El Templo Blanco

por Pamela Damia

No es una construcción de hace siglos. Es arte moderno en el norte de Tailandia. Conjuga budismo, hinduismo y cultura pop. Fue levantado sobre ruinas por el artista Ajarn Chalermchai Kositpipat y es imposible atravesarlo sin ser sacudidos por los demonios que se agitan en su interior.


Octubre 2022

El templo se llama Wat Rong Khun, pero en Asia es común que los nombres se reemplacen por algo comprensible para occidentales desprevenidos, entonces se lo conoce por Templo Blanco. Más o menos como los nombres mapuches -Limay, Nahuel Huapi, Llau llau- en Chile y la Patagonia argentina; pero por suerte nosotros no le cambiamos el nombre aunque la mayoría de descendencia europea -incluso locales y Nacidos y Criados-, necesite la traducción por no haber sido educada -masivamente- en las culturas originarias.

Estoy en la provincia más al norte de Tailandia: Chiang Rai, zona de selva espesa y parques nacionales. Suele pensarse que los templos están construidos hace muchos siglos, pero éste es moderno: data de 1997 y conjuga budismo, hinduismo y cultura pop.

Apenas cruzo la calle veo una hilera de conos rojos en cuya punta hay una calavera. La señalética urbana me coloca en una órbita peculiar. El templo se levanta sobre las ruinas de uno anterior, antiguo que necesitaba ser restaurado y al cual el artista Ajarn Chalermchai Kositpipat le cambió la perspectiva.

Chalermchai es un pintor y escultor formado en Bangkok que antes se dedicaba a la publicidad. En el folleto que me entregan en la entrada al templo leo una extensa entrevista donde cuenta que quiso hacer el templo más hermoso del mundo. Y lo logró. Se propuso mostrar el arte budista moderno, ser conocido internacionalmente y que la gente cruce el mundo para visitarlo como lo hacen con el Taj Mahal o Angkor Wat. Y también lo logró. Se estima que un millón de personas visitan el lugar anualmente. Yo pertenecí a ese millón y por fin, eso lejano de la cultura asiática se me volvió ingrediente de mi comida, nota de mi música, paso de mi baile, idea de mis ideas.

Chalermchai, de padre chino y madre tailandesa, refleja su devoción por el arte ancestral budista en esta obra. Hoy tiene sesenta y siete años pero recuerda su juventud: sus compañeros de cursada en la universidad de Silpakorn en Bangkok lo acusaban de anticuado y se burlaban por no elegir el curso de arte internacional; mientras todos se babeaban con Van Gogh, Dalí, Monet o Picasso, él sentía que esas artes no le pertenecían. Decidió apostar por el arte nacional que estaba en decadencia, influenciado por otros trabajos de India, Sri Lanka o Chiang Saen (norte tailandés, zona fronteriza con Laos y Camboya).

La construcción principal del Wat Rong Khun es inmaculadamente blanca, me encandila igual que una pista de esquí donde puede haber distintos relieves y texturas, pero a simple vista se ve llana, emana luz plana y cegadora. Esto, para la cultura budista, es un símbolo de la iluminación del Buda. Al perímetro del templo lo circunda un canal amarronado con dragones mitológicos, bordes de césped corto y verde Wimbledon, algunos jardines y estanques redondeados cuya agua reflejan el templo y el cielo en alternancia. Son blancas las paredes, blancos los techos y los sobretechos, blancas las columnas, blancas las vigas, blancos los marcos de puertas y ventanas; y nada acaba sin un firulete, todas las puntas terminan enroscadas y afinadas. No encuentro otra palabra para describir las terminaciones del templo que no sea firulete. Una palabra tan lunfarda que me lleva a la milonga…”Dejá nomás que algún chavón chamuye al cuete y sacudile tu firulete”.

Toda la decoración está compuesta por pequeños espejitos colocados en hilera siguiendo las figuras escultóricas de animales mitológicos, fuentes, carteles, las barandas del puente o los techos. Los espejitos cortados con técnica trencadís son gaudianos, parece una oda al símbolo barcelonés.

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El templo tiene un circuito y yo todavía estoy en el inicio. A la hora de cruzar el puente de la reencarnación que lleva a la entrada del Ubosot -la construcción principal- no puedo dejar de mirar a los lados, por más de que a unos metros frente a mí, dos criaturas grandes y blancas que representan la muerte con cara endemoniada me señalan con el dedo índice de la mano izquierda. A sus espaldas están las puertas del nirvana.


Chalermchai se levanta a las dos de la madrugada y medita. Luego trabaja. Dice que el budismo trata de entender el cuerpo para luego comprender la mente y el alma. Esta alma va a renacer cuando encuentre a Buda en el nirvana.

