

por Pablo Bassi

Pelear no es sólo lo que pasa arriba de un ring. Jairo Rayman, boxeador barilochense, lo sabe. Por eso insiste, por eso trabaja con disciplina. 

Fotos de Eugenia Neme.

Octubre 2022

Nunca antes Jairo Rayman pisó Estados Unidos. Vuela desde la Patagonia argentina con el sueño de subir a un ring y que su nombre comience a sonar fuerte en la escena internacional del boxeo. Aterriza en Dallas, viaja a Palm Springs y a Coachella, transita horas sobre las rutas del desierto hasta Los Ángeles. Son tres meses de entrenamiento duro y sparring con los campeones mundiales Brian Castaño y Saúl Canelo Álvarez. La gloria como nunca antes está al alcance de un golpe de puño.

Ningún país tiene más campeones ni peleas dentro de sus fronteras que Estados Unidos. Es la vidriera del boxeo, donde un combate paga más que cualquier otro en la Argentina. Rayman lo sabe y su promotor Sampson Lewkowicz apuesta por él y financia la estadía.

Está previsto que Rayman se luzca frente al mexicano Alexis Laberinto Salazar la noche del sábado 19 de junio de 2020. Acuerdan pelear en 160 libras, 72 kilos y medio, peso mediano. El escenario será el Toyota Center de Houston, mítico estadio de básquet de la NBA. Los medios argentinos informan cada novedad de la aventura expectante en sus portadas. Hace más de seis meses que Rayman no sube a un ring.

Horas antes del combate, en la apacible casa de Los Ángeles donde se aloja junto a otros dos boxeadores latinos, Jairo Rayman devuelve extrañado una llamada perdida de su entrenador: la pelea se suspendió. El mexicano no quiere hacerla en el peso pactado. No hay contrato firmado, ni vuelta atrás. Conmocionado Rayman corta la llamada. La gloria se escurre entre sus dedos fornidos y deja ir los minutos de una tarde afiebrada que no olvidará jamás.

Al día siguiente el manager Sampson Lewkowicz le dice que será difícil convenir una pelea para las horas siguientes. Entonces Rayman empaca su pantalón corto de boxeo, sus vendas, los guantes, la ropa de entrenamiento, se dirige a Los Ángeles International Airport y embarca en un avión que trece horas más tarde aterrizará en Buenos Aires.

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- Esa pelea era para mí la gloria –me dice Jairo Rayman en su casa en Bariloche, semanas después.

- ¿Lloraste?

- Hay cosas peores.

Rayman vive en el primer piso de una construcción de dos plantas en un barrio obrero de Bariloche con su pareja embarazada, Gabriela Campos, el hijo de ambos que tiene 9 años, Santiago, y un perro que no para de hociquearnos. Rayman está vestido con un buzo con flores a la moda y un short. Es moreno, tiene pelo al ras de la cabeza y nariz ancha, típica de boxeador. Llega de correr su plan diario de siete a diez kilómetros. Mantiene su peso y agilidad con una rigurosa dieta con verduras que él mismo cocina y una disciplina de tres horas de gimnasio diarias en las que combina guantes y ejercicios aeróbicos y running. Suele acompañar a su hijo entre la casa y la escuela, a natación o a clases de dibujo. En los ratos libres mira televisión: deportes, programas de economía y política. Con varios dirigentes asegura tener buena relación y juntarse a charlar. Lo hizo con referentes partidarios oficialistas y opositores de Río Negro, su provincia natal.


En una entrevista, años atrás, Rayman agradeció con apellido y nombre el apoyo de políticos, sindicatos, sponsors -un negocio que vende artículos de agua y gas, una escribanía, una casa de ropa deportiva-. Todos ellos más un médico, un preparador físico, una nutricionista, integran el Rayman Team: el nombre que eligió Rayman para su escudería.

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Clemente Onelli es un pueblo al sudeste de la provincia de Río Negro y a 153 kilómetros de Bariloche, la ciudad más poblada de la zona. Integra la Región Sur, una línea cartográfica en medio de la estepa que une la cordillera andina con el mar Atlántico. Clemente Onelli tiene poco más de cien habitantes. Allí se crió Rayman.

Nació en Bariloche el 1 de septiembre de 1991. A los dos años, el padre, Ariel Rayman, lo llevó a Onelli de donde era oriundo. Carolina Méndez, la madre, se quedó en la ciudad.


Ariel Rayman es portero de escuela. Sus padres criaron a Jairo hasta los 9, y luego, Jairo se fue a vivir a la casa del padre y su nueva pareja y seis hijos. Ariel lo recuerda como un niño amoroso y competitivo.

- Lamentablemente no pude darle la ropa ni las zapatillas que necesitaba. Una gran deuda que nunca me recriminó –dice con voz quebrada.

A los 14 Jairo consiguió su primer empleo como alambrador y esquilador de ovejas en una estancia cercana al pueblo. Sus manos conservan de ese trabajo los rastros mimetizados con el impacto de golpes sobre rostros rivales.

Atala Mohana, un profesor de gimnasia de Onelli, dice que Jairo fue un niño colaborador y aguerrido. Mohana realizó un proyecto deportivo con escuelas de la zona llamadas Olimpiadas rurales, en las que Jairo participaba en fútbol, carreras de posta, atletismo, fondismo, lanzamiento de jabalina, salto en largo, soft ball.

- Volaba como avestruz –dice.

Jairo tiene un apodo: Maki. Jairo Maki Rayman. Se lo asignaron unos amigos que lo comparaban con la máquina del tren patagónico que recorre la Región Sur. Ese tren que de chico veía pasar apostado al costado de las vías.

- El tren que me vio crecer –dice ahora.


Quiso irse de Onelli, y a los 18 viajó a Bariloche. Durante los primeros años vivió con su madre y los cuatro hijos del segundo matrimonio. Entrenaba en dos equipos de fútbol mientras golpeaba la puerta de obradores de construcciones. Al final encontró empleo en una gomería. Se anotó en un boxing club para potenciar su capacidad aeróbica, y allí conoció a Luis Cornelio, un preparador físico que lo acompañó en el amateurismo y hasta le prestó el gimnasio para dormir.

- Cuando junté algo de plata me compré las primeras vendas y un protector bucal. Fui el hombre más feliz del mundo –dice.

Conoció a Gabriela, su pareja, en un bar donde Rayman trabajaba de seguridad y al que ella fue con amigas. Le pidió a Luis Cornelio una pelea, debutó en el ring, nació su hijo Santiago en 2013, al que recuerda como el peor año de su vida: lo daba todo, pero los resultados deportivos no eran buenos. Sus compañeros de la obra le sugirieron abandonar el boxeo, pero él no quiso resignarse. Peleó en clubes, se retiró de ellos entrada la madrugada sólo con su hijo en brazos, fue a Buenos Aires a hacer sparring con el excampeón del mundo Lucas Matthysse, comenzó a recibir dinero de auspiciantes, fue patrocinado por dos managers que le prometieron abundancia y le garantizaron escasez. Conoció a Sampson Lewkowicz, su promotor actual, promotor además del último gran campeón argentino, Maravilla Martínez, a quien llegó a través de una astuta picardía.

- Lo llamé preguntando si mi promotor de entonces estaba cagándome, porque me había prometido contratos con una de las compañías de representantes más importante de Estados Unidos y no tenía plata ni para pagarme el pasaje –recuerda.


Lewkowicz nació en Uruguay y vive en Las Vegas, luce cadenas al cuello y pulseras doradas, y me cuenta que representa a 40 boxeadores. Reconoce que Rayman no se haya hundido en el lamento por la pelea suspendida. Hay que remarcarlo, dice, no todos los boxeadores actúan así. Confirma también, que a pesar de no haber peleado, Rayman cobró por haber sido suplente de otros boxeadores una cifra en dólares que, a menudo, es más rentable que las ganancias en peleas locales.

- ¿Qué tiene Rayman que no tengan otros?

- Posiblemente sea de los boxeadores más fuertes y con más pegada que haya visto. Tiene mucho potencial, aunque todavía no lo demostró.

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De regreso de Estados Unidos, Jairo Rayman ganó por knock out una pelea y luego sufrió un nuevo traspié que lo hizo retroceder en la carrera. Era noviembre de 2021 en Ciudad Evita, Buenos Aires. Rayman disputaba el título latino de la categoría Súper Mediano del Consejo Mundial de Boxeo, y fue descalificado en el primer round por dos golpes sobre la nuca del rival. A los ojos del comentarista televisivo del combate, la caída al piso del adversario pareció desmesurada. Esa maniobra, denominada golpe de conejo, busca ser erradicada del deporte. Así como los cazadores dan muerte a los conejos, pone en peligro la base posterior del cráneo de los deportistas.

-La descalificación lo empujó diez pasos atrás. Fue una equivocación catastrófica –dice Lewkowicz.

Wellness es el gimnasio propiedad de Rafael García en pleno centro de Bariloche donde Jairo Rayman realiza su entrenamiento aeróbico y de fuerza. Con las manos entalcadas levanta una pesa, arroja con una sola mano una pelota visiblemente pesada y grande contra la pared. Después se acerca y me cuenta que trabaja con García desde hace un par de años, que antes ya quería entrenar con él, pero no le alcanzaba la plata para pagarle hasta que García lo llamó y le propuso un trueque por publicidad en el short que usara sobre el ring.

Al igual que Lewkowicz, García lo describe como un boxeador fuerte, pensante y de mente ganadora. Me dice que a Rayman le conviene ir a probar suerte a Estados Unidos, porque una pelea allá se cobra no menos de 30.000 dólares.

Rayman más de una vez le sugirió a Gabriela, su pareja, irse de Bariloche. Que él podría acomodar su carrera si ella consiguiera algo mejor fuera.

- ¿Pero vos dejarías el boxeo por un trabajo mejor pago?

- Sí. Pero eso nunca va a pasar en este país, menos como está la cosa. Y para seguir boxeando, no me hace falta pelear en el Madison Square Garden. Puedo entrenar en una plaza. ¿Qué es lo peor que nos puede pasar?

- ¿Qué es lo peor que les puede pasar?

- Volver.

Jairo Rayman cuenta con 17 victorias -8 por knock out, un empate, dos derrotas-. Y espera una oportunidad: ese llamado de Lewkowicz, una pelea que le permita volver a ocupar los primeros puestos del ránking argentino de peso mediano y de la Asociación Mundial de Boxeo. Confía en el esfuerzo y tiempo dedicados, en que llegará hasta las puertas de la gloria y lo que siga, dependerá de un golpe de suerte.