Pienso en lo diferente que puede ser ese estado para otras personas en otros contextos, como por ejemplo los que eligen vivir en el medio del bosque o en una ladera de montaña castigada por el viento, pero desde donde mejor se ve el lago. Si estuviera allí, el nirvana para mí sería ver la nieve caer secamente y escuchar el sonido de la leña crujiendo.

Vuelvo al puente. Significa el paso de la muerte a la vida -del sufrimiento a la felicidad- y es angosto como una cinta transportadora. Así están representados el dolor y el sufrimiento humano con centenares de manos blancas asomadas desde el averno, en una especie de laguna infernal. Algunas sostienen vasijas donde la gente tira monedas, otras una cabeza de algún personaje de fantasía o ciencia ficción, otras simplemente tienen la palma abierta y los dedos semi plegados con la intención hacia arriba. Una uña pintada de rojo resalta el dedo medio que hace fuck you en inequívoco contraste. Y así, con esta irreverencia, interpreto que el autor pone en duda que la felicidad exista.

Al atravesar la “puerta del cielo”, en el interior del Uboso, descubro un mural de dimensiones gigantescas donde predomina el color anaranjado. La obra combina cosmología budista con personajes contemporáneos como superhéroes, personajes de cómics o infantiles, naves espaciales, el protagonista de The Matrix, Harry Potter, Superman o Kung Fu Panda.

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Del otro lado del Ubosot y por todo el recinto exterior hay más obras de arquitectura, esculturas mitológicas y demonios. De un árbol cuelgan cabezas de superhéroes como Batman o el hombre araña y las tortugas ninjas entran en acción sobre las piedras de una pequeña cascada.

Afuera hay un cartón con la figura sonriente de Chalermchai, en bermudas y chaqueta de jean azul, como se lo ve en casi todas sus fotos públicas. Me acerco sintiéndome ridícula, su fantasía despertó la mía, como si fuera a hablarme o darme una entrevista.

Mientras más antiguas las obras, más tradicionales en estilo. Entonces aparecen obras de Chalermchai, que me recuerdan a León Ferrari, por su crítica a la guerra o la religión. La acuarela en papel “Warning of the devil” del año 1993, un demonio con corona de oro apunta con el dedo en advertencia a un tipo cualquiera en una terraza; En “My son a pisces” dibuja una mitología actual y propia: a su hijo de un año y medio con cola de pez y cuerpo de bebé. En “Nation power democracy” la cara de un ogro con la boca abierta y en sus colmillos la bandera tailandesa.

El pintor desafía con su pintura del 2008 "The Buddha’s victory" donde Osama Bin Laden y George Bush aparecen como hologramas en los ojos de un demonio y el contorno de esos ojos está hecho por armas de fuego. Dice que desea que la gente sepa que el mundo está siendo destruido por aquellos que ansían construir armas mortales, ganar a costa del medio ambiente ya que nunca nada es suficiente, ya que segregan. “Quiero mostrar que los ojos como órganos importantes y para advertir a estos líderes mundiales que puedan mirar hacia un mundo de paz”. En la pintura están las Torres Gemelas en llamas chocadas por los aviones, unas zapatillas Converse en el espacio, un volcán eructando un celular y en diferentes lugares de la pintura aparecen Michael Jackson, Freddy Krueger, Sailor Moon, Terminator, Dragon Ball, entre otros. “Pinté a Superman y Ultramar para hacerle saber a la gente que no existen los héroes, en realidad la gente los necesita cuando la moral disminuye día a día”, dice en el folleto.


En "Bye bye" Bush saluda prendido a un cohete que está por despegar y en “Love” Bin Laden y Bush pasean por el espacio en nave espacial; en “Power of male organ over the world” un pene de color oscuro tiene un reloj en su parte superior y un poco de semen que va hacia arriba. Alrededor, los planetas y satélites del sistema solar; el “Global warning” de 2009 hay dibujado un planeta de basura.

El artista visual Chalermchai parecía verse anticuado entre sus contemporáneos hace algunas décadas, pero hay algo que lo hace ser más que ellos: el compromiso con su tiempo. Dice que quiere ser un artista no influenciado por nadie que le ordene o le prohíba y crear en libertad, por lo que no acepta donaciones monetarias de funcionarios de gobierno, millonarios o políticos, así que se busca su propio financiamiento. La entrada al templo cuesta unos treinta y seis dólares, lo cual representa una fuente importante de financiamiento. Al principio fue criticado por personalidades del gobierno, la cultura y por monjes budistas.

De este lugar no me atrapa solamente su belleza sino su concepto, la mezcla ecléctica de detalles y mensajes; de resignificar la cultura budista en su obra y hacerla dialogar con su tiempo. O sea, nuestro tiempo. El arte en compartimentos estancos no es un arte con función social, al menos para el ir y venir de ideas; total, uñas rojas - como la de aquella mano haciendo fuck you que asomaba al costado del puente - encontramos en todas partes.